Miguel Delibes de Castro, biólogo: «A mi padre le hubiera encantado la lucha de Greta Thunberg, pero no sus maneras»

«La Tierra nos va a obligar a que cambiemos de grado o por fuerza», asegura el investigador de CSIC, que este jueves analiza en la Térmica los desafíos del planeta

Martes, 17 de mayo 2022, 23:59

Uno inventa historias. El otro siempre parte de hechos probados. Uno es escritor, el otro científico. Lo que para uno es el escenario de sus novelas, para el otro es el objeto de sus investigaciones. Pero el fondo es el mismo: la devoción de ambos ... por la naturaleza. El biólogo Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947) heredó esa pasión de su padre, un ecologista adelantado a su tiempo al que le dolía profundamente el campo. Juntos hablaron largo y tendido sobre los desafíos del planeta, unas conversaciones que en 2005 plasmaron en un libro donde el también investigador del CSIC respondía con la ciencia a las inquietudes de Miguel Delibes padre. Lo llamaron 'La Tierra herida' (aunque el novelista prefería 'La venganza de la Tierra') y en el subtítulo lanzaban una pregunta: '¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?'. Delibes de Castro actualiza la respuesta 17 años después en una charla en La Térmica (19 de mayo a las 18.00 horas).

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-Han pasado más de quince años desde que publicara 'La Tierra herida'. ¿El mundo es hoy peor que entonces?

-Los datos objetivos sí que indican que la situación de salud del sistema Tierra ha empeorado. Sigue calentándose, los niveles de contaminación han aumentado, somos más gente, consumimos más… Pero algunos datos subjetivos son más esperanzadores, como que la juventud esté más concienciada. Eso permite, dentro de un escenario pesimista, alentar el optimismo.

-Entonces, ¿hay esperanza para nuestros nietos?

-Tenemos la obligación de creernos que todo puede mejorar. Si cediéramos a la tentación de decir 'la suerte está echada', todo iría a peor. Me preocupa el mundo que vivirán mis nietos cuando sean mayores, pero tengo esperanza en que se pueda arreglar.

-En eso se diferencia de su padre. Tengo entendido que él tendía hacia el pesimismo.

-Mi padre forzaba las cosas desde el lado del pesimismo, pero yo creo que para darse alguna esperanza. Decía 'esto no tiene solución', para que alguien le dijera que sí la había. Era pura ansiedad por buscar una salida. A mi padre le daba la impresión de que siempre hacíamos demasiado poco para mejorar la salud de la Tierra.

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«Los seres humanos somos una plaga consciente de que lo somos»

-¿Vivimos como especie por encima de nuestras posibilidades?

-Lo cierto es que la especie humana ha escapado de sus límites biológicos. Si llamamos posibilidades a lo que éramos capaces de hacer hace mil años, estamos por encima. Eso nos lleva a ser tantos y con tantas demandas que agotamos el planeta en el que vivimos. De alguna forma somos una plaga consciente de que lo somos: sabemos que somos demasiados, que exigimos demasiados recursos, que contaminamos demasiado y, entonces, podemos ponernos límites a nosotros mismos. Esos límites son las normativas, los convenios ambientales, que no hacen más que sustituir los límites naturales que teníamos antes por unos límites legales que nos autoimponemos. Somos una especie consciente de que estamos demandando de la Tierra más de lo que nos puede dar.

-¿La Tierra se nos ha quedado pequeña?

-Efectivamente. Se puede entender así o lo contrario: hemos crecido demasiado. Es intentar mantener a los 20 años el traje de la Primera Comunión. Aunque podemos sacarles las costuras y desdoblar el fondo del vestido, si nos lo intentamos poner en la boda, reventará. Es lo que está pasando.

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-Una de las soluciones sería adoptar un consumo sostenible. Pero, ¿cómo se convence a la gente para que renuncie a ciertas comodidades?

-La Tierra nos va a obligar a que cambiemos de grado o por fuerza. De grado sería que nos pusiéramos de acuerdo y, en muchos aspectos, lo vamos entendiendo: la mayor parte de nosotros derrochamos menos agua que antes y tendemos a reciclar los residuos. Pero si no conseguimos hacerlo, el cambio climático, los grandes huracanes, las sequías tremendas y las borrascas inesperadas nos obligarán a cambiar porque no quedará más remedio.

«El desafío no es solo aprender a vivir con menos, sino generar una economía del no crecimiento»

-Durante los momentos más duros de la pandemia dio la sensación de que las personas habían conectado con la naturaleza de forma especial. ¿Aquello fue un espejismo?

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-Me gustaría pensar que no fue un espejismo, fue una enseñanza, una manera de percibir que con menos cosas de las que tenemos actualmente podíamos ser razonablemente felices, que salir a dar un paseo por el campo era una alegría y no hacía falta ir a consumir a unos grandes almacenes. Aprendimos que se podía vivir de otra manera, lo que pasa es que el sistema económico, en cuanto mejoraron un poco las cosas, no exigió volver a lo de antes y con más fuerza para recuperar los niveles de consumo. El desafío no es solo aprender a vivir con menos, que creo que individualmente lo podemos hacer, sino generar una economía del no crecimiento donde no sea necesario consumir cada vez más para que el sistema funcione.

