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Regina Sotorrío
Viernes, 8 de abril 2016, 00:04
Ella quería estudiar flauta travesera, era el instrumento que más le atraía desde que con siete años se incorporó a la banda de música Miraflores-Gibraljaire, la factoría de talentos que dirige el maestro Puyana. Fue a matricularse al conservatorio, pero ya no quedaban plazas. En su lugar, había hueco en el arpa. «No sabía ni lo que era, pero probé». Muchas horas de estudio después, la malagueña Carmen Escobar ha terminado el grado superior en Málaga con una nota de 9,23. Un casi diez que le ha valido el X Premio Fundación Musical de Málaga al Mejor Expediente Académico.
Es un reconocimiento al «sacrificio» que implica ganarse un espacio en la música, pero también un impulso para seguir mejorando. Valorada en 30.000 euros, se trata de la beca musical de mayor dotación del país, una inyección económica que para ella es vital. Estudia en París, «la cuna del arpa», un curso de dos años con la profesora Christine Icart. «Pero si no hubiera ganado, seguramente no hubiera hecho el segundo año, me hubiera vuelto a España», reconoce.
La beca le permitirá perfeccionarse en un instrumento «muy completo, polifónico y que se vale de él solo» para crear una melodía, y, pese a ello, muy desconocido. «Me encantaría que la gente lo considerara como un instrumento normal, que no se viera tan raro», afirma Escobar, la única arpista que se graduó en el Superior de Málaga en 2015. Todo lo contrario a lo que está viviendo en París, una ciudad en la que proliferan los cursos y las actividades en torno al arpa y donde siente la «competencia» entre instrumentistas de primer nivel llegados de todo el mundo.
En una orquesta
En un futuro se ve en una orquesta, pero es consciente de que no será nada fácil. Apenas salen plazas para arpistas en las agrupaciones (solo suele haber una frente a los más de 20 violines) y las formaciones exclusivamente de arpas son escasas. «Estamos condenados a ser un poco errantes, siempre de arriba para abajo», señala.
El arpa es ahora su prioridad, pero confiesa que tiene «el corazón dividido». Al mismo tiempo que estudia en París, se forma en flauta travesera en el ConservatorioSuperior de Málaga. «Y lo compagino como puedo. Allí cada siete semanas hay dos de vacaciones, y las aprovecho para venir a Málaga y dedicarme a la flauta», explica. Esta profesión «absorbe mucho» y no niega que hay momentos en que se plantea si «merece la pena» todo el esfuerzo, pero esas dudas se le pasan en cuanto se coloca frente al arpa y la música empieza a sonar.
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