Daniel Barenboim dirigió un monográfico de Mozart en el Teatro Cervantes.

Barenboim, el triunfo de la convivencia

El maestro recibe la ovación de un Teatro Cervantes al completo al frente de la West-Eastern Divan Orchestra

Regina Sotorrío

Viernes, 30 de octubre 2015, 01:25

Le recibieron con aplausos, muchos aplausos;y le despidieron con una gran ovación de varios minutos, de las que se escuchan pocas en el Cervantes. El teatro, al completo, se rindió a Daniel Barenboim. Valoraban así su enorme solvencia a la batuta y la gran calidad de la West-Eastern Divan Orchestra. Pero en esos «¡bravos!» del público había algo más. El reconocimiento unánime a un proyecto que consigue que músicos llegados de pueblos históricamente enfrentados toquen juntos una misma sinfonía.

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Hasta tres veces salió el maestro argentino-israelí al escenario para agradecer el aplauso del Cervantes. Él, siempre contenido y cediendo el protagonismo al medio centenar de músicos sentados frente a su atril. No se quedó ni con el ramo que le entregaron: repartió todas las flores entre los jóvenes intérpretes. Porque el mérito de lo de anoche, sin duda, fue de todos.

La West-Eastern Divan Orchestra celebraba ayer en Málaga el 80 aniversario del nacimiento de Edward Said (1935-2003), el otro gran pilar de la Fundación Barenboim-Said que desde Andalucía (con el apoyo de la Junta) promueve la música para la convivencia entre árabes, israelíes y españoles. Un concierto extraordinario que la noche anterior se interpretó en Granada y mañana llegará a Ginebra que demuestra que las melodías no entienden de política ni de nacionalidades.

Para la ocasión, Daniel Barenboim ofreció un monográfico de Mozart. Sonaron tres sinfonías de su catálogo, las tres últimas que compuso el autor austríaco (la 39, 40 y 41); piezas habituales del repertorio pero que rara vez se interpretan en un mismo recital. Entre ellas, su famosa Sinfonía nº 40 en sol menor, reconocible desde los primeros acordes del movimiento inicial. Tras el descanso, llegó el apoteosis. Director de gestos controlados, nada excesivo tampoco Mozart lo exigía esta vez, Barenboim se mostró más enérgico que nunca en la Sinfonía nº 41 en Do mayor, Júpiter. Especialmente, en el último y vibrante movimiento. Si el maestro tenía ya ganado al teatro de antemano, su prestigio le precede, aquí lo conquistó sin fisuras. Los aplausos se extendieron durante minutos con el público en pie muchos extranjeros en las butacas y entre gritos de ¡bravo!.

Un éxito en lo musical y un triunfo también en lo social. Porque aunque Barenboim repite una y otra vez que esta no es una orquesta para la paz «La paz necesita otras cosas: justicia para los palestinos y seguridad para Israel», dice él, deja una puerta abierta a la esperanza: israelíes y árabes unidos pueden conseguir que en sus tierras también suene una música diferente.

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