Mijail Botvinnik, el patriarca del ajedrez y el martillo
Cuentos, jaques y leyendas ·
Dio comienzo a la hegemonía soviética de campeones del mundo. El régimen comunista contribuyó a ello y apostó por él como modelo de superhombreCuentos, jaques y leyendas ·
Dio comienzo a la hegemonía soviética de campeones del mundo. El régimen comunista contribuyó a ello y apostó por él como modelo de superhombremanuel azuaga herrera
Domingo, 23 de enero 2022
Leningrado. 1925. Misha, un chico de 14 años recibe una llamada de teléfono. Al otro lado del auricular el mensaje es directo: «Mañana vas a jugar contra Capablanca en una simultánea». Capablanca es el campeón del mundo. El chico encaja la noticia como una orden, ... cuando debería sentirla como un regalo. «¿Podría conseguir una invitación para que acuda mi hermano?», pregunta Misha. Al día siguiente, Misha se viste con una camisa nueva marrón que la madre le ha comprado para la ocasión. No hace tanto, la misma madre solícita se enfadaba si veía a su hijo delante de un tablero: «¿A quién quieres parecerte, a Capablanca?», le gritaba. Pero las cosas cambian y la vida siempre coloca las piezas en su casilla correcta. La exhibición es un espectáculo sin precedentes que congrega a treinta jugadores locales. Misha es el más joven. Capablanca concede ocho empates y pierde cuatro partidas. Una de ellas levanta al público de sus asientos. La de Misha. El campeón del mundo aún está aturdido: «Este chico juega con la confianza de un maestro. Llegará lejos», dice. El hermano de Misha sonríe con orgullo. Aún no sabe que el pequeño Misha, Mijail Botvinnik, se convertirá en el primer campeón ruso de la historia, en el patriarca indiscutible del ajedrez soviético.
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La vida, obra, figura y sombra de Botvinnik son inabarcables. Es un personaje tan monumental como controvertido, querido y odiado a partes iguales. Indiscutible en el tablero. Para entender su legado y poner en contexto lo que representa Botvinnik para la historia del juego-ciencia, es obligado leer sus memorias, 'Achieving the aim' (1978), y el delicioso capítulo que Genna Sosonko le dedica en 'Siluetas del ajedrez ruso' (2001). Un rasgo inconfundible de Botvinnik, la cicatriz de su carácter, era su disciplina de hierro. Todos los días, sin excepción, caminaba 10.000 pasos. Fue el primer gran maestro que incorporó el cuidado del estado físico como una parte fundamental del entrenamiento del jugador profesional. Mijail presumía de no haber fumado nunca, salvo unos meses en las noches de juventud. Tampoco tomó alcohol. Durante las partidas tomaba café o zumo de grosella negra con limón. Y chocolate. Su droga era el chocolate. Quizás lo tomaba para endulzar su mal temple, su incorregible aspereza.
Hijo de una familia judía acomodada, Botvinnik creció entre lujos, desgracias y privaciones. «Mis padres estaban en contra de que yo jugara al ajedrez», confesó. Mijail y sus hermanos tenían prohibido hablar en yiddish. Botvinnik describió a su padre, Moses, como «alguien capaz de agarrar por los cuernos a un toro y tirarlo al suelo». Debido a un extraño envenenamiento, Moses perdió todos los dientes. Entonces decidió que se convertiría en mecánico dental. Y así fue como conoció a Shifra, dentista, con la que se casó y formó una familia. Vivían en la calle más elegante de la ciudad, en una casa de diecisiete habitaciones, con criada y cocinera. Hasta aquí el cuento parece pintado al óleo, pero a partir de 1920 pasó a carboncillo. Botvinnik tenía nueve años cuando su padre los abandonó para casarse con una mujer de la nobleza. «Fuimos muy pobres: mi madre estaba enferma y mi padre nos daba 120 rublos mensuales, una suma muy, pero que muy modesta», recordó Misha. En aquellos momentos, Botvinnik aún no había entrado en contacto con el juego del ajedrez.
