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El juicio a La Manada significó un punto de inflexión, un paso clave en el difícil camino de convertir en delito lo que hasta ahora había sido costumbre. Y marcó también un antes y un después para él. En pleno ruido mediático por el caso ... de la violación en grupo de una joven en las fiestas de San Fermín, Miguel del Arco se puso al frente de la recreación teatral de lo que sucedió en aquella sala del tribunal en 'Jauría'. Una ficción documental que le hizo replantearse su propio papel en una sociedad que ha alentado que sean ellas las que se protejan, las que no salgan solas, las que no inciten al hombre. 'Jauría' se verá este domingo en el Cervantes (18.00 horas), el mismo escenario donde se coronó como la obra de la temporada en la gala de los Max con dos prestigiosas manzanas (a mejor espectáculo y mejor versión).
Con el inconfundible sello de Kamikaze Producciones, 'Jauría' llega a Málaga en un momento difícil para la compañía, a solo dos semanas de cerrar definitivamente las puertas del Pavón Teatro Kamikaze de Madrid por la desidia institucional. Un escenario privado con vocación de espacio público, consagrado al riesgo y a la dramaturgia contemporánea, al que no han podido salvar ni el respaldo de los espectadores ni un Premio Nacional de Teatro. «Pero no queremos matar al proyecto, está absolutamente vivo», apostilla uno de sus impulsores.
–Abordar un tema tan delicado como el juicio a La Manada era asumir un gran riesgo. ¿Por qué le interesaba contarlo?
–Para el teatro que yo hago necesito estar concernido con el tema que tengo entre manos. En este caso, era un clamor en la calle. Estábamos bombardeados por las noticias de una manera brutal, fue un caso súper mediático que dividió a la sociedad y que requería una reflexión al respecto.
–Los actores han reconocido lo duro que fue ponerse en la piel de los acusados. ¿A usted le dejó también tocado esta obra?
–Sí, fue un proceso apasionante pero muy duro. Tengo que reconocer que yo llegué al proyecto con la certidumbre de ser un hombre progresista, profundamente feminista y que estaba a salvo de una serie de patrones. Pero a la hora de adentrarnos en el tema, a todos los hombres que componíamos el equipo se nos empezaron a caer muchas fichas. Tiene que ver con una premisa que puse de partida, que era no alejar a esos cinco individuos de nosotros. No tildarles enseguida de monstruos, pervertidos o salvajes. Lo que les propuse es 'busquemos cuánto de La Manada hay en cada uno de nosotros'.
–¿Y lo hay?
–Es que La Manada es una parte de la sociedad. No es un hecho aislado, no es un perturbado. Estos cinco individuos son cinco hombres jóvenes que hasta día de hoy siguen pensando, y mucha gente con ellos, que lo que hicieron no era delito. Eso forma parte de un caldo de cultivo de una sociedad machista que a lo largo de todos estos siglos ha permitido, alentado y justificado este tipo de comportamientos. Esto al final está en nuestro ADN, en nuestra educación. Incluso en hombres que pensábamos que éramos feministas. Muchas de las preguntas que yo tenía al principio eran del tipo 'joder hija, ¿por qué te quedaste sola?', 'joder hija, ¿por qué te fuiste con ellos?, 'joder hija, ¿por qué te metiste en ese portal?' Y todo eso aparecía de una manera casi lógica. Simplemente hace falta hacer el pensamiento de ponerlo en primera persona: ¿qué hubieras hecho tú como hombre si hubieras tenido ganas de fiesta, como ella tenía? Como me decía la fiscal del caso, Elena Sarasate, ¿qué mujer puede pensar que te van a meter dentro de un portal para violarte? Es terrible. Eso nos hace mirar con carácter retroactivo nuestra participación en esa patente de corso que tienen los hombres en las fiestas cuando media el alcohol y cómo educamos a nuestras hijas para que sean ellas las que tengan cuidado, las que no se queden solas, las que no inciten al hombre...
–¿Usted es diferente después de 'Jauría'?
–Absolutamente. Ha cambiado mi perspectiva de género. Muchas veces también caía en esta cuestión del cansancio, de '¡joe, qué pesadas estáis!'. Siempre he estado rodeado de mujeres muy militantes y en esas discusiones que se provocan en la sala de ensayo me sentía un poco acorralado. Y ahora soy mucho más militante, mucho más consciente de la gigantesca diferencia que hay entre géneros. La madre de la víctima me decía que había cargado con un complejo de culpa tremendo, planteándose si ella era responsable por haber educado a una hija libre en lugar de a una hija segura. Y eso es terrible.
