Sebastián Arteaga
Domingo, 28 de agosto 2016, 00:26
Unas cuatro mil personas aclamaron al Divo en el Palacio de Ferias y Congresos de la ciudad, anfitrión que recibió con máxima ilusión al que sin duda, es uno de los más férreos representantes de la historia de la música de nuestro país.
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Más de medio siglo de trayectoria artística resumida en una gran noche cargada de emoción, vitalidad y buenos recuerdos.
Siendo acompañado por la mismísima Orquesta Sinfónica de Málaga, no es de extrañar que el aterrizaje del artista en la capital de la Costa del Sol fuese acogido como si de su segundo hogar se tratara. O quizás el primero, pues cada vez que el jienense visita Málaga así lo hizo en Marbella hace prácticamente un mes, la ciudad acaba absolutamente entregada a él. Un sold out a tres días del concierto, demuestra nuevamente la vigencia del mito y el enorme éxito de la gira Raphael Sinphonico, de más de un año de duración, y con una repercusión internacional absolutamente espectacular.
Cercano, enérgico y completamente agradecido con su público, Raphael, de elegante y sobrio negro como Johnny Cash, arropó a su legión de incondicionales con más de dos horas de himnos generacionales. Mi Gran Noche, Qué Sabe Nadie, Digan lo que Digan sonaron con una pureza y profundidad sublimes. La intergeneracional audiencia, como era de esperar, aclamaba al artista con continuos aplausos y demás vítores. Pareciera que sus seguidores llevaran décadas esperando ver, oír y sentir la versión más sinphónica del artista. Y es comprensible: a estas alturas, músicos como Raphael se exigen a sí mismos desnudar su alma y mostrar a su público su aspecto más esencial. Y para ello, lo sinfónico potencia la espontaneidad del gesto y la honestidad de la voz.
El Niño de Linares llevaba, literalmente, la batuta de la noche malagueña: sonreía, cantaba, bailaba; todo con la ilusión de un niño cuando comparte su regalo. Solo que este niño tiene 73 años, y lleva una vida compartiendo su arte. Y es que el mismo Raphael ya vaticinó al comienzo del espectáculo que para él, esta manera de hacer música era muy especial, pues simbolizaba el haber alcanzado un sueño. O dicho de otro modo: una órfica manera de volver a disfrutar de sus grandes éxitos.
Raphael sigue siendo aquel artista que arranca sonrisas y lágrimas, que conmueve y hace bailar. Sigue siendo aquel músico de voz y gestos indefinibles que le ha puesto banda sonora a la vida de nuestros padres y abuelos. Y a juzgar por el nivel de tan grandiosa trayectoria, puede que incluso a la del mismísimo Orfeo. Al fin y al cabo, los sueños y la música siempre han ido cogidos de la mano.
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