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cristina pinto
Martes, 2 de agosto 2022, 00:24
En 1975 su abuelo 'Barquerito de Fuengirola' se hizo con la Lámpara Minera, máxima distinción del Festival Internacional del Cante de las Minas. Cuarenta años ... después, su madre, Isabel Guerrero, debutaba en ese mismo escenario de La Unión y se hacía con el primer premio por malagueñas y al año siguiente volvería a alzarse con él pero por cartageneras. Familia de cantaores. Flamenco de herencia. Ahora él recibe esa tradición y mañana debuta sobre las tablas en ese lugar tan especial para la familia Guerrero: el Cante de las Minas. Con tan solo 9 años, Ángel Rayo 'Barquerito' disputará en el festival flamenco la semifinal como aspirante a conseguir el Premio Especial para Cantaores Jóvenes. Hace tiempo que este jovencito fuengiroleño analiza con detalle los documentales que cuentan la historia de lo vivido en las minas: «Mamá, es increíble lo que han sufrido allí», le comenta Ángel Rayo a su madre cada vez que los ve.
Esa es una de tantas anécdotas que cuenta desde una de las terrazas de calle Alcazabilla. Allí, sentado junto a su padre, Miguel Rayo; su madre, Isabel Guerrero y su hermano mayor, Miguel Rayo, se pide una botella de agua para refrescarse del calor de este verano malagueño a pesar de que son poco más de las diez de la mañana. Y hay algo que le sale del alma: «Un poquito de jamón y queso, ¿no?». La petición que hace el pequeño Barquerito provoca la risa entre sus familiares: «Es que no lo puede evitar», añaden sobre el comentario inesperado. Como tampoco puede esquivar al flamenco, que lo lleva en la sangre: «Su estampa es la figura de mi padre: su manera de colocarse, de cantar...», confiesa Isabel Guerrero.
Y mañana miércoles será su abuelo el que esté sin parpadear durante la semifinal del Cante de las Minas disfrutando del legado que ha dejado en su familia. Ya no es solo que el pequeño 'Barquerito' pise por primera vez las tablas de La Unión; es que su hija, Isabel Guerrero, vuelve también a competir en el festival flamenco: «Mi niño empezó a decirme que quería estar allí conmigo y que el abuelo nos viese a los dos. Y así va a ser, llamé y pregunté por el premio para los niños y les dije que yo iba a volver a presentarme este año. Antes iba como plena concursante, pero ahora yo voy en un segundo plano y me centro en él, en mi hijo. Y en mi padre, que va a ver a su nieto y a su niña en el escenario, ese es el mayor premio que podemos tener. Estamos todos como locos, vamos a vivirlo de la forma más bonita. Así que cuando se esté allí, hay que respirar y disfrutar», termina en forma de consejo y con los ojos brillosos.
Son uña y carne, tal para cual. Abuelo y nieto pasan tiempo juntos y siempre están con el cante por delante: «El abuelo le enseña y le lleva canciones suyas para que las haga, cada dos por tres están juntos aprendiendo», desvela su hermano Miguel. «Yo aprendí las mineras gracias a mi abuelo, él siempre me está dando discos», añade Barquerito. «Tiene locura con el abuelo y mi padre tiene locura con él», completa su madre, Isabel Guerrero, para que al pequeño cantaor le termine de salir la sonrisilla. Al igual que cuando cuenta que ve los vídeos de su madre embarazada de él cantando saetas: «Es que canto desde que tengo uso de razón», añade.
En casa no para de escuchar flamenco y ver documentales sobre grandes como Antonio de Canillas, Camarón, el Niño de la Rosa Fina, Manolo Caracol o de su propio abuelo. «Además de estudiar mucho el cante, investiga en lo que hay más allá del cantaor: en cómo se expresaban, sus vidas...», cuenta Isabel Guerrero. Y es que Barquerito tiene claro que «los estudios son lo primero. No es que sea estudioso pero le pongo ganas porque mi obligación como niño que soy es estar formado en estudios para poder ser el día de mañana uno de los grandes».
Al escucharlo interpretar los cantes de Levante como la minera, la taranta o el fandango no parece que su semblante corresponda a su edad. Una voz de la que el mismo Marc Anthony se encandiló al escucharla en Fuengirola un día antes de su concierto en Marenostrum este mismo verano. Aunque hay algunos detalles que demuestran que aún es un niño, como la anécdota que cuenta del día que le dijeron que era semifinalista: «Me puse loco de contento, lo único que faltó fue la fiesta con los zumos y las galletitas», comenta riéndose. Unos minutos después de hacer ese comentario, se sienta frente al Teatro Romano para cantar y dejar boquiabierto al que pasaba. Cuando termina de cantar, va corriendo con su hermano para entrar y ver el escenario romano desde cerca. Solo es la inocencia de un niño en la voz de un cantaor que tiene años de herencia artística.
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