
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Puntual, como quien llega a una entrevista de trabajo, el flamenco comienza a hacerse eco en los jardines de la Finca El Portón pasadas las ... 21.00 horas. Como maestra de ceremonias, con el talante que otorga el duende gitano y el corazón henchido, Rosario La Tremendita se arranca por seguidillas mientras los más rezagados ultiman sus cervezas en las mesas de la entrada al recinto.
Todo está preparado para el gozo, el encantamiento flamenco y el regusto del arte jondo interpretado por las nuevas generaciones, promesas de una escena que aunque se renueva lentamente, lo hace con paso firme. La sevillana fue la primera de un pequeño cartel en Alhautor que mueve a un público muy dispar: Israel Fernández y Cristian de Moret tomarían el relevo de la guitarra y el cante, aunque a La Tremendita aún le quedaba carrera para rato: «Qué ganas tenía de volver aquí y de veros entrar bajando por las escaleras mientras canto por seguidillas, el paseito que me estáis haciendo», comentaba jocosamente esta cantaora rompedora a los espectadores que se iban sumando al espectáculo.
Más allá de su distinguido corte de pelo, seña e identidad de la flamenca, su guía del cante tradicional hacia otras vertientes más electrónicas hacen de su arte una auténtica delicia para disfrutar bajo una noche en la que la ola de calor daba una pequeña tregua. Tras poner al público en pie con un carisma de armas (o instrumentos) tomar, un breve cambio de escenario trajo como viento fresco con la melena al viento al de Toledo, Israel Fernández: «¡Vamos con el arte!», gritó un matrimonio entre el público, expectante por que comenzara uno de los shows más esperados de la temporada. Y eso se demostraba en la grada, con 500 entradas vendidas para gozar con todos los sentidos de las mejores voces del flamenco actual.
Entre tema y tema, una anécdota digna de hacerse visible. La artista e ilustradora jerezana María Melero lleva decorando botijos (sí, botijos) desde el comienzo de este ciclo como presente a los que se suben al escenario: símbolo y muestra de la tradición con el fin de unir el arte a un utensilio que ya está en desuso. Y por si fuera poco, también se atrevió a decorar las sillas en la que los artistas se sentarían para su interpretación, un 'plus' de detallismo para no dejar escapar la oportunidad de unir dos disciplinas artísticas que juntas van muy bien de la mano.
De vuelta al semicírculo, lo de Fernández se puede transmitir con dos palabras: pureza y pasión, y no es de extrañar, porque lleva el flamenco en la piel y en la sangre desde que era muy pequeño. Cuando comenzó por soleás captó la atención de su público al instante, levantándose de la silla al terminar para agradecer y ver con claridad el auditorio, a pesar de que al comienzo dudaba el palo por el que empezar. Ya lo contaba a SUR la mañana anterior al concierto: el artista prefiere no armar 'setlist' ni planificar con antelación lo que hará en su concierto; simplemente, opta por prepararse para estar bien «físicamente y de alma».
No es de extrañar, porque la profunda ligereza con la que afronta los espectáculos tienen más de espontaneidad que de ensayo y preparación. Su público lo notó con creces, acompañando con halagos sus quejíos y los arpegios de Rubén, su compañero a la guitarra en una escena sobria y sin florituras. A Alhautor llegaba con 'Amor', su último trabajo con el que se reafirma en el panorama del flamenco, aunque el toledano poco asentamiento necesita: lleva desde que es un niño creciendo en una profesión que necesita constancia y una dedicación absoluta, algo de lo que se han percatado los mejores y más veteranos artistas de la escena, que ya le ficharon en sus compañías y espectáculos.
Con 'La amada', de su trabajo más reciente, ya tenía las palmas de los asistentes ganadas al compás de su cante y tradición: «Te quiero más que a mi madre y siento que estoy pecando. Mi madre me dio la vida y tú me la estás quitando», cantaba mezclando con una facilidad pasmosa muchas de esas poesías típicas del flamenco. «Ahora voy a cantar un fandango, se lo voy a dedicar a una pareja que no me cuerdo del nombre, pero que se van a casar», comentó el artista levantando las risas del auditorio, llevándose un fervoroso aplauso de todos de los que disfrutaron de su espectáculo como quien nunca vio nada similar; y no es para menos, la naturalidad con la que se expresa el artista en el cante es poco habitual y realmente extraordinaria.
Otro cambio de escenario muy raudo y breve sirvió como pequeño descanso mientras Cristian de Moret estaba entre bambalinas, preparándose para ser la voz que cerraría una noche flamante para un campo musical que está en auge. El onubense aparecía con una forma de interpretar flamenco muy peculiar: con guitarra eléctrica y looper con el fin de engrandecer los sonidos el género, llevándolos también a los escenarios del rock. Al cierre de esta crónica, al artista aún le quedaba fuelle para mantener expectantes a los espectadores de la grada, con una simpleza y complejidad para engrandecer la pasión de los tres que embellecieron anoche con su arte el ciclo Alhautor.
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