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Escuela de Espectadores
Martes, 4 de febrero 2025, 11:10
El viernes 15 de noviembre, tras un día de retraso por la DANA, se estrenó en Málaga la primera producción de cuatro para esta temporada de Factoría Echegaray 2024/2025: 'La muerte de Christopher Reeve', una obra de teatro físico basada en el poema homónimo de Lidia Bravo, versionada y dirigida por el joven pero ya sólido director Pablo Beltrán. Esta adaptación escénica de una propuesta poética se pudo ver en el Teatro Echegaray durante dos semanas, entre el 15 y el 23 de noviembre, y, en Escuela de Espectadores-Factoría Echegaray, hemos realizado una crítica que aúna su recepción por parte de los espectadores que forman nuestra Escuela, analizando el proyecto durante cuatro sesiones de trabajo: análisis inicial del texto, asistencia al ensayo, ver la función junto con un coloquio posterior con el equipo artístico y hacer un balance final de lo visto junto a su director. Por lo tanto, lo que se recoge aquí, es el análisis crítico de 'La muerte de Christopher Reeve' realizado por los participantes de la Escuela.
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Carlos Zamarriego
En primer lugar es esencial dejar constancia de que 'La muerte de Christopher Reeve' no es un plato fácil de digerir en ninguno de sus formatos. La intensa complejidad de su versión literaria está latente en la propia estructura de su trasvase escénico pero, siendo el texto más críptico e inconcreto que la puesta en escena, los espectadores podemos reconocer retazos de los versos de Lidia Bravo en una propuesta escénica arriesgada que aboga por experimentar en los caminos de la poética contemporánea mediante un eclecticismo y una estética que, en ocasiones nos acercan a la esencia del poema y, en muchas otras, nos alejan de él. Aunque esta similitud entre la palabra escrita y el montaje escénico no es el aspecto más relevante en la dramaturgia realizada por Pablo Beltrán en la que, a gusto del espectador, el poema se nos queda de pre-texto para explorar la dualidad entre la realidad y la ficción, el cuerpo y la mente, la figura del hombre y su contraste con la de la mujer.
Asistiendo a este viaje de los sentidos que, en ocasiones, sorprende y atrapa y, en otros momentos determinados, sugiere pero no termina de asentarse en el cuerpo del espectador, podríamos decir que 'La muerte de Christopher Reeve' es más una oda a una especie de 'Alicia en el país de las maravillas' contemporánea que al propio Christopher Reeve, cuyo nombre es el eje central del título de la propuesta, puesto que, tanto en el poema como en la función a la que asistimos, su nombre sólo es un punto de partida efímero que da pie a todo un mundo subterráneo o, mejor dicho, submarino, de autodescubrimiento a través de lo físico en contraste con la emoción.
Destacan notablemente el intenso trabajo corporal de la actriz Alejandra Morón en su transformación de la protagonista en sirena y la riqueza ambiental que Fernando Rueda, actor y músico, genera con su saxo que, a la par que él, va mutando de instrumento a personaje conforme avanza la función. Ambos, con sus interpretaciones, generan una especie de distanciamiento mutuo que, intermitentemente, nos adentra y nos expulsa del sentimiento, hasta el momento final del montaje, en el que el acercamiento entre ambos adquiere relevancia y nos recuerda mediante un juego poético de improvisación los mecanismos de nuestro propio reconocimiento hacia el género contrario.
La dirección de Pablo Beltrán es osada, poliédrica e inteligente. 'La muerte de Christopher Reeve' deja constancia del conocimiento técnico y la capacidad creativa de este nuevo director al que, sin duda, volveremos a encontrar en los teatros. Destacan en su propuesta momentos como la escena del masajista chino, por su coordinación; la partitura de movimientos mediante la cual el personaje de la Mujer se hunde en el mar para convertirse en Sirena; su capacidad para generar atmósferas con una significación propia y, sobre todo, su apuesta por momentos de improvisación como elemento principal de un espectáculo vivo y cambiante, que refleja nuestra propia percepción del otro. Del mismo modo, y frente a una dirección, una interpretación y un diseño lumínico, por parte de Jorge Colomer, que evidencian el trabajo y el conocimiento que hay tras 'La muerte de Christopher Reeve', quedan en la sombra, para el propio espectador, elementos como la pecera, las proyecciones, la reiteración de movimientos, algunos efectos sonoros o la propia escenografía, que podrían haber tenido más relevancia en el conjunto y, en ocasiones, carecen de sentido frente a la propia imagen poética o la acción.
De 'La muerte de Christopher Reeve' sólo nos queda decir que ha sido un comienzo intenso de temporada para Factoría Echegaray, un reto para estos espectadores que, aún, estamos aprendiendo a enfrentarnos al hecho escénico desde una perspectiva más abierta y experimental. Pablo Beltrán nos ha enfrentado cara a cara con nuestros prejuicios y nuestra percepción más primitiva, la de abandonarnos a la escena para dejarnos llevar. Ha sido un placer adentrarnos en esta «bella pesadilla poética, escrita en un juego corporal escénico, en la que Hombre y Mujer se definen en escena».
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