Luz Casal actuará este sábado en Starlite. Santi Donaire / EFE

Luz Casal: «Pongo toda la carne en el presente»

La intérprete de 'No me importa nada' aparca la preparación de nuevas canciones para ofrecer este sábado un concierto «eléctrico» en Starlite

Viernes, 21 de agosto 2020, 00:26

Prepara nuevas canciones, proceso al que resta misticismo porque las ideas pueden llegar en medio de tareas tan corrientes «como viajar en coche o fregar los cacharros». Pero antes de zambullirse en el estudio, Luz Casal volverá este sábado al escenario para ofrecer un concierto « ... eléctrico» en Starlite más de dos años después de su última actuación en Málaga, donde pasó el confinamiento llamando por teléfono a quienes se lo pedían para constatar que la gente «es cojonuda».

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–Dio su último concierto en Málaga tres días después de que falleciera su madre, hace dos años. ¿Qué le hizo venir?

–Creo que sólo he suspendido tres conciertos en toda mi carrera. He aprendido desde pequeña a convivir con los tragos duros de la vida. He cantado enferma, emocionada, con dolores de garganta, con un brazo en cabestrillo... Pero en el escenario ocurren cosas que no son fácilmente explicables. Suspender es una puñeta para los promotores, pero sobre todo para el público. Personas de muchos sitios hacen esfuerzos por ir a verte. Es una responsabilidad. Nadie me pregunta antes de salir al escenario si me encuentro bien, porque imagino que lo dan por hecho. De igual manera, el público no tiene por qué saberlo.

–¿Cómo hubiera asumido la pérdida sin música?

–Mi fortaleza es una fortaleza apuntalada por la música. Si no la tuviera, no hubiera llegado hasta aquí. Y digo físicamente. Estoy segura.

–En el confinamiento muchas personas a las que llamaba le decían que transmitía calma, pero usted escribió que su espíritu no es apacible.

–Busco la armonía en mi vida. Imagino que por eso transmito una sensación de calma, porque no soy alguien que use la impostura. En 'El infinito en un junco', el libro que estoy leyendo, Irene Vallejo habla del fracaso de los tibios. Me reconocí inmediatamente. Suelo tratar de apaciguar los conflictos, de rebajar el dolor.

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–Ya han pasado unos meses desde aquellas llamadas. ¿Cómo las ha digerido?

–Tenía claro que quería hacer algo que ayudase a la gente, aunque fuese de forma sencilla. Es algo que para mí ya pertenece al pasado, y desde 2007 pongo toda la carne en el presente. Luego ese interior que está a su bola te suelta cosas, recuerdos...

–Pero hubo testimonios que tuvieron que zarandearla.

–Desde luego. Pero estaba preparada. Siempre he tenido la intuición de saber cómo están los demás. A veces me bastaba escuchar «dígame» para saber que la persona a la que llamaba estaba en el puto suelo. A partir de ahí, actuaba. Recuerdo a un tío joven que estaba enfermo, con mal pronóstico, y desesperado. Y al final de la conversación tuve clarísimo que le había ayudado. Me acabó preguntando a qué hora tenía la consulta y acabamos descojonados de la risa. Pensé: «Mola, lo he conseguido». Fue un subidón. Eso es lo que me queda, aunque muchos días llorase con las conversaciones. Hablaba con gente de todo tipo. Ha sido la lección más real que he vivido.

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–A menudo, para hablar sobre cáncer, en los medios usamos términos como batalla o lucha...

–Y eso de «una larga enfermedad». Al cáncer hay que llamarlo por su nombre. Nunca he dudado en hablar de forma clara, no lo envuelvo en no sé qué. No he tenido miedo. Es lo que hay.

–Usted siempre ha defendido la importancia de la actitud.

–La actitud es fundamental en la vida. Una persona que todo lo ve difícil, ya puede pasar por un resfriado común que está segura de que se la va a llevar por delante.

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–Aun a riesgo de que la fortaleza pueda interpretarse como chulería.

–A mí me da igual. Ante las dificultades, desde que me acuerdo, siempre he reaccionado de la misma manera. No me escondo. No es que sea más valiente: es mi forma de ser.

