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Si la historia de la literatura guarda en la hornacina del imaginario colectivo algunos inicios memorables, la historia del pensamiento escrito debería reservar un hueco ... a la frase inicial de este libro: «No hay lugar para los cuerpos enfermos ahí donde la salud ha suplantado a la virtud». Así abre Marco Sanz (Hermosillo, México, 1986) su ensayo 'La emancipación de los cuerpos. Teoremas críticos sobre la enfermedad' (Akal) que le ha valido el Premio Internacional de Pensamiento 2030. Afincado en Málaga desde hace unos meses, este joven filósofo y profesor de la Universidad de Sinaloa pone el dedo en la llaga de una preocupación que pocas veces ha tenido tanta vigencia como ahora.
–Un libro sobre la enfermedad en medio de una pandemia. ¿Casualidad o puntería?
–(Sonríe) El libro surgió hace mucho tiempo, a raíz de una investigación que empecé a realizar durante el Doctorado. Siempre me han interesado los asuntos relacionados con la enfermedad, porque antes de hacer mi carrera de Filosofía cursé unos años de Medicina y eso me acercó a estos temas. Siempre me ha llamado la atención la experiencia de las personas con la enfermedad.
–Atisba que la salud ha sustituido a la virtud. Si no estás sano y pareces joven, no sólo eres un fracasado biológico, sino también social. ¿Ha espoleado la crisis sanitaria esa analogía?
–Estoy convencido de que no es un fenómeno que haya surgido con la pandemia, sino que venía de mucho más atrás. Sin embargo, creo que se ha recrudecido cuando a la idea de salud se le asoció esta fijación en la que la salud es más bien un valor social.
–¿Puede ser insana la obsesión por la salud?
–Creo que sí. Esta tiranía del culto a la salud tiene un efecto contraproducente, porque ya no responde a intereses orgánicos o biomédicos, sino que responde a intereses ideológicos y económicos. Si estás sano, tienes más probabilidades de mantener tu empleo y tu estatus social, mientras que enfermar, de entrada, te puede mandar a la baja y eso tiene unas consecuencias económicas y laborales. De esta preocupación por la salud, que viene de lejos, se han aprovechado una serie de intereses que responden a una racionalidad corporativista que pretenden lucrarse con los sentimientos de la gente a partir de su cuerpo y saturarnos con una serie de prejuicios que nos llevan a fetichizar la salud.
–Esa idea de fetiche enlaza con otro asunto que cruza su ensayo y que tiene que ver con la reflexión de Susan Sontag sobre la perversión de querer dar un significado moral a la enfermedad, algo que ahora parece un en boga con la pandemia.
–Con la pandemia hemos visto cómo se han recrudecido esos prejuicios morales sobre la enfermedad. Soy consciente de que no se puede separar el juicio moral de una experiencia como la enfermedad; sin embargo, se ha sobresaturado. Lo que trata de proponer el libro es disolver esos prejuicios y tratar de eliminar las capas morales que se han ido asentado sobre la noción de la enfermedad para ver qué hay de fondo y cuáles son los elementos que permiten hacer valoraciones morales sobre la enfermedad para que se pueda abrir un horizonte menos neurótico y menos asfixiante para el enfermo y donde sentimientos como la vergüenza o la sensación de castigo dejen de actuar sobre la experiencia de la enfermedad.
–Pero la gestión política sigue recayendo en buena medida en el señalamiento de los compartimientos individuales. ¿Aprecia ahí una estrategia para eludir responsabilidades?
–Creo que la gestión de la crisis ha recaído demasiado en el individuo, pero tampoco creo que tenga que ver sólo con el fenómeno de la pandemia, sino que enlaza con este individualismo exacerbado que es un componente del sistema económico y político en el que vivimos y que a su vez se conecta con este debilitamiento del Estado que se limita a dejar hacer a la gente, como una especie de testigo de lo que ocurre con los individuos, pero dejando actuar otros intereses que ya no son políticos ni individuales. Por ahí va esto, creo. Insisto: la pandemia ha caído en un caldo de cultivo propio para exacerbar muchos de los procesos que venían de tiempo atrás, como el miedo o la sensación de incertidumbre. La pandemia sólo ha puesto en evidencia que el individualismo no es el camino, que el 'sálvese quien pueda' nos puede llevar a la catástrofe y es una apelación a volver a creer en las acciones coordinadas y colectivas y en un reforzamiento de los vínculos entre las personas para abordar conjuntamente problemas que trascienden al individualismo.
–Pues ciertos discursos marcados por la satisfacción de los deseos individuales parecen tener mucho éxito político, sobre todo si le añades la palabra 'libertad'.
–El escenario es complejo. Han sido muy audaces al elegir un concepto como la libertad. Es evidente que ha sido objeto de banalización, porque los costes que está teniendo a nivel sanitario son formidables. Pero creo que se ha elegido ese concepto de una manera muy audaz, porque hay un sentimiento social generalizado de hartazgo que, insisto, viene de muchísimo más atrás que la pandemia. Y si a eso le añades medidas policiales para contener una pandemia, al final la gente, que ya llevaba fermentando esos sentimientos y que tuvo que encerrarse durante tres meses, entonces se prende la mecha. Han sabido captar muy bien esos sentimientos de la gente y utilizarlos para su propia conveniencia, aunque no creo que sea un fenómeno privativo de España.
–¿Y cree que es un camino reversible?
–(Sonríe mientras piensa unos segundos) Soy un poco pesimista. Diría que yo, que eso va a ir a peor, pero también creo que estamos asistiendo al nacimiento de algunos atisbos de que todo eso se puede hacer de una forma diferente en los que cada vez se está involucrando más gente. Va a haber esferas de resistencia, pero creo que el panorama, durante unos años, va a ser difícil.
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