Fue Lenny Baskin, un amigo de su hermano, quien le enseñó a mover las piezas, ya con 12 años. Luego vino todo de golpe: la proeza contra Capablanca, sus primeras victorias en torneos, la ascensión meteórica. Botvinnik daba la talla de un joven que asombraba por lo metódico, por la solidez y la profundidad de sus análisis. En sus propias palabras: «Un jugador de ajedrez debería analizar por sí mismo, y mucho, porque nada puede reemplazar el análisis». Lo admirable fue que, en sus inicios, Mijail no tuvo entrenador. «Lo aprendí todo de los libros», solía decir. En Leningrado, el afamado ajedrecista Peter Romanovski se había convertido en el preceptor de los nuevos talentos soviéticos. Los jóvenes que destacaban pasaban por sus manos. Todos menos Botvinnik. «Yo no iba al club de los alumnos de Romanovski, por eso me aborrecía. En general, las relaciones con él fueron difíciles», reconoció Misha.
En su camino autodidacta Botvinnik fue ganando fama de jugador huraño. Con solo 20 años logró el primero de sus seis títulos nacionales, una gesta sin precedentes. Hay que subrayar que Misha fue simpático a su manera, con quien quiso y como quiso. Fiel al régimen comunista, pronto se convirtió en el estandarte del ajedrez soviético. Nicolái Krilenko era el hombre al que Stalin había encomendado la tarea de hacer del ajedrez una seña de identidad patriótica. Y Krilenko, un tipo oportunista, vio en Botvinnik el modelo perfecto del prohombre comunista, el hijo del pueblo al que debían convertir en campeón del mundo. En 1933, Botvinnik viajó a Checoslovaquia para enfrentarse a Salomon Flohr, uno de los jugadores más fuertes del continente. Hasta entonces, ningún ruso había competido fuera de los dominios de la Unión Soviética, pero con Misha hicieron una excepción. El Kremlin quería medir la verdadera naturaleza combativa de su adalid. Y Botvinnik no defraudó: hizo tablas tras doce partidas. Puedo imaginar el rostro de hiena de Krilenko, satisfecho por haber elegido a Misha, al «nuevo hombre soviético» que estaban buscando.
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Poco después, Botvinnik conoció a la bailarina Gayane Davidovna, el amor de su vida, «una morena ardiente de ojos negros, esbelta y elegante». Misha le pidió matrimonio, aunque le advirtió de que los hombres en su familia se quedaban calvos muy pronto. También le habló del «carácter insoportable» de su madre como futura suegra. A Ganochka aquellas ocurrencias debieron hacerle gracia porque se entregó en cuerpo y alma a la causa ajedrezada de Botvinnik. Tuvieron una hija, Olga, quien muchos años más tarde echó la vista atrás y recordó pasajes íntimos muy reveladores: «Ella amaba mucho a mi padre y lo trataba con un cuidado conmovedor. Diseñó, no sin humor, un «Plan de clases del chico más inteligente del mundo: Misha Botvinnik». Ahí estaba todo: cuándo debía sentarse en el escritorio, cuándo caminar, cuándo ir a la cama». Ganochka acompañaba a Botvinnik a los torneos. En casa, ella ponía la radio a todo volumen; a veces pasaba la aspiradora y, a un lado del tablero de entrenamiento, colocaba un cenicero con dos o tres cigarros encendidos. El objetivo era simular las condiciones reales de una partida y muchos de los rivales de Misha hacían ruido o fumaban mientras jugaban.
El plan del simulacro casero funcionó. En Nottingham (1936), Botvinnik logró un triunfo importante, empatando con Capablanca. Supongo que ambos hablarían de aquella primera simultánea que jugaron en Leningrado. En el prestigioso torneo de AVRO (1938), Misha no ganó, pero nos regaló una obra maestra. Al lector aficionado le recomiendo que revise el duelo Botvinnik-Capablanca de la ronda 11 del certamen. Algunos hablan de esta partida como una obra renacentista. De repente, la jugada de un alfil blanco (30. Aa3!!) solo es comparable a la sensación de contemplar la Capilla Sixtina. Realmente es una partida hermosa, de principio a fin. Una joya.
