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El cineasta Quentin Tarantino celebra el fin de la grabación de la banda sonora de su última película, ‘Los odiosos ocho’, junto al compositor, Ennio Morricone.
La factoría del pop sigue echando humo

La factoría del pop sigue echando humo

Ennio Morricone ha sido la última leyenda en grabar en los estudios Abbey Road de Londres. El corazón del sonido ‘beatle’ cumple 85 años

icíar ochoade olano

Jueves, 21 de enero 2016, 00:19

Su irrupción en el número 3 de Abbey Road para grabar su primer disco, a principios de los años sesenta, tuvo un impacto similar a la de los diputados debutantes en la primera sesión parlamentaria en el Congreso. Aquellos chicos salidos de La Caverna de Liverpool encarnaban la juventud insatisfecha, harta de las penurias económicas que había sembrado la postguerra y deseosa de abrazar la sociedad de consumo, el colorido y la psicodelia, en el contexto de un país sometido aún a las apreturas morales, estilísticas y emocionales del corsé victoriano. Tal es así que cuando el revolucionario cuarteto penetró en los estudios londineses, entonces llamados EMI (el sello al que pertenecían), los técnicos vestían batas blancas, americana y corbata, como pinceles resecos de laboratorio. Nadie allí podía saltarse la agarrotada pirámide jerárquica, dominada por viejos dinosaurios incapaces de comprender que había llegado un nuevo tiempo social y musical, y que había entrado por la puerta como una ráfaga de aire vigorosa y oxigenante.

Con la excepción del Move it (1958) de Cliff Richard and the Drifters, nunca habían producido rock and roll. En aquel inmueble georgiano de 1830 originalmente una casa de nueve dormitorios, que un siglo y un año después fue adquirido por la Compañía Gramófono para ser convertida en estudios de grabación, sabían más de otros ritmos menos prosaicos. Allí enlataba su trabajo la Orquesta Sinfónica de Londres; allí grabó Alan Blumlein, el inventor del sonido estéreo, Júpiter, la Sinfonía número 41 de Mozart; allí fue donde el chelista Pablo Casals se convirtió en el primer artista en registrar a Johann Sebastian Bach en concreto, sus Suites número 1 y 2 para chelo y allí fraguaron parte de su carrera el Fred Astaire cantante o Glenn Miller. Astros de una galaxia que quedaba muy lejana.

El templo sacrosanto del pop era un desalmado solar sin edificar cuando John, Paul, George y Ringo en realidad, Pete Best, el primer baterista, que duró un noticiario llegaron allí, el 6 de junio de 1962. Grabaron Bésame mucho, Love me do, P.S.I love you y Ask me why. Eran los entusiastas pinitos de la banda más influyente de todos los tiempos. Los escarabajos habían encontrado la matriz perfecta donde urdir y desarrollar su personal sonido y prácticamente toda su carrera, y los estudios, el embrión de la gallina de los huevos de oro.

En 1969, el fotógrafo Iain Macmillan terminaría por elevar los estudios de EMI a categoría de epicentro mundial del pop y centro de peregrinación al inmortalizar a los Beatles, en fila india, cruzando el paso de cebra situado frente al número 3 de Abbey Road para la portada del disco del mismo nombre. Para entonces, otra formación inglesa icónica, Pink Floyd, había adoptado esa dirección como su cuartel general creativo allí engendró, en 1973, el legendario álbum Dark side of the moon, alumbrando el camino a seguir a las estrellas de mundo del pop y del rock de todos los tiempos. Desde Stevie Wonder, Freddie Mercury, Alan Parsons, Michael Jackson, U2 y Iron Maiden, a Red Hot Chilly Peppers, Madonna, Oasis, Amy Winehouse, Taylor Swift y Lady Gaga en dúo con Tony Bennet. Todos quisieron registrar su música, tratarla y empaquetarla en el mismo labotarorio donde lo hicieron los Fab Four.

