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Sr. García .
Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: octava entrega

Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: octava entrega

Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 14 de agosto 2021, 00:28

SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.

Microrrelatos sur i premio pablo aranda

Octava entrega de relatos (14/08/2021)

Juan Bernabé León Cabeza

Descubriendo la realidad

Lo vi sentado, pensando, abstraído de todo lo que le rodeaba. Allí se sucedían todo tipo de escenas, las cuales le eran ajenas. Desde la distancia no podía discernir la naturaleza de su comportamiento, pero no dejaba de pensar por todo lo que había pasado, por todo lo que había vivido. Su rostro parecía estar en una pausa vital, parado, sin querer avanzar más, sin la menor curiosidad ante aquella gente que corría y gritaba cosas inteligibles alrededor. Quise acercarme, pero algo me retenía en mi posición, sentía que no tenía nada que decir, ni derecho a indagar. Lo vi levantarse, caminar, esquivando piernas, apartando zapatos, arrastrando los pies por la arena, impasible en la orilla, donde mueren las olas, donde mueren sus hermanos, donde mueren sus esperanzas, donde muere su mundo. Cuando la chica de la Cruz Roja le arropó los hombros ya era tarde para él.

Santiago Mesa Poullet

La pesca del día

La contaminación medioambiental del Mediterráneo había llegado a extremos insoslayables. La superpoblación piscícola permitió la recuperación y legalización de artes pesqueras, como el copo, que estuvieron años prohibidas. Miguel, el último lobo de mar que aun habitaba en el Palo, esperaba recargar el género en sus raídos cenachos. Su lesión en el trapecio no le impedía mantener ese aire digno de marengo orgulloso y enigmático que vendía su producto de portal a portal y a pleno pulmón. Los pescadores arrastraban con gran esfuerzo la cargada red. Ese día Miguel recogió para la venta 'in itínere' un ornitorrinco, dos iguanas, tres peces globo y al menos 6 medusas melena de león. El cambio climático modificó la fauna marina y reactivó la figura de algunos personajes costumbristas, como Miguel. Camino a la Malagueta, un cenachero voceaba la pesca del día: ¡medusas! ¡Iguanas! ¡Peces globo! ¡Ornitorrinco! ¡la mar de frescos!

Elisa Negro Morilla

Licencia de profesor

Con el derecho siempre procuro mirar para otro lado. Total, a mí que más me da si así consigo que durante una hora Miguel se convierta en un héroe. Luego, volverán a reírse y a meterse con él y le dirán empollón, pelota y demás, pero ahora mismo es el rey de la clase y todos quieren sentarse a su lado para poder copiarse en el examen.

María Dolores Garrido Goñi

El genio de la botella

Paseando por la playa encontré una botella con lo que parecía humo azul en su interior. «¿Y si es un genio como el de la lámpara?».

La observé pensativo. «Si era un genio, ¿qué le pediría? Una casa grande tiene muchos gastos, si le pido dinero, ¿cómo convencer a Hacienda de que la casa o el dinero me lo ha proporcionado un genio?». ¡Ya está! Si me convierto en un genio podré hacer realidad todos mis deseos. Tendré toda la magia a mi disposición».

Abrí la botella y el humo azul salió inundando todo el espacio. Un hombrecillo con rostro sonriente me hizo una reverencia.—Gracias, amo, por liberarme —dijo–. Puedo concederte un solo deseo. Dime en qué puedo servirte. Emocionado le pedí ser un genio. No sé qué pasó. De pronto aparecí aquí, dentro de la botella, a la espera de que alguien me encuentre.

Emilio González Ferrín

Perdón de Dios

¡Perdón! Qué puedo decir. Te vi erguirte, ponerte en pie, avanzar con paso firme sobre el universo estrellado de las arenas africanas, atravesar los mares, fundirte con el verdor del tiempo en marcha al ritmo de las fases lunares, sonreír, descuadrar la épica con tus formas redondas acordes con las cosechas, las mareas, los ciclos marcados por la sangre de vida, que no de muerte como en las tragedias lineales de los hombres. ¡Perdón!, te digo, abochornado en este rincón en que trato de engullir los alfabetos traidores que falsearon el equilibrio natural de las cosas haciéndote nacer de la costilla de no recuerdo bien quién. ¡Perdón!, te imploro. Porque no creé los cielos y la tierra en el principio sino que seguí tu estela, mujer; boquiabierto, pintando barbas donde solo hubo, siempre, la clemencia uterina de la que debe nacer de nuevo el mundo.

Marina García Moreno

Bucle

Clara estaba encantada. Era increíble que la ropa del año pasado aún le sirviera. Incluso su pantalón rosa preferido, ¡Le quedaba perfecto!

Suspiró aliviada, no tendría que ir de compras con la histérica de su madre, como temía. En esas estaba cuando entró su hermano para decirle que bajara a comer. El médico la miró con tristeza. Era evidente que la medicación no había hecho efecto y la paciente continuaba con sus alucinaciones. Clara revivía, una y otra vez, el último momento feliz de su adolescencia. Cuando aún era joven e inocente y vivía con sus padres. Antes de que pasara aquel trágico episodio que cambió su vida para siempre. Ahora solo era una anciana internada en un sanatorio, anclada a un infinito bucle de su pasado. Con delicadeza, el doctor la ayudó a salir de la habitación. Era la hora de la cena.

Alejandro Bahilo Gandía

Penumbra

Desde su niñez nunca había tenido tanto miedo a la noche como ahora, la diferencia estaba en que cuando era niño temía aquello que la noche pudiese traer con ella y acechar desde sus tinieblas, mientras que ahora lo que más temía era aquello que la noche pudiese llevarse con ella al despuntar un nuevo día. Al cerrar los ojos su mayor miedo era que la noche se llevase un pequeño fragmento de él, sustituyéndolo en su mente por una porción de su oscuridad, temía que los retratos de su habitación fuesen ocupados por extraños que le miraban con vacías sonrisas desde sus respectivos cristales. Temía que con cada noche que pasase su mente estuviese cada vez más sumida en la oscuridad y él cada vez más hueco. Pero sobre todo lo que más temía era despertarse un día y al mirarse en el espejo hacerse aquella pregunta «¿quién soy?».

Esther Sánchez Marcos

Carta

La lluvia ha insistido toda la mañana. El perro sigue en medio del charco con gesto de disculpa. Ya estaba ahí antes de que se formase. Espera al viejo, que no llega. Habló de su mujer, de una residencia. No le hice mucho caso. Habrá ido a verla. O no ha venido simplemente porque llovía. La gaviota sí ha venido. Mira al perro, inquisitiva. Al charco. Y a mí, alternativamente. ¿Creerías que miles de estos pájaros pasan el invierno en Madrid? Puse el cartel de ABIERTO. No fue emocionante. Como quitar el de SE ALQUILA. Tampoco lo fue. Alguien vuela una cometa en la playa. No he vendido nada. Tal vez por el mal tiempo. No puedo enternecerme con cada perro sin dueño, cada soledad de cada viejo, cada gaviota que me mira y cada niño que sonríe como sonreía el nuestro. Tenías razón. No ha servido de nada marcharme.

Margarita Moris

El turno

—Abuelo, cuando tú te mueras, ¿con quién voy a jugar yo?

—Chiquillo, pero si yo todavía no me voy a morir, ¡falta mucho! Para entonces tú ya serás mayor y no querrás jugar conmigo. Y tus padres ya serán abuelos y jugarán con sus nietos.

—Y entonces, ¿con mis padres cuándo me toca jugar?

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