Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 22 de julio

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Lunes, 22 de julio 2024, 00:12

  1. Isabel García Viñao

    Inseparables

Me presento y les invito a que conozcan algunas de mis características físicas y personales. Mi nombre es Rocío, tengo las piernas cortas, los ojos color de miel, el pelo pelirrojo y rizado, la nariz pecosa pero, lo más significativo es que me considero fiel. Me encuentran guapa y me echan piropos. Soy inseparable de Lucas, llevamos doce años juntos y la verdad es que no tenemos ninguna queja el uno del otro. Antes, cuando regresaba del trabajo, siempre me decía «Rocío, querida, ven que vamos a dar una vuelta». Ahora sus expresiones han cambiado, pero sigue siendo muy amoroso conmigo y me llama: «Ven». Eso sí, da unos golpecitos en sus piernas para que no me despegue de ellas. A mí me gusta más llamarme Rocío que Ven pero qué le vamos a hacer si su hija dice que ha perdido la memoria. Los guaus míos le hacen sonreír.

Publicidad

  1. Inma Gómez Palma

    La Huella Amenazante

Descubrí que había vuelto a huir de aquel monstruo de manos terroríficas cuando, sentí que mi maltrecho cuerpo yacía sobre un charco sangriento, en un lúgubre y siniestro callejón.

  1. Alba García Pérez

    El bar llameante

Esa mañana de periódico y café había comenzado distinta, a pesar de ser yo él único cliente del bar, el camarero aún no había salido a la terraza para atenderme. Tampoco se había acercado el cocinero con el que solía conversar, así que, impaciente, fumaba cigarro tras cigarro. Pude presenciar cómo la gente que paseaba alrededor me miraba y se susurraban al oído acelerando su paso. Todo este nerviosismo era por la presencia de un hombre situado justo detrás de mí. Su aspecto era espeluznante y sostenía un plato en el que solo había unos cuantos palillos. Arrojé el cigarrillo encendido al suelo, me acerqué a él y pregunté:

–Si regalaste muestras de comida y ya no quedan, ¿por qué sigues de pie?

–Jamás hubo ni habrá nada en este plato ni en este bar, el cual quemaste conmigo dentro.

  1. Paula Giglio

    Juegos

Clara corría por toda la casa con una muñeca en la mano. No había terminado de tomar su café con leche; la medialuna por la mitad sobre la mesa y la televisión encendida con dibujos animados. Detrás corría su padrastro. Su madre había salido a hacer unas compras y no tardaría mucho en volver. «¡Te agarro, te agarro!», gritaba él. Clara corría hacia su escondite. Cuando entró a la pieza, cerró la puerta, se metió debajo de la cama y apretó la muñeca con fuerza, como si fuera a ahorcarla. No quería jugar con él. No quería que ese hombre volviera a tocarla.

  1. Gustavo Aliaga Rodríguez

    En cámara lenta

Cuando el cameraman dijo: «¡Al ralentí, al ralentí!», no lo entendí del todo; y no es porque no supiera qué quiso decir, sino porque cada intento por salvar la escena, conteniendo a esas bestias, había sido inútil. La película era sobre una historia de amor, de esos amores que vencen a la muerte. La escena final se filmó en aquella montaña: una pareja reencarnaba en un par de camélidos para cumplir su promesa de vivir juntos.

Publicidad

Pero la realidad es el más cruel de los directores de cine. En pleno rodaje, uno de los animales empujó al otro, y este lo embistió con furia. Nada pudimos hacer; ambos se tenían un odio visceral.

Cuando proyectaron el final ¡al ralentí!, esos auquénidos estaban acariciándose como si se hubiesen amado toda la vida. Por eso te digo lo que te dije, muchacho: El amor es el odio en cámara lenta.

  1. Juanma Velasco Centelles

    Minucias

Mujer, treintañera larga. Apenas maquillaje, holgada de vestimenta, larga de cuerpo, bajo el tacón, neutra de cromatismos, exenta de anillos, sin aparente necesidad de sobresalir.

–El currículo es abrumador –distiendo.

Publicidad

Ella replica que espera que no sea factor de contrapeso negativo. Le ratifico que no, que en esta empresa sólo priman la igualdad y el talento.

–...si estás aquí es porque he valorado tus méritos, no para trasladarte su exceso –añado.

Capitaneo los RRHH de una firma de dos mil trabajadores y he sustituido mis sentidos por escáneres. Podríamos llamarlo instinto.

No la interrogo, conversamos. Sin trasladárselo todavía, he decidido adjudicarle el puesto. Se produce natural. Sin enfatizarse, sin arrogarse constancia o disponibilidad. Tras otros diez minutos de intercambio le comunico que el puesto es suyo. Le solicito el DNI. Demuda el rictus y zozobra de sílabas.

Publicidad

–Sé que figura Carlos, todavía; pero aquí no tenemos en cuenta esas minucias.

  1. Miguel Morató Miguel

    La alianza

Quedada de amigotes. Un pis. Subí la bragueta y el anillo brilló. Intenté quitármelo, pero estaba aferrado como un árbol a la tierra. Lo giré y tiré fuerte. Salió despedido y cayó al váter. Metí la mano en el agua amarilla y, a tientas, lo encontré. Lo cogí pero la mano quedó atrapada, como la del mono que agarra el arroz en la jaula. El sudor empapaba mi camisa blanca mientras aflojaba los dedos para liberarme. Tiré con fuerza pero la mano seguía atrapada. Oí el ruido de una burbuja que explotaba y noté una corriente fría. Algo me rozó la mano y chillé. Tirábamos del anillo y seguí gritando, mientras mi corazón saltaba por la boca. Me mordió y lo solté. Saqué la mano, dejando un rastro rojizo en la taza y en el suelo. Salí del baño, apretando la mano. Junto a las llaves descansaba el anillo, brillando.

  1. Pedro Pérez Ramírez

    El pan en el armario de mis padres

Mi madre tenía una figura de cerámica, a la que tenía un cariño especial; a mí me parecía horrible. Un día, yo tendría unos cinco años, estaba solo en casa, la figura cayó al suelo y se hizo trozos. Recogí los trozos y los escondí en un cajón del armario de mis padres. Al hacer hueco al fondo del cajón encontré un trozo de pan envuelto en un trapo, estaba duro como una piedra. Me extrañó este hallazgo; lo dejé en su sitio junto a los restos cerámicos y a nadie pregunté nada. Durante un tiempo estuve intrigado con este tema. Años después, cuando faltaban unos días para la boda de mi hermana, mi madre cogió un trozo de pan, lo envolvió en un trapo y se lo dio a mi hermana mientras le decía «guarda esto en un cajón para que nunca falte pan en tu casa».

Publicidad

  1. Carmen Isasi Martínez

    La inmune

Nadie se libró del contagio. El comienzo era un ansia que empujaba a la gente a la montaña, lejos de la población. Algunos, antes de enfermar, narraron haber visto horrores de rostros deformados, cuerpos encogidos cubiertos de pelo, manos enormes, un hablar en gruñidos. Todos fueron desapareciendo. Pronto estuvo ya sola en la aldea con su hijo, pero una noche también el niño se marchó. Lo siguió monte arriba, hasta encontrarlo, al alba, junto a un grupo de transformados. Ellos se agrupaban en torno al pequeño y enseñaban los dientes. Lo estaban defendiendo. Comprendió: ahora el monstruo era ella.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad