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Todos somos ficción porque todos somos memoria. Somos la imagen que hemos creado de nosotros mismos, el relato que hemos escrito de nuestra biografía a partir de nuestros recuerdos. Y un recuerdo es una historia que nos contamos. No necesita ser real, porque para nosotros es cierta. Sucede por ejemplo con aquellos días de la infancia en los que Pedro Alarcón iba con su madre y su hermana a visitar el Museo de Bellas Artes en el palacio de Buenavista, hoy sede del Museo Picasso. Allí se detenía frente al retrato de la mujer de Fernando Labrada, ante aquella esclava en venta puesta un poco más baja en la pared para subrayar en la mirada del espectador la perspectiva en picado del cuadro, delante del boceto de Simonet para la escena de la decapitación de San Pablo que ni siquiera estaba allí por entonces, pero no importa, porque ahora regresa mezclado con el recuerdo de la obra colocada en la Catedral de Málaga.
Artistas. Julio Anaya Cabanding y Rafael Jiménez.
Comisario. Pedro Alarcón
Lugar. Casa Sostoa. Mañana se inaugurará la muestra que podrá visitarse hasta el 15 de abril.
Más información. fb.com/casasostoa.
Pedro Alarcón figura entre los que esperaron durante casi dos décadas el regreso de aquel museo expoliado de la memoria personal y colectiva y que volvía hace poco más de un año en las imponentes galerías del palacio de la Aduana. Pero el museo ya no estaba allí. Al menos el museo que recordaba Alarcón. Y esa sensación de extrañamiento ha sido la espoleta que ha detonado en la exposición ‘Museo de Málaga’, planteada a partir de las creaciones de Julio Anaya Cabanding y Rafael Jiménez como una revisión crítica sobre el diseño interior y el montaje de las colecciones en el palacio de la Aduana.
«Esta exposición nace del desencuentro con el Museo de Málaga. De un sentimiento confuso entre el apego al recuerdo, la sensación de orfandad (por la prolongada ausencia) y la desafección. A través de las salas de la Aduana, buscando el reencuentro, percibo ruido, abigarramiento, solapamiento y arrinconamiento, por lo que la emoción es agridulce», avanza Alarcón, promotor de Casa Sostoa y comisario del proyecto que mañana abrirá sus puertas y que permanecerá en cartel hasta el 15 de abril.
Dos meses y medio para sumergirse en una exposición planteada a partir de una idea esencial: la diferencia entre la memoria personal y la Historia general. Y así, Alarcón plantea esa travesía por la desazón que le provoca el montaje en las salas de la Aduana a través de las diez obras en las que más se detenía en sus paseos juveniles por el Bellas Artes. Piezas ahora regresan reconocibles y nuevas, al mismo tiempo, en manos de Anaya y Jiménez.
Este último toma iconos del Bellas Artes, los recrea en plastilina y después los barre con la mano en sentido horizontal. El resultado recuerda a la imagen que ofrecía la televisión analógica cuando había una interferencia. Sólo que aquí Jiménez da forma a la distorsión entre el recuerdo de Alarcón y su impresión actual frente a obras como el ‘Ecce Homo’ y la ‘Dolorosa’ de Luis de Morales, ‘ Una esclava en venta’ de José Jiménez o el ‘Estudio de anatomía’ de Bernardo Ferrándiz.
Y más extrañamientos. Anaya toma el pincel y recrea al modo de un copista piezas del Museo de Málaga sobre los muros de Casa Sostoa, desde el lienzo hasta los marcos, incluso la sombra que éstos proyectarían. Así recibe al visitante el retrato que Fernando Labrada realizó de su esposa, cuyos ojos esperan a 160 centímetros del suelo, como lo hacía en las salas del Bellas Artes. ‘Camino del Higueral’ de José Nogales, ‘Postrimerías’ de Bernardo Ferrándiz y ‘El viejo de la manta’ de Pablo Ruiz Picasso se reparten en otras estancias de la casa.
Eso sí, la pieza que está llamada a quedarse en la memoria de quien acuda a Casa Sostoa llega de la mano del ‘Boceto de la decapitación de San Pablo’ de Enrique Simonet. Anaya toma el lienzo y lo recrea sobre un muro de grafiteros en medio de un descampado, luego lo fotografía y reproduce la imagen justo a la escala de la pieza original. La foto de una pintura hecha a partir de la foto de otra pintura. Un juego de espejos, de recuerdos. Y nada importa sin son verdad o mentira. Porque son hermosos. Y nuestros.
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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