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Francisco Martínez González
Viernes, 28 de marzo 2025, 15:03
El 11º concierto de abono de la OFM se consagró el pasado jueves 27 de marzo a un programa poco habitual, mas no por eso ... menos atractivo. Se abrió la velada con la obertura 'En los montes Tatras, op. 27', del polaco Wladyslaw Zelenski, considerado, tras Stanislaw Moniuszko, el más importante compositor de ópera del siglo XIX en su país. Los Tatras, una cordillera imponente en la frontera de Polonia y Eslovaquia, inspiran a Zelenski una página que, dentro de un lenguaje armónico conservador, no está exenta de misterio y grandeza. Ya desde sus primeros compases asistimos a la que habría de ser una de las constantes de la noche: el brillo de los primeros atriles de la orquesta, especialmente representados aquí por los solistas de flauta (Jorge Francés), oboe (Nicholas Harcourt Smith) y trompa (José Luis Carro).
Al poema sinfónico del maestro polaco siguieron unas miniaturas luminosas, las 'Tres danzas españolas' de Granados, en versión orquestal de Lamote de Grignon. Bien articuladas por el maltés Olivieri-Munroe, cada una de las danzas –la Oriental, la Andaluza y la Rondalla– irradió con las delicadas aportaciones de nuevos solistas: Razvan Cociodar (viola), Carlos González (violonchelo), Martín Blanes (clarinete) y Ángel San Bartolomé (trompeta).
Por último, la 'Suite para orquesta n.º 3, op. 55' de Tchaikovsky, que no es una sinfonía malograda, sino una obra muy apreciable en sí misma, fue objeto de una lectura conmovedora ya desde el primer movimiento ('Élégie'), pasando por el incómodo 'Valse meláncolique', con sus continuas superposiciones de ritmos binarios y ternarios, y el hirviente 'Scherzo'. Pero fue el último movimiento, 'Tema con variazioni', el que permitió de nuevo la apreciación de lo singular. Las variaciones III y VII dieron buena cuenta de la excelente salud de la sección de viento madera de la orquesta (José A. Gonzaga, oboe), con protagonismo especial del corno inglés (Pedro Cusac) en la meditativa variación VIII. La arriesgada variación X, precedida de una 'cadenza' chispeante, es un largo solo de violín que permitió apreciar las excelentes maneras del concertino invitado para esta ocasión, el alemán Ludwig Dürichen.
Charles Olivieri-Munroe dirige sin batuta, con una sobria economía de gestos rayana a veces en lo coloquial, eficaz en la ordenación del conjunto, seguro en la distribución de las entradas, pero que siembra a veces su coreografía con ese cierto desaliño que el humanista Castiglione llamaba 'sprezzatura' (un disimulo calculado, un descuido elegante que encubre las aristas frías del artificio). En ocasiones ejerce esa licencia a costa de algún desbordamiento entusiasta, como cuando en el 'Poco più mosso' de la coda llevó el tempo a tal extremo de celeridad que hizo conocer a la cuerda (en la que es apreciable, felizmente, la incorporación de sangre joven) las simas más procelosas del peligro.
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