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Treinta años de carrera y diez giras mundiales después, la artista y empresaria estadounidense empieza a dar muestras de flaqueza.
¿Resucitará Madonna?

¿Resucitará Madonna?

Lágrimas, tragos, peroratas soeces y retrasos sobre el escenario. Fuera, una competencia joven y feroz, y un hijo adolescente que no quiere volver a casa. La reina del pop parece haber entrado en barrena

icíar ochoade olano

Sábado, 26 de marzo 2016, 00:04

Hace la tira de siglos, en la Grecia anterior a Homero, un tal Hesíodo, poeta, escritor, rapsoda y sin duda hombre sabio, ya caviló sobre la fama y sus peligros, y concluyó que su peso, ligero al principio, acaba convirtiéndose en una losa difícil de soportar y, más aún, de descargar. Que se lo digan, con casi tres mil años de diferencia, a Madonna. La indiscutible faraona del show business mundial durante las tres últimas décadas con permiso de Beyoncé ha empezado a dar preocupantes muestras de flaqueza. La vigorosa, metódica e icónica artista acaba de rematar a duras penas Rebel heart (Corazón rebelde), su décima gira mundial, y lo ha hecho dejando tras de sí un reguero de fans cabreados y desconcertados por sus retrasos, sus lágrimas, sus tacos, sus salidas de tono, sus peroratas soeces y sus tragos presuntamente de alcohol sobre el escenario. Todo parece apuntar a que, a la insoportable presión de sobrevivir a la competencia despiadada que ejercen las aspirantes al trono femenino del pop igual de carnales, pero cada vez más jóvenes se suma su hijo Rocco, que le ha dado a probar de su propia medicina y a mamá le ha sentado como una patada en el hígado. Es lo que tiene la insurrección filial.

Todo empezó en los días previos a la última Navidad. Al parecer, el quinceañero, que se encontraba acompañando a su madre en la parte europea de la gira, tuvo una fuerte disputa con ella y, rebotado, cogió un avión y voló a Londres para refugiarse en brazos de su padre, el director de cine Guy Ritchie. Dada su negativa a abandonar el domicilio paterno, donde continúa atrincherado junto a la segunda esposa del cineasta y a tres hermanastros, la artista ha interpuesto una demanda en los juzgados. Quiere que se haga valer el acuerdo legal de su divorcio, firmado en 2008, por el que ella posee la custodia legal de Rocco, y que, de esta manera, el insubordinado muchacho regrese cuanto antes a su casa de Nueva York, junto a sus otros tres hermanastros. Dos, en realidad, desde que Lourdes León, la primogénita, se marchó a la universidad. Así pues, lo que parecía un previsible motín adolescente a priori, pan comido para la fogueada partisana ha derivado en lo que se prevé una cruenta batalla judicial, dada la hostilidad imperante entre los excónyuges.

Los tabloides ingleses y los portales estadounidenses sobre celebrities, que la vigilan con lupa para despellejarla en cuanto se descuida, han visto una mina en el conflicto familiar. Que si Rocco rehúsa volver con ella porque «le utiliza como un trofeo», que si es una «madre insoportablemente controladora», que si le «avergüenza su actitud de jovenzuela»... Titulares que atronan en las redes sociales y que han terminado por pasar factura a la madre, la artista y la empresaria. Su desgaste emocional ha sido apreciable desde que a primeros de años reanudó su tour en Estados Unidos, donde hizo esperar hasta tres horas a su público antes de empezar el show, lo que sublevó a parte de los espectadores, muchos de los cuales quisieron recuperar el dinero de la entrada. A su indignación radiada vía móviles, pronto se sumó la de otros presuntos seguidores de otras ciudades, que acusaron a la artista de protagonizar alguna de sus actuaciones en estado de ebriedad.

Según la misma prensa amarillista, en Oceanía, la siguiente y última escala de la gira, las cosas resultaron aún mucho peor. En Auckland, la cantante se rompió en pleno concierto y dedicó uno de sus temas a su hijo Rocco, del que dijo, entre lágrimas, «echo mucho de menos». En Australia, continente que no pisaba en veintitrés años y donde le esperaban como al mesías, volvió a retrasar sus apariciones. Además, en Melbourne ofreció un concierto melódico vestida de payaso y acompañada de la proyección de fotos de su hijo Rocco mientras bebía cócteles (o lo aparentaba), se caía de un triciclo (o lo aparentaba) y divagaba sobre su vida y, en Brisbane, para rematar, mostraba el pecho de una admiradora menor en pleno escenario al bajarle el corsé que llevaba.

Entre medias, algo nunca visto: Madonna replicando al aluvión de acusaciones vertidas a través de las redes. Unas veces, para defender su profesionalidad «es imposible afrontar bebida o drogada un espectáculo en el que canto y bailo durante dos horas y media», ha escrito; otras, para reivindicar la «compatibilidad de ser madre y artista a la vez»; y las que más, para mandar mensajes de añoranza y cariño a su pequeño rebelde. La ex de Sean Penn hace tiempo que lo tiene claro. Así como otros son víctimas del racismo, la xenofobia o la homofobia, ella lo es del «ageism», un vocablo de su cosecha que viene a significar discriminación por edad. Vamos, que no le perdonan que, a sus 57 atléticos años, siga mostrando piel con irreverencia.

El desnudo de Iggy Pop

Llegados a este punto, la pregunta parece irremediable. ¿La ambición rubia ha llegado a su ocaso? Ni sus admiradores, ni la crítica se ponen de acuerdo. «Acaba de hacer más de ochenta conciertos trepando por crucifijos, escaleras y mesas. No hay un solo vídeo en Youtube que muestre ningún error significativo en la realización de un espectáculo tan complejo». El que pone los puntos sobre las íes es el director de Jenesaispop.com, Sebas E. Alonso. Si bien admite que no atraviesa su mejor momento de popularidad, recuerda que su último isco ha vendido un millón de copias, que su gira se ha presentado ante un millón de personas y que ha recaudado más de 130 millones de dólares, por encima del jefe Bruce Springsteen y solo por debajo de los Rolling Stones y U2.

«Desde luego, estos no son los números de un muerto», ironiza el responsable del portal musical, al tiempo que recuerda que Iggy Pop, con diez años más encima, acaba de desnudarse y publicar un disco que habla sobre temas muy parecidos a los que plantea Madonna (retirada, lucha, resistencia o muerte) «y no va a vender un churro». «Es inquietante que él no llene titulares por lo acabado que está, cuando maneja cifras infinitamente más bajas que ella. Una de dos, o se espera demasiado de Madonna o es una víctima clarísimamente de misoginia», zanja.

Con otras gafas bien diferentes observa el productor discográfico Javier Adrados los últimos acontecimientos profesionales y personales de su admirada cantante . «Musicalmente, en los últimos años se ha obsesionado con seguir siendo la más moderna, cuando ya lo es ni siquiera Lady Gaga le podrá hacer nunca un centímetro de sombra, y se le ve perdida y, en ocasiones, haciendo el ridículo». El biógrafo de Mecano maneja una hipótesis que explicaría su declive. «Creo que erigirse en una diva gay ha sido una trampa para ella. Porque los gays nos creemos eternamente jóvenes. Y muchos ya no lo somos. Ella tampoco, aunque el mundo seguirá hablando de ella después de muerta».

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