El debate sobre la separación entre la vida y la obra de un autor suele venir acompañado por el aparente desfase entre la supuesta sordidez de la primera y la valía de la segunda. De Pablo Ruiz Picasso a la última película de Woody Allen, ... lo biográfico se emplea a menudo para socavar lo artístico o, al menos, para proyectar una sombra. Ahora la Colección del Museo Ruso enfila justo el camino inverso, el que va de la fascinación por una vida a la presentación del trabajo artístico de su protagonista. Suecede con Nikolái Roerich, «artista, arqueólogo, viajero, escritor, filósofo y activista» así presentado en la pared inaugural de la muestra estrenada ayer en la filial malagueña.
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La personalidad expansiva de Roerich (1874-1947) cuajó en un humanismo que combina la historia con el misticismo, el rigor con la fantasía. Un espíritu indómito que viajó por varios continentes hasta que encontró su lugar en el mundo en los montes del Himalaya. Esos paisajes protagonizan el tramo final de la muestra titulada 'En busca de Shambala', un país inventado, un territorio imaginario que representa el afán del autor por una suerte de comunión universal.
Surge así la obra de Roerich como un puente entre lo terrenal y lo místico, entre Oriente y Occidente. Para ello, la filial malagueña se nutre de la donación de 424 lienzos y 126 dibujos que Roerich realizó al Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo, cuya vicedirectora, Evgenia Petrova, actúa como comisaria de la muestra que podrá visitarse en los pabellones de Tabacalera hasta el 1 de marzo de 2020 y que este domingo ofrece una jornada de puertas abiertas.
El artista y agitador cultural ruso bautiza además el Pacto Roerich, el acuerdo internacional en defensa del patrimonio incorporado a los tratados de la ONU y de la Unesco en 1935. Hasta llegar hasta ahí, el artista y viajero emprendió un largo periplo vital y artístico. De ambos da cuenta la exposición ahora inaugurada en el Museo Ruso, abierta con los comienzos de corte impresionista que ofrece, por ejemplo, 'Parque de otoño' (1900).
El peso del folclore en la obra de Roerich se hace evidente desde sus primeros pasos como artista. Sucede en la muestra con piezas como 'Ídolos' (1901) y 'La isla sagrada' (1917). Ambas obras comparten estancia en los compases iniciales de la muestra y sirven también para ilustrar el interés del autor por asuntos relacionados con la mística. «Le fascinaba la idea de que todos los pueblos y todas las religiones tienen una conexión y que pese a las migraciones y los cambios, la idea de que en la humanidad había una raíz común», sostenía este viernes Petrova sobre la muestra que cuenta con la colaboración de la Fundación Bancaria La Caixa.
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El electicismo de Roerich le lleva a combinar los pasajes dedicados a la historia militar rusa –ahí están, entre otros, 'Los visitantes de ultramar' (1902) y 'Visitantes extranjeros' (1901)– con el gusto casi esotérico que destilan piezas como 'Conjuro terrenal' (1907) o 'Alfombra mágica' (1939).
Eso sí, Roerich despliega toda su potencia plástica en los lienzos de gran formato y temática histórica y vernacular que protagonizan el tramo central del paseo. 'Sadko', 'Mikula Selianínovich', 'Volga Svyatoslávovich', 'El ruiseñor bandolero' e 'Ilyá Múromets' imponen sus grandes formatos, sus azules y ocres antes de que los pasos se encaminen a la quietud de los paisajes alpinos del Himalaya.
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Allí donde Roerich se retiró del mundanal ruido. Había encontrado, quizá, aquella Shambala que había visto en sus sueños.
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