![Muro de Berlín: una cárcel sin techo](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/12/09/186399149.jpg)
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EDUARDO LAPORTE
madrid.
Domingo, 10 de diciembre 2023, 01:00
La historia no tiene espóileres. Durante el periodo de entreguerras, pocos intuían que vivían en vísperas de otra guerra mundial. Aquella soleada mañana del ... 13 de agosto de 1961, en Berlín, pocos asumían que las madejas de alambre de espino que colocaban soldados de la Alemania del Este constituían el embrión de una estructura que separaría una ciudad durante casi treinta años.
En la exposición temporal itinerante sobre el Muro de Berlín (Fundación Canal, Madrid, hasta el 7 de enero), un cartel que refuerza una idea de que lo peor de un secuestro no es tanto la privación de libertad como la incertidumbre. «El Muro seguirá en pie dentro de 50 e incluso 100 años», decía Erich Honecker, empecinado presidente de la RDA, en enero de 1989. Quedaban apenas unos meses para su caída, pero nadie podía preverlo a pies juntillas. Como tampoco sabían aquellos alemanes de 1961 cuánto iba a durar esos primeros cierres de las líneas de metro y cercanías. Apenas unas semanas, aventuraban los vecinos del Berlín Este. Algunos no se arrugaban. «Surgirán brechas por las que colarse», dice una 'superviviente' en uno de los testimonios reunidos en la muestra.
A diferencia del levantado en torno a Gaza por Israel, o el que proyectó Trump (detenido por Biden), el muro de Berlín quería retener a la gente, no tanto impedir la entrada a extranjeros. Y lo consiguió. Si bien, unas cinco mil personas lograron escapar (merece la pena la película 'Viento de libertad'), logró frenar el trasvase de ciudadanos de la RDA a la RFA que se producía desde los años cincuenta, con casi los tres millones de autoexiliados. En 1953 hubo 408.000 cruces de frontera. En 1961, el año de construcción del Muro, 233.000 personas abandonaron la Alemania comunista, con evidentes síntomas de desgaste, por la promisoria Alemania Occidental. Las víctimas mortales por tratar de enfrentarse al muro se cifran en torno a 140.
Nada más entrar en la exposición, nos recibe una sección de muro, de 3,6 metros de altura y casi tres toneladas de peso. Un trozo de historia que el espectador se apresura a tocar con los dedos. Pero no tarda en aparecer un operario de la muestra para reprender al curioso visitante, recordando el celo de aquella Stasi que fiscalizaba cualquier movimiento de los ciudadanos de la RDA ('La vida de los otros') con ánimo represor. Es hormigón, no cristal de Murano. Lo natural es tocarlo. No en esta exposición.
Además de separar la ciudad en dos, encerraba a todo Berlín, hasta lograr aislar la parte no comunista dentro de la Alemania comunista. Todo ello como añadido a un muro que ya separaba las dos alemanias dentro del circuito del telón de acero. Vistos esos bloques imponentes, cuesta entender el éxito del espacio Schengen de libre circulación, cuyas bases se redactaron, en 1985, con estos muros bien arriba.
Hubo que sufrir 28 años de una nación partida, con su histórica capital separada por la ideología primero, por el hormigón después. En 1975 le dotaron de un revestimiento más fuerte capaz de aguantar impactos de coches y unos cilindros tumbados en la zona superior con sus correspondientes alambres de espino.
Hasta 1961, la división de Berlín en distintos sectores (bloque aliado con Reino Unido, Francia y EE. UU. al oeste y bloque gobernado por la URSS al este) se podía franquear del mismo modo que la línea amarilla que separa, en lo alto del monte Larrún, Francia y España. Un vídeo de la exposición muestra a unas niñas, con sus vestidos años cincuenta, saltar alegremente bajo la férrea mirada de un militar. Hasta que la soleada mañana del domingo 13 de agosto de 1961 se confirmaron los rumores que venían sonando desde principios del verano: el proyecto de levantar un muro que empezó con alambradas, que algunos se apresaron a sortear. En la muestra se puede ver la secuencia del famoso salto desertor de Conrad Schumann el 15 de agosto.
La vida empezó a cambiar. Sobre todo, la de los habitantes de las viviendas de la calle Bernauer, uno de los ejes cruciales de la ciudad, que quedó dividida de modo trágico. Llama la atención el rescate de un sencillo azulejo, verde botella con ribetes decorativos, de una de las casas que fueron demolidas. Familias burguesas que habían superado la Segunda Guerra Mundial veían cómo una amenaza aún más inimaginable se cumplía: la de ver derruida su casa y a sus vecinos de toda la vida separados por una pared erigida por quién sabe cuántos años.
Todos fueron víctimas, porque los berlineses del oeste también vieron rotos sus lazos con la otra parte de la ciudad. A veces, los vigilantes permitían el intercambio de notas. Se expone un papelito en el que una mujer del Este pide unas «medias, sin costura, no demasiado brillantes» que era difícil encontrar en el Berlín soviético. El 9 de noviembre de 1989 caería el muro para siempre, como informó Rosa María Artal en histórico directo, ofreciendo el ansiado final a aquel relato de opresión, fractura social y, sobre todo, incertidumbre.
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