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El fotógrafo Joel Meyerovitz se ríe como uno más de la familia gitana Escalona, que lo acogió en los 60. Marilú Báez

El Museo Picasso rescata el viaje del fotógrafo Joel Meyerovitz a la Málaga de los 60: «Me cambió la vida»

El artista neoyorquino exhibe por primera vez sus fotos en la ciudad a la que llegó de paso y en la que se quedó a vivir seis meses

Viernes, 14 de junio 2024, 16:06

En una de las imágenes está todo un país y una época condensada: en el centro un invidente sentando en un bar escucha el transistor mientras busca el rayo de sol que no ve pero siente; a su espalda, una cabra se sube a la ... escalera al ritmo de la trompeta de un gitano; a la derecha, una pareja atraviesa la escena en Vespa, y, en primer plano por la izquierda, unos niños pasan jugando y saltando como si hubieran salido del cole. Ese país de contrastes y de vida a pie de calle es el que encontró Joel Meyerovitz cuando llegó a Málaga en los 60 en su viaje fotográfico al viejo continente. Y aquí se quedó. Aparcó el coche, alquiló una casa y cenó cada noche en la casa de los Escalona, una familia de gitana y flamenca que se convirtieron en protagonistas de muchas de sus fotos. Unas imágenes que, junto al resto de sus retratos, se exhiben por primera vez en la ciudad que fueron tomadas gracias a la exposición 'Europa 1966-1967' que ha presentado este viernes el Museo Picasso.

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Joel Meyerovitz, cámara en mano también ha fotografiado a los reporteros que han acudido a su rueda de prensa. Marilú Báez

«Me presentaron a los Escalona la primera noche que llegué a Málaga y este encuentro fue tan profundo que me cambió la vida», ha explicado este viernes el propio 'Pepe', como le llamaba su familia malagueña, con los que se reencontrará esta tarde en la inauguración oficial de la exposición, después de que no se hayan visto desde la década de los 80, cuando volvió a la ciudad, con sus hijos. «Estoy emocionado porque Ana va a venir», dice el fotógrafo mientras señala el rostro de la hija de esta familia gitana. A sus 86 años describe la imagen como si fuera ayer, a la matriarca Remedios que cocinaba con carbón para 19 bocas y «dos extranjeros» -él y su mujer, Vivian-; a Antonio, el patriarca, o a Pedro, que se haría famoso tocando la guitarra y fue el primer maestro de Tomatito. «En esta foto también salen los vecinos, porque su casa era como un bar, la gente escuchaba flamenco y entraba», recuerda Meyerovitz, que también se quedó con la copla.

Imágenes en blanco y negro tomadas en Málaga por el fotógrafo neoyorquino. Marilú Báez

«El flamenco me educó», ha asegurado el fotógrafo que ha comparado lo que vio y vivió con la forma de vivir el jazz o el blues en su Nueva York natal

Aunque no podía entender la letra, no tenía problemas para sentir las alegrías y los quejíos. «El flamenco me educó», ha asegurado el fotógrafo que ha comparado lo que vio y vivió con el jazz o el blues en su Nueva York natal. «Los Escalona se autodenominaban 'negros' y nosotros éramos los payos, se sentían orgullosos de la diferencia dentro de la propia cultura española», ha asegurado el artista, que ha confesado que el barrio 26 de Febrero de Málaga en el que vivían sus anfitriones no era muy diferente del Bronx en el que él creció y vivió. «Era un barrio europeo de gente pobre y obrera, mis vecinos eran de Sicilia, Irlanda, Rusia, Ucrania o judíos alemanes que también hacían la vida en la calle», ha recordado Joel, que sintió aquella Málaga como un espacio familiar, pero a la vez fue un descubrimiento.

Málaga, en el Moma

«Las condiciones de los Escalona eran duras, pero tenían una filosofía maravillosa que consistía en apretarse el cinturón y apañárselas con lo que tenían», recuerda el fotógrafo que pasó un año en el viejo mundo, de los que seis meses fueron en Málaga. A su vuelta a Nueva York, aquel joven fotógrafo de 28 años realizó su primera exposición individual en el MoMA con el resultado de aquel viaje. De las 25.000 fotografías que tomó, exhibió 40 imágenes que mostraban Europa desde la ventanilla de su coche, desde Irlanda a Turquía, pasando por Gales, Gran Bretaña, Francia, Alemania y España. No faltaba Málaga, por supuesto, con una imagen denominada 'Mármoles', aunque en realidad el título es una licencia artística ya que la perspectiva desde el auto está tomada en la avenida de la Rosaleda, apuntando la cámara a un solitario peatón que pasa por delante del muro de contención del río, tras el que aparece al fondo la inconfundible fachada puntiaguda de la Iglesia de Fátima.

