Ni el tiempo le hace caso a los barómetros ni los precios obedecen al ministro de Economía. Una vez más, las previsiones se cumplen mucho antes de lo previsto y en mayo ya se había superado el cálculo que el Gobierno había hecho para todo ... este derrochador año de Expo, de Olimpiada y de desprecio olímpico a los libros de contabilidad. El déficit público aumenta en la misma proporción que algunos superávit privados: el 55 por ciento en los cinco primeros meses del año. Algunos compatriotas se preguntan a dónde vamos a parar con estos administradores, pero hacen mal en preguntárselo: no vamos a parar. Dicen que la baja actividad de la economía agrava el desequilibrio de las cuentas del Estado, que son las cuentas de nunca acabar, y le echan la culpa al enfriamiento económico, que ha derivado en neumonía. La verdad es que el gasto público es el malo de la película. Supera el déficit esa cifra tan difícil de escribir sin aburrirse: el billón de pesetas, con be de barbaridad. Quiere decirse que si las naciones quebraran como quiebran las empresas, España estaría en bancarrota. Desde la Administración central a los ayuntamientos, pasando por las autonomías, se gastan lo que no tienen. ¿Cómo nos administran tan mal unos señores que son tan buenos administradores de lo suyo que en algunos casos ahorran al año más de lo que ganan anualmente? La repuesta está en el derroche y habría que declararlos pródigos. Tienen un agujero en la mano, en vez de una rosa. Hace mucho tiempo que los contribuyentes nos dimos cuenta de que el Gobierno no repara en nuestros gastos. Así no hay forma de establecer un plan de convergencia y donde vamos a converger todos es en la antesala de los prestamistas. Los precios siempre han sido unos insumisos, pero parece que en vez de disciplinarlos se les estimula a la rebelión, gastando y gastando a troche y moche, como si España fuera riquísima. Un día se van a ahogar, de tanto nadar en la abundancia.

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(Artículo de Manuel Alcántara publicado en Diario SUR el 26 de junio de 1992)

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