Sábado, 20 de julio 2024, 00:18
Solo un paso. Sí. Casi se cerró la puerta. Su mano lo impidió. La verdad es que no me gusta nada. Pero, ¿cómo iba a salirme si ya había entrado? Se molestaría. Seguro. Menos mal que va al tercero. Enseguida llegamos y lo pierdo de ... vista. En estos casos la falda me parece demasiado corta. A un solo palmo. No me gusta su mirada. Le estoy observando. El silencio, su silencio. Quizás lo guarde a propósito para asustarme. Si hablase, si dijese algo. Alguna tontería de esas que se dicen en un ascensor. Apenas hemos pasado del primero y parece que hace falta todo un mundo para llegar al tercero.
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Finalizar aquella novela fue una proeza. La trama era novedosa. Un autor de éxito con una crisis de inspiración recurría a la inteligencia artificial para redactar un capítulo de su último libro. La obra resultaba ganadora de un renombrado concurso literario. El premio: una imponente suma de dinero y un contrato blindado con una prestigiosa editorial para publicar el manuscrito. Al firmar el acuerdo, el artista leía con estupor que una de las cláusulas exigía la no utilización de ningún algoritmo durante el proceso creativo. Se planteaba un arduo dilema al lector: la renuncia al triunfo por preservar la honestidad profesional o la persecución de la fama basada en la mentira.
Mi ejemplar se convirtió en un superventas que rebasó las expectativas de la empresa editora y me generó cuantiosos beneficios. Por supuesto, jamás confesé que para concluir un fragmento clave de la historia acudí a un asistente virtual.
Cómo me alegro de no tener que implantarme recuerdos falsos.Todos mis recuerdos son buenos.
«Doctora León. Especialista en personalidad múltiple». Con este cartel en su puerta me recibía la psicóloga de moda. El problema llevaba aquejándome desde que comencé a trabajar como intérprete para la embajada. Conseguí el trabajo por hablar con fluidez cuatro idiomas, pero esta habilidad se estaba convirtiendo en una pesadilla. Mi personalidad cambiaba según la lengua que utilizaba. Si recibía a franceses me volvía chovinista, con clase y estilo. Al traducir del inglés, mi ser destilaba un humor sarcástico y refinado, diluido a base de té. Con el italiano, lenguaje corporal y palabras me acompañaban de manera apasionada e incontrolable. ¿Y qué decir del castellano? Pues que acababa celebrando saraos en mi casa, con gran arrepentimiento posterior.
Expuse estos detalles a la doctora. Tras escucharme, dijo que quizá debería probar con un carácter más racional y pragmático, extendiéndome la siguiente receta: «Clases de alemán. Dosis diaria hasta experimentar mejoría».
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Dudaron entre el descanso vacacional total o la aventura improvisada. Tras su reciente viaje de boda decidieron evitar el turismo de masas que conocían bien y sufrían. En autocaravana comenzaron a sorprenderse alternando playas desiertas, monumentos aislados y paisajes de montaña, al ritmo embaucador de carreteras apartadas con avisos de paso de linces, ciervos, jabalíes... La retina, impresionada por imágenes majestuosas, invitaba a parar continuamente y junto a un cartel que avisaba el paso de osos se deleitaban unos minutos con aquel profundo valle sin final. Siguieron la ruta en silencio, asombrados, ensimismados. Solo unos segundos después un inesperado sonido en la trasera del vehículo les hizo volver la cabeza al interior. Junto a la nevera abierta un oso pardo amenazante les conminaba para bajarse. Obligada parada ésta en que, cual señor feudal, abandonó el vehículo tras tomar su parte sin más despedida que un desagradable rugido.
'Bip, bip', acabo de entrar en reserva. Recuerdo que hay una gasolinera a diez kilómetros. Aprovecho para ir al baño. Siempre me da por mear cuando estoy nerviosa. De repente, se me paraliza el pulso: reconocería ese perfume incluso dentro de una discoteca abarrotada de gente.
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Rodeo con sigilo el edificio. Hay un descapotable negro. Me escondo detrás de un bidón y entonces les veo. Mi angustiado marido secuestrado se besa apasionadamente con una pelirroja con la cara parapetada tras unas gafas de sol negras. Me acerco a ellos sin que me vean y cuando me encuentro a dos metros, saco una pistola del bolso. Pongo el silenciador y disparo contra las ruedas. Me miran asustados. Obligo a Carlos a ponerse de rodillas mientras ella abre el coche. Me lanza la mochila verde y les encierro a los dos en el maletero. «Lleno, por favor».
Microrrelato
Recomendamos saborear estos bocados literarios en Ka Booki Abama y en Micro Sushi.
Novela
Daremos placer al paladar con la narrativa en El Best Seller de Can Roca y en el establecimiento de Alberto Quijote.
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Poesía
Degustaremos la lírica en Di Verso y en Paco Romancero Restaurante.
Teatro
Nos deleitaremos con estas obras culinarias en Casa Bernardi Alba y en El Corral de Comedias del Indianu.
Tebeo
Encontraremos más que «bocadillos» en Cocina Hermanos Zipi y Zape Torres y en los fogones de Tintín Berasategui. Y, si disponemos de poco presupuesto, podemos comer en los book trucks o probar las tapas literarias del barrio de Las Letras.
Una mañana lluviosa, una carretera mojada, y… el complemento perfecto, un conductor imprudente, fue el causante de un terrible accidente de tráfico con el resultado de tres fallecidos y cinco heridos de gravedad.
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Inmediatamente después de la colisión con el turismo que me precedía, un destello de luz iluminó el interior de mi vehículo, cegándome por completo. Me encontré fuera del mismo, a varios metros de distancia. Reinaba el más absoluto silencio, todo era penumbra, excepto un resplandor que destacaba a lo lejos.
Me sentí atraído por él. Al llegar a esa luz me encontré con una puerta que tenía una ventana cuadrada. Me asomé para ver lo que había al otro lado, y era mi cuerpo que estaba tumbado en una camilla de hospital. Numerosos cables me rodeaban, varias máquinas controlaban mis constantes vitales. No había fallecido, aunque me encontraba en estado de coma, pero luchaba por seguir vivo.
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