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Microrrelatos SUR III Premio Pablo Aranda: textos del 16 de julio

Microrrelatos SUR III Premio Pablo Aranda: textos del 16 de julio

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SUR

Domingo, 16 de julio 2023, 00:15

  1. Francisco García Castro

    El método

¿A dónde iremos mañana? ¿De dónde volveremos mañana? Preguntaba cepillándose su melena cana.

  1. Marisol Rodríguez Guzmán

    Otra dimensión

Entro en la habitación de mi madre y veo a alguien acostado en su cama. No es ella, la he visto antes en la cocina atendiendo a la familia, que ha venido a verla. La persona que está en la cama se levanta, y para mi asombro compruebo que es mi padre, aunque no lo entiendo, hace más de un año que ha muerto. Aun así, no estoy asustado y me da mucha alegría verlo. Le pregunto que hace aquí, pero no sabe responderme. Después me voy al salón y le comento a mis hermanos que he visto a nuestro padre, ni siquiera me oyen. En la casa hay mucha gente, todos van de aquí para allá, no sé lo que están celebrando, cuando de forma inesperada advierto que hay un retrato encima de una corona de flores. El de la foto soy yo.

  1. José Francisco Paz Baeza

    El chavea espetero

Cada tarde, el pequeño Miguel se sentaba con su abuelo Paco junto a la barca. Era emocionante ver cómo las sardinas se doraban en el crepitar de las brasas. Pero el sumun era observar a su abuelo, curtido por la mar, como acariciaba, con devoción, las cañas para orientarlas hacia la brisa.

Un día, Paco sorprendió a «miguelito» con un espeto que había preparado especialmente para él. El niño, vibrante, aferró la caña con sus pequeños dedos, colocó las sardinas sobre el fuego y las orientó con determinación . Paco apenas disimuló unas lágrimas orgullosas de su chavea espetero. Aquel espeto le supo a gloria bendita.

De repente, las olas se aquietaron para ser testigos mudos de aquel vínculo mágico, a través de las sardinas, entre abuelo y nieto, entre espetero y aprendiz.

En la mar chicha, el astro rey reflejaba una sonrisa cómplice.

  1. Elisabeth Carrasco Nuñez

    A fuego lento

Compré la olla de cocción lenta aquella misma tarde. Según el vendedor era perfecta para sopas, guisos y cortes duros. Justo lo que necesitaba. Doré la carne con las verduras y las almendras, y rehogué con el vino preferido de mi marido. Se cocinó toda la noche. Al llegar mi suegra, preguntó por su hijo. La senté a la mesa y le escancié el Gran Arzuaga de 2018, como hubiera hecho él. Inquisitiva, volvió a preguntar. Enseguida estará contigo, le dije, y entonces le serví la carne cocinada a fuego lento.

  1. Francisco Rodríguez Criado

    La explosión

El día en que el abuelo dejó su casa del pueblo, la que había sido su hogar desde que se casó, y se vino a vivir con nosotros, tuvo la mala suerte de que encendió la radio de papá (muy antigua, de válvulas, la joya de la corona de su colección) justo en el momento en que explotaba una botella de gas propano en la vivienda de al lado. Además de graves desperfectos en el piso, el hijo pequeño de los vecinos sufrió quemaduras de tercer grado en una mano.

–¿Creéis que algún día sabrá perdonarme este chiquillo? –solía preguntarnos el abuelo, sollozando de culpabilidad, cuando coincidíamos con el niño en el ascensor y este pulsaba con su dedito el botón del tercer piso.

  1. María Eugenia González Cortés

    La mejor persona del mundo

Abrió Instagram y se topó de nuevo con su nombre en el titular de un periódico local. No pudo sino esbozar una sonrisa melancólica y, entonces, recordó aquella anécdota. Maru, te va a llamar alguien, le he dado tu número y necesita algo de ayuda. En pocos días, la anunciada llamada. Desde el otro lado del teléfono me pedían consejos para montar un congreso sobre inmigración, el tema de mi tesis doctoral. ¡Qué joven parece! -recuerdo que pensé-. A los pocos días supe, por casualidad, que ese tal Pablo no era otro que el que daría la bienvenida a nuestra feria de Málaga como pregonero. No era más joven, por qué pensaría eso… Pero sí muy humilde y desprendía frescura.

Posiblemente, la mejor persona del mundo

  1. Francisco José Carrasco Canalejo

    El último pensamiento

Tardé mucho en saber lo realmente importante… Sabía que llegaba mi fin. Mi miedo se transformó en paz interior porque por fin conocía el verdadero sentido de todo: «Hay VIDA antes de la muerte».

  1. Nicolás Lara Cerezo

    El sueño

El escritor no se siente realizado, sueña con ser el único personaje de un microrrelato publicado en el periódico cuyo argumento lo imagine el lector.

  1. Carlos Buj Muriel

    Fatalidad

Vivo en un quinto piso sin ascensor. Siempre que llego al pie de la escalera procuro afrontar el ascenso con optimismo. Los pisos son como los días de la semana. Se empieza un lunes pero uno sabe que más tarde o más temprano llegará el viernes. Esta tarde no es diferente a otras. Al llegar a la primera planta pienso en una cerveza bien fría. En la segunda, me planteo empezar ese libro de Joy Williams que acabo de recoger en la librería. En la tercera, imagino una cena italiana. Un piso más arriba, escucho una llamada imaginaria, la de Marta, que me dice, hoy te he echado de menos más que nunca. Al llegar a mi apartamento, me ducho, pongo algo de música. Pronto compruebo que he olvidado cerrar el coche y el lunes aparece otra vez, al pie de la escalera, con su gesto desafiante.

  1. Ricardo Rubio Carmona

    Manos

En el sofá, mientras la TV emitía los anuncios de final de película y como por casualidad, su mirada se tropezó con una de sus manos, la izquierda. La miró con detenimiento: la palma, el dorso…, otra vez la palma, otra vez el dorso, los dedos estirados, los nudillos. Giró la muñeca y con los dedos flexionados se miró las uñas, primero las del índice, la del corazón…, la del meñique. Después la del pulgar. Qué bien recortadas estaban, parecían de manicura. Un tanto perplejo levantó su otra mano, la derecha, a la altura de sus ojos, junto a la izquierda. Observó con detenimiento el dorso que, a diferencia de la otra, presentaba algunas manchas marrones cerca del nacimiento del pulgar. Se miró la palma, la línea de la vida, los pliegues de los dedos… Pero…, pero si: ¡Estas manos no son mías! Exclamó.

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