
El misterioso caso de Alekhine
Jaques, cuentos y leyendas ·
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El cuarto campeón del mundo de ajedrez simpatizó con los nazis y murió en circunstancias aún no esclarecidasmanuel azuaga herrera
Málaga
Domingo, 16 de febrero 2020, 01:59
Hablar de Alexander Alekhine (pueden encontrar su apellido castellanizado como Aliojin) es difícil. Es nombrar a uno de los más grandes personajes de la historia del juego ciencia. El jugador polaco Savielly Tartakower, conocido por sus aforismos y frases célebres, dejó escrita esta hermosa sentencia, a modo de eslogan: «Si el ajedrez es lucha, el mejor es Lasker; si es ciencia, el mejor es Capablanca; pero si consideramos el ajedrez como arte, entonces el mejor es Alekhine». Y es que sus arriesgadas combinaciones, su genio creativo, su afán de belleza, lo convirtieron, a principios del siglo XX, en uno de los primeros representantes del estilo de ataque, un rasgo muy del gusto del aficionado. «El ajedrez no es para mí un juego, sino un arte, y me hago cargo de todas las obligaciones que eso implica», comentó Alexander. Y, quizás influenciado por su amigo Marcel Duchamp, añadió: «Todo ajedrecista destacado y con talento […] tiene la obligación de considerarse a sí mismo un artista». Su talante agresivo en el tablero lo llevó a lo más alto. Desde 1921, el cubano José Raúl Capablanca se había mostrado inexpugnable gracias a su juego escrupuloso, posicional y tranquilo, hasta que en 1927 nuestro protagonista le arrebató la corona de campeón del mundo. En 1935, Alekhine perdió el número uno frente al holandés Max Euwe, pero dos años más tarde lo recuperó y ya no volvió a perderlo. Murió en posesión del título en circunstancias extrañas: lo encontraron sin vida en la habitación de un hotel de Estoril. Y todo indica, pese a la versión oficial (muerte por asfixia), que pudo ser asesinado.
Alekhine nació en Moscú, en 1892, en el seno de una familia adinerada. Su padre fue diputado de la Duma y su madre, la heredera de un acaudalado fabricante textil. Algunas fuentes indican que fue ella quien enseñó a sus hijos a jugar al ajedrez en casa. Otras apuntan a la abuela, señalando que la madre era alcohólica y se desentendía de la educación de su prole. En cualquiera de los casos, fue una figura femenina la que trasmite la pasión por el juego. Al parecer, Alekhine aprendió a mover piezas junto a su hermano mayor, Alexei, a los siete años. En 1902, fue testigo de una exhibición de simultáneas que ofreció el estadounidense Harry N. Pillsbury, quien se enfrentó con los ojos vendados a 22 rivales. Alexei logró hacer tablas y a Alekhine le impresionó tanto esta hazaña de su hermano que decidió entregarse al estudio del noble juego. Mucho tiempo después, ya campeón del mundo, Alekhine emuló a Pillsbury y jugó a la ciega, en Chicago, contra 32 rivales, donde estableció un nuevo récord en esta llamativa (y difícil) modalidad.
Su progresión como jugador fue espectacular. En 1914 participó en el torneo más fuerte jamás celebrado, el de San Petersburgo, donde se reunieron los mejores ajedrecistas del momento. La clasificación final anticipó, curiosamente, quiénes serían los próximos campeones del mundo, toda vez que Lasker (vigente campeón) se proclamó vencedor, seguido por Capablanca (segundo) y por Alekhine (tercero). El último zar de Rusia, Nicolás II, premió a los cinco primeros clasificados del torneo con el título de gran maestro, una distinción que hoy seguimos reconociendo como el máximo rango competitivo y que tiene su origen en aquel certamen.
