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Txema Martín
Sábado, 3 de junio 2017, 00:42
Lo de Raphael es sobrehumano. Viene todos los años a Málaga y siempre llena, tal y como hace en casi todos los conciertos de una extenuante gira que incluye enormes temporadas de un concierto diario. Anoche, en el recóndito Auditorio Municipal del Cortijo de Torres se produjo otra auténtica eucaristía donde los fieles se reúnen para admirar al maestro. El motivo, si es que a alguien le hiciera falta alguna excusa para ver a este señor en directo, fue la presentación en directo de su último disco, con canciones nuevas en la marabunta de recopilatorios y autoversiones. El disco se llama Infinitos bailes y son canciones compuestas por autores más o menos jóvenes como Dani Martín, Manuel Carrasco, Bunbury o Izal. Fue el caso de las tres primeras canciones de este repertorio que la experiencia en otras ciudades sitúa en nada menos que en cuarenta canciones. Ya lo hemos dicho, es sobrehumano. A las cinco de la tarde ya estaba en Cortijo de Torres, probando. A las diez, como siempre puntual como un reloj porque se pone nervioso si no sale a su hora, Raphael hizo su aparición volviendo a demostrar una cosa que debe quedarnos clara, y es que nadie sabe recibir aplausos mejor que él.
Sin el calor que dan las canciones de toda la vida, los primeros temas resultaron fríos pero la temperatura empezaba a subir conforme Raphael se quitaba la chaqueta o empezaba a desabrocharse los botones de su camisa, todo de negro, como manda su tradición. Detrás le rodeaba una enorme pantalla de LED curva con proyecciones a medio camino entre el videoarte y el revival, a veces sincronizadas con su voz en directo de una manera sorprendente. Alrededor de él estaba lo que se puede considerar una orquesta moderna: dos baterías, guitarras eléctricas, bajo, teclados y el piano de cola, que no falte nunca. Nada que ver con la orquesta sinfónica de las anteriores veces. A la cuarta canción cayó Mi gran noche y el público empezó a entrar en situación. Brazos en el aire y una marea de luces de móviles sobre sus cabezas. Y ya estaba completamente desatado con Provocación o Despertar al amor, que es una canción absolutamente magistral y nos llegó en forma de balada para en un fabuloso viaje hasta convertirse en algo bailable.
Clásicos y canciones nuevas
Quizá fuera ese momento en el que las cosas se empezaron a poner serias y el histrionismo se apoderaba del ambiente. La temperatura subió con Yo sigo siendo aquel, otra de las pruebas que demuestran que Manuel Alejandro no sólo es su compositor de cabecera, sino también su biógrafo.
Las canciones nuevas funcionaban muy bien en directo. Entre ellas, habría que destacar sin duda la de Vanessa Martín, que ha sabido aprovechar los recursos del Tigre. Pese a que el repertorio estuvo plagado de canciones nuevas, hay numeritos como el de Por una tontería, donde le canta a la bebida, que permanecen intactos. Es cierto, en algunos momentos a Raphael la voz se le va, como ocurrió en Vive tu vida, pero es que eso nos da igual porque sus gestos y su actitud permanecen intactos. Después Raphael dio lo suyo sobre el escenario con dos sorprendentes versiones de La quiero a morir y de Adoro.
Igual que ayer pero más fiero, pero más tierno, pero igual de loco por cantar.
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