–Precisamente en su último concierto en Málaga recordó que su madre le ayudaba a espantar las preocupaciones con frases sencillas.

–Yo no soy nada quejica, pero en los últimos años de mi madre, cuando se quedó sola porque falleció su compañero, por tenerla entretenida en las conversaciones alguna vez dejaba caer una queja. Y me respondía: «Hija, no se puede tener todo». Ya está. Eran frases demoledoras pero sencillas. Otra era: «Todos nos tenemos que ir». Intento aplicarla y a veces digo: «Voy a hacer tal cosa ahora, no sea que mañana no esté». Es una forma de tener presente la brevedad de la vida y actuar en consecuencia, no perder el tiempo en estupideces. ¿Que puedo dar una imagen prepotente o déspota por expresarlo así? Bueno, probablemente sea déspota con la gente idiota, pero es que no me interesa. Puedo ayudar a una persona así si lo necesita, porque todos deberíamos aplicar eso de «Amarás al prójimo como a ti mismo», seamos o no católicos, pero no me gustan los idiotas.

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–¿Cómo analiza la crisis por la que atraviesa su sector?

–Son tiempos duros. Antes de la pandemia la situación ya era mala. El acceso a la música es gratis. Cualquiera graba un concierto, sacas un álbum y está disponible en cualquier soporte... Pero el confinamiento ha sido un palo enorme, porque los músicos ejecutantes y los técnicos necesitan conciertos para vivir. Llevamos cinco meses parados. Aquellos que no tenían ahorros lo están pasando mal, como mucha gente de otros muchos sectores.

–Ahora está preparando su siguiente disco. ¿Qué le apetece hacer?

–Quiero hacer buenos temas, con letras que tengan sentido y melodías que amplíen mi trabajo. No me gustaría en ningún caso tener la sensación de que hago canciones que ya he hecho. Y eso exige componer, escribir, pero también ambientar. El estilo no me preocupa en absoluto, pero tengo claro que quiero que la sonoridad sea sencilla, que no haya muchas superposiciones.

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–¿Qué necesita para componer?

–Vivir. No necesito aislarme ni nada parecido. Tengo muchas letras escritas en viajes. Las ideas pueden llegar en el coche, aquí sentada, mientras friego los cacharros del desayuno... Luego viene el trabajo de poda, que requiere disciplina. A veces, al día siguiente lees lo que has escrito y piensas: «No sé qué me pasó ayer». Por eso me gusta que las canciones pasen el filtro del tiempo. Con Pascal Obispo, por ejemplo, dejé pasar tanto tiempo entre el inicio de una canción en la que colaboramos y su final que acabó siendo algo completamente diferente que ni siquiera reconoció. Pero una de las mayores satisfacciones que tengo a nivel discográfico es que no he grabado una canción, por menor que sea, que me avergüence. Nunca he cantado de relleno.

–¿Cómo ha aprendido a decir que no?

–Cuesta, porque no me gusta hacer daño. Generalmente la gente te envía cosas esperando que sean bien recibidas, pero por encima de eso está la supervivencia. En la música soy más quisquillosa que en la vida. Puedo decir: «Bueno, vale, una copa», aunque no me guste la compañía de alguien. Pero en la música no puedo cantar algo que no sienta. Y probablemente tenga enemigos más o menos declarados que lo sean porque les haya dicho que no, pero no puedo hacer nada que crea que no es para mí. Me pueden convencer para hacer cosas que no me interesan, como los playback, que puedo hacer uno si es la única forma de comunicar que tengo material nuevo, pero canciones no. Lo siento mucho, pero no puedo dejar constancia de algo que no quiero hacer.

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–¿Cómo plantea el concierto de este sábado en Starlite?

–Eléctrico, eléctrico, eléctrico. Será un concierto diferente, pero siempre me he adaptado a distintos públicos y espacios. Hemos tocado en plazas de toros, estadios de fútbol, teatros de tipo italiano... Me adaptaré a que la gente esté con mascarilla. Y creo que las personas que me siguen son responsables y actuarán en consecuencia.

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