-¿Se puede entender esta pandemia como una reacción de la naturaleza a los desmanes del hombre?

-Creo que es una fórmula fácil que algunos de mis colegas conservacionistas han usado, pero me parece ventajista. Es casi 'pararreligioso', es sustituir a Dios por la naturaleza. Decir que la naturaleza nos castiga por portarnos mal… No creo que sea así. A ella en el fondo le da igual. Seguirá habiendo naturaleza con una Tierra cinco grados más caliente donde nosotros apenas podamos vivir o producir suficiente para comer. Ella no es consciente. Cuando hicimos el libro, mi padre quería titularlo 'La venganza de la Tierra' y yo no acepté porque le decía que la Tierra no tiene conciencia y no es vengativa.

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-Su padre, por su carácter, hubiera llevado mal esta situación pandémica.

-A medida que te vas haciendo mayor, te vas haciendo más pesimista. Y creo que interiorizas que, aunque las cosas mejoren, tú ya no las vas a ver. De pronto empieza una guerra en Europa, hay una crisis energética y del transporte, desabastecimiento… y a los 75 años tienes la percepción de que es el comienzo de ese fin del mundo que te da miedo. Los mayores vivimos peor esta situación. Mi padre tendría ahora 101 años y lo llevaría fatal, tendría la sensación de que el mundo iba a explotar. Ya la tenía con 85 años, porque fue una época de incendios forestales y olas de calor en verano. Él tenía la sensación de que podía morir quemado en la casa de verano de Burgos donde vivíamos. Le daba miedo el calentamiento global.

«El animalismo no es una forma de ecologismo»

-Era ecologista sin saberlo, sin ponerse la etiqueta.

-Era mucho más un hombre preocupado por la naturaleza que un ideólogo de la conservación de la naturaleza. Él era muchos 'ismos', porque era humanista, igualitarista y también ecologista. Pero ante todo era un hombre muy sensible ante el deterioro de la naturaleza.

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-¿A su padre le hubiera caído bien Greta Thunberg?

-Creo que le hubiera encantado la lucha de Greta Thunberg pero le hubiera echado para atrás su manera de manifestarla, su personalidad exigente. Iba poco con mi padre que una niña de 15 o 16 años chillara... Le hubiera gustado que dijera 'no hacéis nada', pero que fuera tan rotunda en la forma de expresarlo le hubiera echado un poco para atrás.

-Si no se grita, no se escucha.

-Pero esas son las contradicciones que tenemos las personas. Mi padre en el libro me decía 'tenéis que gritar más, ser más rotundos'. Pero luego el ruido excesivo no le gustaba. Mi padre nunca fue adalid de las multitudes, era más de grupos pequeños, de hablar en voz baja. Cuando se protestaba contra Franco y le mandaban una carta para firmar con 20.000 personas, él decía que prefería hacer una ella solo o con otros amigos.

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«Estoy de acuerdo con Garzón, pero un ministro tiene la obligación de ser más prudente que yo en sus declaraciones»

-¿Se puede ser ecologista sin ser animalista?

-Se puede y, casi si me apuras, se debe. El animalismo no es una forma de ecologismo, es otra ideología que se acerca a los animales otorgándole unos derechos y una sensibilidad que el ecologista con mucha frecuencia no defiende. Los ecologistas, en general, luchamos contra las especies que llamamos invasoras, aunque nos gusten mucho. Aunque me gusten las cotorras, entiendo que Málaga estaría mejor sin ellas. Los animalistas defienden que tienen derecho a existir y creen menos en los problemas ecológicos que plantean.

-¿Siente que la caza está siendo atacada por el Gobierno por esa Ley de Bienestar Animal?

-Me gustaría pensar que no. Es una actividad económica importante que bien realizada puede acercar a la naturaleza. Pero es también una actividad que se está desnaturalizando, como muchos otros aspectos que se llevan a cabo en el campo. Criticar las macrogranjas de decenas de miles de animales no es criticar la ganadería, es criticar un tipo de la ganadería. Y criticar algunas formas de caza como negocio con animales que se crían en granjas y se sueltan, no es criticar la caza.

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-Por lo que dice, entiendo que está de acuerdo con las polémicas declaraciones del ministro Garzón sobre las macrogranjas.

-Yo estoy de acuerdo con su idea de fondo, pero pienso que un ministro tiene la obligación de ser más prudente que yo en sus declaraciones. Me gustaría que los miembros del Gobierno hablaran por la voz del Gobierno y no que cada uno dijera lo que piensa. Yo puedo decir que habría que cerrar fábricas o reducir el número de autopistas para mitigar el cambio climático; pero un ministro no lo puede decir si no tiene buscada una alternativa. Creo que los ministros a veces son imprudentes en sus declaraciones aunque tengan razón en lo que declaran.

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