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Iglesias, ferias, casas o Martiricos captaron la atención de Meyerovitz en los años 60. Marilú Báez

Esta exposición iniciática de aquel viaje ídem se ha reproducido en el Museo Picasso más de medio siglo después, sirviendo además de centro a partir del cual se ordenan el resto de fotografías por países como si fuera un «laberinto», ha destacado Miguel López-Remiro, director de la pinacoteca malagueña, comisario y gran impulsor de esta exposición. De hecho, este es el primer montaje en el que el responsable artístico del centro ha dejado su huella, ya que la de María Blanchard que también se exhibe en la actualidad y la renovación de la colección permanente este mismo 2024 habían sido planificadas en la etapa del anterior director, José Lebrero.

La exposición también muestra la huella de Franco en las calles de Málaga. Marilú Báez

«Esta exposición es un metaviaje, un viaje del viaje en busca de la identidad de Europa que tuvo su epicentro narrativo Málaga», ha asegurado López-Remiro que ha estado acompañado de la delegada de Cultura de la Junta, Gemma del Corral. De hecho, la imagen de un volante en una foto de Meyerovitz fue lo que le llamó la atención al actual dirigente artístico del Picasso que rescató estas imágenes hace un lustro en una exposición en Valencia y ahora las ha convertido en su primer proyecto personal para su nueva etapa en el Palacio de Buenavista.

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Miguel López-Remiro, director del Museo Picasso, junto al fotógrafo neoyorquino. Marilú Báez

En total, en Málaga se pueden ver unas 200 fotografías de aquel viaje de 30.000 kilómetros, en el que tiene un protagonismo especial la ciudad y todo ese mundo que marcó al artista. Desde la presencia de la represión en las calles, con los grises y la guardia civil, a la vida despreocupada de la gente que va de compras, los tenderos que venden marisco o los niños que tiran piedras en la calle. Y el encuentro de esos dos mundos, con unos militares tomándose una cerveza malagueña y exquisita en la terraza de un bar, mientras un limpiabotas se afana en dar lustre a la autoridad. Unas imágenes maravillosas y naturales, que nos muestran además una Málaga casi desaparecida que viaja del blanco y negro al color. Metáfora simbólica de aquella España, pero también de un empeño personal del artista de dignificar la fotografía en color que entonces se consideraba popular y sin legitimidad artística.

«El misterio de Málaga que yo viví ya no es tan visible para los visitantes. Ahora son turistas viendo más turistas»

Joel Meyerovitz

Fotógrafo

Casi 60 años después, Joel 'Pepe' Meyerovitz ha vuelto con la cámara colgada al cuello. Retratando, entre otros, a los reporteros que han acudido a su rueda de prensa. No obstante, el fotógrafo no oculta que la ciudad que ha encontrado es muy diferente a la que dejó, perdiendo por el camino cierto sabor e identidad propia. «Se ha convertido en una ciudad muy turística y el misterio de Málaga que yo viví ya no es tan visible para los visitantes. Ahora son turistas viendo más turistas», ha confesado el neoyorquino que no ha ocultado cierta nostalgia por una época en la que «la gente se miraba a los ojos, se hacían gestos y había una especie de danza entre las personas que fluían por la calle».

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El misterio de aquella ciudad y aquel tiempo era tal que Joel pasó aquí seis meses y ni siquiera supo la casa en la que su ahora anfitrión, Pablo Picasso, había nacido en Málaga. Algo impensable hoy día, por lo que el fotógrafo ha pasado el testigo a una nueva generación que sepa usar los móviles para captar «con poesía» la ciudad actual. Lo que sí ha dejado claro es que este viaje de vuelta era necesario. «Agradezco volver al lugar en el que me descubrí a mí mismo hace más de 50 años. Regresar es como cerrar un círculo, el viaje de un chico de 28 años al hombre que soy».

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