Domingo, 14 de julio 2024, 00:06
Con nuestro mecánico de confianza acabo de vivir un momento que me ha robado el aire.
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Llevé el coche al taller, aquel ruido que no conseguía ubicar me tenía martirizada.
—Probémoslo, me dijo.
Ya en la autopista me confesó su loca pasión por la ... velocidad. Su viejo mono azul se convirtió en ignífugo e irresistible. Atraída le confesé que no había ruidos, solo silencios atrapados.
Con la policía en el arcén, me miró pensando qué caro le había costado la locura de impresionarme.
A partir de ahora seré yo la apasionada que conduce y él, el copiloto en quien confío.
—Lo siento, no sabía.
—No se preocupe, no es culpa suya.
—Desde luego, pero no deja de ser casualidad.
—Disculpe, no entiendo.
—El verano pasado nos encontramos en este mismo lugar, y usted me contó la reciente muerte de su madre. Y hoy, aproximadamente a la misma hora, un año después, me acaba de poner al tanto del fallecimiento de su padre.
—Es cierto, qué casualidad.
—Si no fuera porque ya no le quedan progenitores, deberíamos estar prevenidos de un mismo encuentro durante el próximo estío.
—Aún me quedan hermanos mayores.
—Cierto es.
—Hasta el año que viene entonces.
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María se despierta a las 8, el ruido estridente de la roomba le hace abrir los ojos de golpe. Se lava la cara con un jabón especial, se pone sérum, pasan unos minutos hasta que la piel absorbe, se toma la pastilla anticonceptiva, vuelve al baño, contorno de ojos y crema facial.
Abre el armario, qué me pongo, ya no por la combinación sino por la reunión de hoy, sin demasiado escote, mejor colores claros, un pantalón no ajustado. Se prepara el desayuno, su nutricionista le aconsejó zumo natural, yogur con avena, semillas de chía y arándanos. Baja las escaleras y entra al metro. En Japón hay un vagón rosa donde en hora punta solo pueden subir mujeres, aquí no, piensa en si sería necesario mientras un chico con traje que consulta su teléfono se le pega demasiado a la espalda.
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Hermes, un nombre simple, dos sílabas, una H muda, así como él, viaja todos los días por la ciudad imaginando el sonido de su voz al deletrear su nombre, Hermes. Le han dicho que la H no suena, que no se pronuncia, que solo se lee la vocal e, pero él quiere comprobarlo, quiere escucharlo de su voz, quiere saber si sí es muda la H, si él es el mudo, o en realidad todos los que pronuncian su nombre también lo son.
Él: CPKOCCK
ELLA: KCCOKPC
La noche que presintió que ya iba a morir, soñó que aún no había nacido.
Al despertar, se desperezó, desenrollando una larga espiritrompa.
En mi barrio unos jubilados montaron un mercadillo que decía: 'RASTRILLO DE COSAS INSÓLITAS'. Yo era una muchacha que había acabado periodismo y, hasta que encontrara trabajo, pretendía escribir una novela. Leí los carteles que habían puesto los jubilados. Uno ponía: 'Enmarco sueños', otro muy sugerente rezaba: 'Vendo aire embotellado de la Sierra de las Nieves', había otro muy rimbombante que decía: 'Mariposillas del estómago para conseguir flechazo', en otro se podía leer: 'Regalo enfermedades, no cobro, solo la voluntad'. Finalmente vi un singular cartel que decía: 'Vendo palabras sin usar, al peso'. Me dirigí a este tenderete y le pedí medio kilo de dichas palabras, le pagué y me marché. Al llegar a casa, abrí las siguientes palabras: ALBÉRCHIGO, ALCORCE, ANACOLUTO, EPÍGONO, GLOXINIA, OLAMBRE, PIGÓPAGO.
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Comprendí que me venían grandes. Entonces puse un inserto en Anuncios Clasificados del periódico SUR que decía: 'Vendo palabras sin usar, preguntar por Estigia'.
Menudo chasco que me acabo de llevar! Todo empezó el día en que Raúl Almansa se acercó a mí en el patio, con las manos en los bolsillos y sin levantar la vista del suelo.
—Que dice mi amigo que le gustas un montón. Después vinieron meses de espera. Miradas furtivas en clase, pequeñas ofrendas en forma de cromos de Pokémon o chupachups de fresa y nata, un continuo ir y venir de notitas por debajo de las mesas, tatuajes de corazones atravesados por flechas, pintados en el dorso de la mano con bolígrafo Bic azul...
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Hoy, finalmente, ha ocurrido lo que tanto deseaba; Juanito Valladares y yo nos hemos besado en el recreo, detrás de la portería de futbito.
¡No os dejéis engañar! Los besos son unas cosquillas húmedas repugnantes, igualitas a meterse en la boca una babosa viva que sabe a mortadela con aceitunas. ¡Qué asquito, madre!
Harta de luchar con monstruos que la acechaban, seres puntiagudos y persistentes, decidió escapar de ellos. Lo había intentado antes pero nunca lo conseguía. Un día estando todos reunidos con ella en el pequeño espacio de su cama, convencida de que nunca prescindirían de ella, se levantó y abrió la ventana para buscar la paz infinita. El salto desde el quinto piso sería suficiente para su propósito.
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Pero eso no hizo, buscó un final alternativo. Convencida de que esa paz ya llegaría, decidió convivir con ellos. Su plan: No ocuparían su espacio mental en cada momento, pediría cita a una psicóloga que la ayudaría a que su pasado traumático no fuera una vivencia del presente y sentada en su escritorio comenzó a poner en palabras sus recuerdos. Descubriría que lo espantoso de su pasado era superado por lo positivo en su vida.
La alternativa tituló su libro de autoficción.
Mi turno. Entro en la cabina cronocuántica y ¡flash!
Me reintegro en una especie de bodega oscura que huele a vestuario. Me rodea en la sombra un puñado de paisanos sudados; debe ser mi grupo de viaje. La agencia nos ha preparado un paquete inmersivo tirado de precio: visita al año 1.200 antes de Cristo. La Costa del Sol previa a la llegada de los fenicios. Fotos con los nativos y picoteo a pie de playa, creo que gachas indígenas y un espeto ancestral.
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–Ya duermen la borrachera –susurran. Una manaza ruda me aprieta el hombro–.
¡Tú, sal y precédenos! ¡Sé el primero en mancharte con sangre troyana!
Miro al tipo reparando en su espada de bronce y su casco, y en que el pinganillo de mi oído acaba de traducirme griego micénico.
Ay, carajo: fecha correcta, lugar erróneo. Debí añadir al paquete la asistencia sanitaria.
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