El estallido de la Primera Guerra Mundial sorprendió a Alexander en Mannheim (Alemania), mientras disputaba un torneo con otros miembros de la delegación rusa. La competición se suspendió y a los jugadores extranjeros los llevaron ante la policía. Alekhine tenía una fotografía en la que posaba vestido con un uniforme universitario, lo que provocó que lo confundieran con un oficial ruso. Fue detenido. Lo trasladaron, con el resto de sus compañeros, a una prisión alemana. Para colmo, las anotaciones de las partidas que habían tomado durante el campeonato se interpretaron como extraños mensajes secretos, así que acabaron todos entre rejas acusados de espías. Alekhine compartió celda con su amigo Yéfim Bogoljúbov. Y como no tenían piezas ni tableros, jugaron a la ciega.
Aclarado el entuerto, Alexander pudo regresar a Rusia, pero la vida lo fue poniendo en un jaque perpetuo. La revolución bolchevique le trajo serios problemas. En Odesa, lo acusaron de colaborar con el Ejército Blanco, fuerza armada contrarrevolucionaria. Durante una redada policial de la Checa, Alekhine fue arrestado y sentenciado a muerte. La leyenda aquí fabula con que el propio León Trotski lo visitó mientras esperaba su ejecución. Se cuenta que jugaron una partida de ajedrez y, al ver que Alekhine intentó ganarle, Trotski decidió liberarlo. Pero el autor y traductor Antonio Gude, al que siempre hay que acudir como fuente veraz, documenta otra versión más prosaica: «…pocas horas antes de que lo ejecutaran, un maestro y famoso compositor de problemas [de ajedrez] de la ciudad, YakovVilner, le envió un telegrama al presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo en Ucrania, quien resultó que conocía a Alekhine, y ordenó su liberación».
En abril de 1921, Alexander logró obtener un permiso para salir de Rusia. Los bolcheviques habían acabado con el patrimonio de la antigua nobleza, también con el de su familia. Casi arruinado, en compañía de su segunda esposa (tuvo cuatro a lo largo de su vida, todas mucho mayores que él), recorrió distintas ciudades europeas mientras jugaba algunos torneos. Su intención era quedarse en Francia y dedicarse en exclusiva al ajedrez. El gobierno francés se lo permitió, pero bajo la promesa de que no hiciera propaganda comunista. Fue entonces cuando desafió por primera vez a Capablanca, recién coronado, y lo retó a luchar por el título mundial.
Alekhine se proclamó nuevo campeón en Buenos Aires, en el año 1927, en un duelo que se celebró a puerta cerrada, sin fotógrafos ni espectadores, aunque con una expectación mediática sin precedentes. Antes del inicio de la contienda, el jugador austriaco Spielmann auguró que el aspirante no ganaría una sola partida. Sin embargo, tres días antes del triunfo final, oliéndose la corona, Francia reconoció a Alekhine como ciudadano francés. La última de las treinta y cuatro partidas que se disputaron se aplazó hasta el día siguiente, pero el cubano, con una posición indefendible, publicó una carta en la que daba por zanjado el enfrentamiento: «Mi carrera se ha marcado por una parábola que curva hacia abajo desde mi encuentro con Lasker». Y definió a Alekhine como «un gran jugador que honra al título». Sin embargo, estos fueron los últimos gestos públicos de cordialidad entre ambos, pues, desde entonces, no se dirigieron la palabra. Capablanca pidió una y mil veces una revancha, pero Alekhine (quien, en su calidad de campeón, podía elegir aspirante, lugar y condiciones económicas) siempre prefirió rivales más débiles, entre ellos, su antiguo compañero de celda, Bogoljúbov, a quien ganó sin dificultad hasta en dos ocasiones.