La última leyenda en pasar por allí ha sido el italiano Ennio Morricone con sus composiciones sinfónicas para Los ocho odiosos, un gélido western que firma Quentin Tarantino. Para ello, la productora alquiló la sala 1 de los Abbey Road Studios, un espacio de casi doscientos metros cuadrados y tecnología punta, donde se han trabado las bandas sonoras de las sagas de Star Wars, Harry Potter o El señor de los anillos. Es el último logro de unos icónicos estudios que, a sus 85 años, luchan por hacer valer su condición de institución musical, apenas un lustro después de que estuvieran a punto de desaparecer a causa de las deudas multimillonarias que asfixiaban a EMI. Los planes de venderlos a una empresa inmobiliaria decidida a poner en marcha allí una promoción de apartamentos de lujo, desencandenó una campaña social para salvar el histórico sitio. Al final, declarados como lugares protegidos por el Gobierno tanto los estudios como el paso de peatones la estadounidense Universal se hizo con sus riendas.

Desde entonces, la compañía ha realizado una fuerte inversión para actualizar sus instalaciones y sacar brillo a su pasado estelar como útero del sonido beat, algo que el desmantelado mercado discográfico, saqueado por la crisis y las redes sociales, no se lo pone tan fácil. «Hay otros estudios mejores, más accesibles y económicos. Ahora mismo, los neoyorquinos están baratísimos. Por eso, exceptuando a las grandes orquestas, los cantantes o grupos que se obstinan en grabar hoy en Abbey Road lo hacen por pura atracción mitológica. Es eso de sentir y de poder decir yo estoy donde se hicieron los gloriosos discos de los Beatles y de tanta otra gente cuando, en realidad, no es posible recrear su creatividad. Porque, aunque lo estudios están, faltan los técnicos que les ayudaron en aquel tiempo y su manera artesanal de trabajar».

El secreto del sonido beat

La explicación sale por boca de otro clásico del pop y del rok, el crítico musical Diego Manrique, quien recuerda cómo en el 62 se grababan con cuatro pistas en la actualidad, son al menos 72 y «en tres horas se liquidaban dos canciones, mientras que ahora en ese tiempo no se ha sacado ni el sonido de la batería». «Entonces los músicos eran soberbios y los técnicos sabían lo que querían; la tecnología era lo suficientemente manejable para que la música surgiera fresca, espontánea y natural», sintetiza el reputado periodista.

Geoff Emerick, uno de los ingenieros de sonido de los Abbey Road Studios de la época dorada, recoge en sus memorias aquellas sesiones, frente a la mesa de grabación, en las que tenía que recurrir a la imaginación y la destreza para complacer a los Beatles en sus peticiones, en ocasiones bizarras. Por ejemplo, cuando Lennon le pidió que su voz sonara «como mil monjes tibetanos en la cima de una montaña» o que extrajera de la guitarra «el sonido de una banda de gaviotas». «Para lograr el sonido grave de los discos de la Motown usé un altavoz como micrófono», revela en su libro.

Incapaz de reproducir el tono único de sus clientes más emblemáticos, Universal se propone dotar a su juguete de un sistema Dolby Atmos, una nueva forma de sonido envolvente diseñado para hacer películas de forma más inmersiva. De forma paralela, ha creado un instituto para formar a productores e ingenieros musicales, y se jacta de tener la mayor colección de micrófonos vintage y modernos del planeta, así como uno de los mejores equipos de recuperación de sonido del mundo. Un grupo de expertos se encarga de digitalizar grabaciones antiquísimas y limpiarlas. «Es verdaderamente mágico», da fe Manrique, quien se ha paseado varias veces por allí.

Sea sincero, ¿se estremeció ante el eco de tanta leyenda?

Bueno, la primera vez que fui aquello era muy cutre. Pedí ir al servicio. Solo había uno, el mismo que usó Lennon, je, je... Hay un punto de fascinación de fan que me temo es inevitable.

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