–¿Cree que este caso ha dejado alguna lección en la sociedad?
–Sí, hay un antes y un después. Funciona como un aviso para navegantes: Hagáis lo que hagáis no vais a salir impunes. Eso ya marca una diferencia porque hay gente que solo funciona a golpe de sanción. El caso de La Manada se ha repetido durante muchísimo tiempo, en todas las fiestas que hay por España donde la gente se vuelve loca. Lo que pasa que hasta ahora parece que se tenía que permitir, que eran cosas de chicos. A partir de ahora eso cambia. Es muy complejo convertir lo que ha sido una costumbre en un delito, y ese es el paso que aquí estamos dando.
–Imagino que recibir el apoyo del sector con dos Max reconfortaría también a la víctima.
–La relación con la madre y con la víctima ha sido maravillosa, y nos ha marcado todo el recorrido. Creo que todo lo que ha pasado con esta obra ha tenido un punto de catarsis para ellas.
–¿Cómo se explica el cierre del Pavón Kamikaze tras cinco años de éxito, un Premio Nacional y el apoyo del sector?
–Cómo se explica... Discutir la necesidad de apoyo institucional a la cultura en unas sociedades fuertemente afianzadas en una conciencia neoliberal es bastante imposible. No entro ni a discutir. Cuando alguien me dice que si nosotros no hemos sido capaces de hacer funcionar un negocio, se cierra como cierra un restaurante o un bar, es difícil entrar en conversación. La cultura no se mide por ahí y en otras partes de Europa, como Francia o incluso Portugal, eso no se discute. Nuestro sistema de producción no es un sistema al uso de un teatro privado. Alentamos la creación como si fuéramos un teatro público, con lo cual nunca vamos a ser rentables, ni queremos serlo. Queremos la pluralidad de voces, el estreno de riesgo de autores y autoras contemporáneas... El público ha venido al teatro, pero no ha sido suficiente. Tenemos un alquiler absolutamente desmesurado. Lo que pedíamos es uno de esos espacios públicos que están muertos de risa, vacíos y generando gastos, donde podamos asentar esto para seguir incidiendo en esta mezcla de lo mejor de lo privado con lo mejor de lo público. No hemos podido.
–Esto en otro país no hubiera sucedido.
–Ya te digo yo que no. Este proyecto no era una necesidad de perpetuarme. Yo vivía mucho mejor antes de tener el Pavón. A nivel económico ha sido una ruina para nosotros. A nivel artístico ha sido entusiasmante por la cantidad de voces diferentes que ha aglutinado. Nuestra intención era regalarlo a la ciudad, que quedara asentado un proyecto que el público ha hecho suyo de una manera brutal y que tiene reconocimiento en el Observatorio de la Cultura junto a instituciones con presupuestos con los que ni siquiera soñamos. Ahí es donde tiene que aparecer la valentía política de decidir que este proyecto merece la pena, es necesario y debería tener ayuda pública. Ningún político se ha sentado conmigo para decir 'qué podemos hacer para sacar esto adelante'.
–¿Ya es tarde para cualquier ayuda?
–Ahora mismo salimos del Pavón porque es imposible nuestro mantenimiento allí. En el momento en el que encontráramos un espacio alternativo, evidentemente el proyecto volvería a ponerse en marcha. No queremos matar al proyecto, está absolutamente vivo.
–¿No está cansado ya de ser un kamikaze?
–No, porque yo creo que eso lo llevo en el ADN. Pero tampoco tengo yo la conciencia de ser un kamikaze. Es solo que aparecen las cosas y uno se atreve o no se atreve. Es una cuestión de seguir con ese impulso. Hay cosas que me cuestan ya un poquito más, seguir martilleando con los políticos me produce cierta pereza. Pero si mañana tuviéramos la posibilidad de seguir con el proyecto en otras circunstancias, pues volveríamos a empezar. Me tomaría un trankimazin y allí que me iré a ver a los políticos de turno. No todos son iguales, pero hay una línea que los achata a todos: la forma de hacer política en este país no es nada kamikaze, no se atreven a nada, es cortoplacista, sin una visión de país ni de lo que quieren hacer.
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