La historia de la corona de Alekhine la hemos contado al principio. La perdió y la recuperó frente a Max Euwe, quizás el campeón más educado de la historia. Por aquellos años, Alexander empezó a jugar en compañía de un gato siamés, de nombre 'Ajedrez'. No solo adoraba a su mascota, sino que sabía que Euwe era alérgico a los felinos. Por lo demás, el alcoholismo fracturó su salud y era casi habitual que se presentara a exhibiciones y simultáneas borracho como una cuba. Pero su peor pesadilla estaba aún por llegar. Cuando los alemanes entraron en Francia, Alekhine temió por las posesiones de su cuarta esposa, Grace, una mujer tan rica que tenía un castillo en Normandía. Así, a cambio de protección, aceptó cooperar con los nazis, a tal punto que publicó seis artículos antisemitas en los que habló de la existencia de un tipo de ajedrez judío (cobarde) y otro ajedrez ario (valiente). Tiempo después, Alekhine negó su autoría: «Fue un estúpido periodista».
Me pongo en contacto con el escritor italiano Paolo Maurensig, autor de 'Teoría de las sombras' (Gatopardo Ediciones, 2017), extraordinaria novela de ficción inspirada en la vida (y muerte) de Alekhine, y le pregunto a bocajarro sobre estos hechos: «No creo que colaborara; a lo sumo, simpatizaba. Sus decisiones no eran ideológicas, sino por conveniencia, aunque no por ello menos deplorables».
Terminada la guerra, la mayoría de los jugadores de nivel, casi todos judíos, vetaron la participación de Alekhine en los torneos, a pesar de ser el campeón. Y así fue cómo Alexander acabó refugiándose durante casi tres años en la España de Franco (gracias a las gestiones burocráticas de Francisco Ojeda, director de la revista 'Ajedrez Español'), para más tarde cruzar a la vecina Portugal.
A comienzos de marzo de 1946, Alekhine recibió un telegrama en el Hotel do Parque de Estoril, donde se alojaba. La Federación Británica de Ajedrez había decidido celebrar un nuevo duelo por el título de campeón del mundo. Se proponía que el aspirante fuese el ruso Mijaíl Botvinnik. Tras varias misivas, Alekhine aceptó la oferta y se puso a preparar un encuentro que, por desgracia, nunca jugó. La mañana del 25 de marzo, un camarero (me ciño a la versión oficial) lo encontró muerto en su habitación, la número 43. El médico Antonio Ferreira certificó que la defunción se debió a la asfixia que le produjo un trozo de carne, pero existen distintas hipótesis sobre lo que realmente sucedió. Se publicaron dos fotografías de Alekhine sin vida, sentado en un sillón, delante de una mesa con el menaje de la cena de la noche anterior, el abrigo puesto… y un tablero de ajedrez. Sin embargo, en una de las imágenes aparece un periódico doblado sobre una bandeja, a la derecha, y en la otra no. Le pregunto a Maurensig qué opina de todo esto: «Cuesta imaginar una actitud tan tranquila en alguien que se está muriendo asfixiado. Todo nos lleva a pensar en una farsa. Y después, aunque muchos años después, está la revelación del doctor Ferreira, el médico que estuvo presente en la autopsia». En efecto, Ferreira contó muchos años más tarde que Alekhine había sido asesinado a tiros y que el cuerpo se encontró en la calle, enfrente del hotel.
Miguel Ángel Nepomuceno, mi amigo Nepo, lleva tres décadas trabajando sobre la biografía de Alekhine. Él tiene la autopsia en su poder (nunca publicada) y entrevistó a varios personajes clave en este enigma. Le escribo, un poco obsesionado con el tema. «Yo no tengo la certeza, pero pudo ser baleado. Tengo una carta manuscrita del camarero que lo recogió en la calle. Y las fotos son un montaje, de eso no hay duda. Pero mi último descubrimiento, Manuel, es que Alekhine era un espía de Franco. Hubo varias reuniones entre personajes del franquismo, cineastas y Alekhine en un céntrico hotel de Madrid».
La confesión de Nepomuceno me deja paralizado. Me pongo a buscar más información. Le vuelvo a mandar un correo. Dos. No puedo dormir. Entonces doy con una imagen antigua del Hotel do Parque de Estoril. Para mi sorpresa, el suelo del hall es como un gran tablero de ajedrez.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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