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La cosecha de resultados fue tan exitosa que desde el Comité Central del Partido Comunista empezaron a mover piezas para enfrentar a Botvinnik al campeón del mundo Alexander Alekhine, al que se le consideraba un traidor del régimen que jugaba con bandera francesa. Pero Alekhine, ya lo saben, murió en extrañas circunstancias y dejó la corona sin dueño. Por eso la FIDE organizó, en 1948, un torneo entre cinco de los mejores jugadores del momento, para resolver de una vez quién sería el sucesor de Alekhine. El legatario fue Botvinnik. Gracias a este triunfo, Misha se convirtió en el primer campeón ruso de la historia y dio comienzo a una larga hegemonía de campeones soviéticos que duró hasta 1972, con la aparición estelar de Bobby Fischer.
Sin embargo, el título de campeón Botvinnik siempre estuvo bajo sospecha. Los rivales de Misha fueron los rusos Paul Keres y Vasili Smyslov, el holandés Max Euwe y el estadounidense de origen polaco Samuel Reshevsky. El campeonato se celebró en dos fases: La Haya y Moscú. Acabada la primera vuelta, Botvinnik se colocó líder, seguido de Reshevsky. Entonces viajaron a Moscú y desde las más altas esferas políticas se sugirió que los jugadores rusos perdieran o hicieran tablas en sus partidas contra Misha. Un anciano Botvinnik, poco antes de morir, recordaba el episodio: «Stalin lo propuso personalmente. ¡Pero por supuesto me negué! Era una propuesta ridícula, hecha solo para menospreciarme como futuro campeón mundial. En algunos círculos, la gente prefería a Keres. Algo indecente porque, durante mucho tiempo, yo había demostrado que en ese momento era más fuerte que Keres y Smyslov».
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Lo cierto es que la KGB dio la orden. Aunque también es cierto que Botvinnik era el mejor. Según el prestigioso autor británico Kennet Whyld, Paul Keres le dijo que, en puridad, no se le ordenó perder. Se le dio una instrucción más amplia en el sentido de que si Botvinnik no era campeón, no debía ser por su culpa. La misión era evitar a toda costa que el campeón fuera Reshevsky, el abanderado del capitalismo. Supongo que por la cabeza de Paul Keres rondó el recuerdo de su amigo Vladimir Petrovs, ajedrecista letón acusado de antisoviético, sentenciado a diez años de trabajos forzados y enviado al gulag de Vorkutá, donde murió. De las cinco partidas que jugaron Botvinnik y Keres durante el campeonato de 1948, Keres perdió las cuatro primeras. La única victoria llegó en la última ronda, con todo decidido a favor de Misha. Por su lado, Smyslov no ganó ninguna.
En 1951, Botvinnik revalidó su título de campeón mundial. Empató contra David Bronstein en otro duelo de intrigas y amenazas de gabardina. Bronstein dijo: «No tenía interés alguno en vencer. De algún modo, me frené a mí mismo». Más tarde, Botvinnik perdió el título contra Smyslov (1957), pero lo recuperó de inmediato (1958). Lo mismo le ocurrió contra Mijail Tal, el mago de Riga, con quien cedió (1960) y se redimió (1961) en un pestañeo. Así, el reinado de Botvinnik, si no consideramos estos intervalos, fue un reinado largo que duró hasta 1963, cuando cayó derrotado a manos de Tigrán Petrosián, máximo exponente de un estilo ultradefensivo y posicional. «Con Petrosián no tuve relaciones», se sinceró Misha. «Se comportó de una manera bastante impropia durante nuestro 'match'».
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Arrebatada la corona, Botvinnik creó una escuela de tecnificación por la que pasaron muchos jóvenes ajedrecistas. Dos de ellos protagonizarían, años más tarde, una historia gloriosa: Kárpov y Kaspárov.
Mijail Botvinnik, el gran patriarca del ajedrez soviético, falleció en Moscú el 5 de mayo de 1995. Hoy toca honrar su memoria. Si encuentro cómo hacerlo, prepararé un zumo de grosella negra con limón. Después saldré a caminar. Y tomaré chocolate, para endulzar el mal temple.
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