![Los móviles del crimen](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202211/12/media/cortadas/cruce11-klwF-U180682560969Ny-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Cuando oigo hablar de los móviles del crimen pienso en teléfonos. Ayer iba conduciendo por la Avenida de Príes cuando tuve que dar un frenazo para no atropellar a una mujer que cruzaba de acera con el móvil pegado a la oreja y sin mirar ... a ningún lado. Tampoco iba por el paso de peatones sino por en medio de la calzada y tan ajena a la circulación como si paseara por el Parque. Una hora después fui al supermercado y en el mismo umbral de la puerta me atropelló un carrito de la compra que se dio a la fuga. El conductor no se disculpó, ni tan siquiera se detuvo un instante para preguntar si me había causado algún daño. El hombre estaba enfrascado en una conversación telefónica y siguió empujando el carrito como si participara en una carrera de obstáculos. Llegué a casa con un fuerte dolor en el costado izquierdo producido por el bólido. Me senté en el sofá con el tetrabrik de leche desnatada que acababa de comprar y con la mala leche reconcentrada en el interior del cuerpo, sobre todo en el costado derecho. Al cabo de un rato la zona del golpe cobró un tinte morado.
Cuando Clea regresó del trabajo, me dio un beso sin apartar la mirada de la pantalla del teléfono móvil. No dijo nada y yo preferí callarme. No sé el rato que estuvo tecleando esa especie de marcapasos que lleva siempre consigo, incluso cuando duerme. Después de hablar largo rato en silencio, me preguntó cómo había ido el día. No supe por dónde empezar y ella tampoco insistió. Oí un sonido sordo y Clea volvió a mirar la pantalla iluminada. Sonrió y tecleó de nuevo una consigna misteriosa. No quise pensar en los secretos que ese artefacto ocultaba. Luego la imaginación ya se encarga de revelarlos, lo único malo de la imaginación es que no conoce límites.
Yo también tengo uno de esos marcapasos que suele andar conmigo allí donde quiera que vaya, aunque apenas le hago caso. A veces oigo unas voces extrañas que surgen del bolsillo del pantalón. Me quedo paralizado hasta que descubro que el teléfono móvil se ha activado por algún motivo que desconozco. Entonces lo cojo y le callo la boca. Me entran ganas de tirarlo por la ventana, pero me contengo. Me da por pensar que el teléfono se aburre sin hablar con nadie y suelta soliloquios para romper la soledad y el silencio que se extienden por toda la casa. Antes me gustaba escuchar los sonidos del silencio, sin embargo ahora soy yo el que se queja de la misma incomunicación que Clea se ha lamentado siempre. Últimamente reconozco sentir celos del móvil que la acompaña a todas partes, pero no encuentro la manera de acabar con él sin despertar sospechas.
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