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Al principio parece una propuesta lúdica, un espacio interactivo para la diversión. Pero al poco de estar en la sala, la atmósfera se vuelve inquietante, incómoda. Porque así es nuestra relación con las máquinas: nos vigilan, para lo bueno y también para lo malo. Bajo ... artesonados de madera del siglo XVI, un sistema robótico y una instalación con inteligencia artificial interpelan al espectador sobre el lado más perturbador de las nuevas tecnologías, su capacidad de saberlo todo sobre nosotros. Chachito Valdés (Sevilla, 1986) fusiona en el Museo Carmen Thyssen arte y dispositivos de última generación para reflexionar sobre esta sociedad de los algoritmos, una realidad que -como insiste- no es el futuro: «Esto es nuestro presente».
'Panopticon', hasta el 3 de septiembre en la Sala Noble, se inspira en una histórica estructura carcelaria que proporcionaba al guardián una perfecta visión de todos los prisioneros desde una torre central, sin que estos pudieran saber si estaban siendo observados o no. Sobre esa idea trabaja la primera instalación, la que da título al proyecto expositivo: aquí el espectador es «el objetivo», la persona que va a ser de alguna manera «invadida» por una máquina que controla todos sus movimientos. Setenta artefactos robóticos con forma de brillantes paneles se distribuyen en dos paredes enfrentadas y reaccionan al paso del visitante, girando en el sentido de su paso.
Unos sensores instalados en el techo permiten seguir al espectador por la sala y, según sea su ritmo y la cercanía a las placas, estas se mueven con más o menos inclinación, con más o menos rapidez. «El espectador es vigilado y al mismo tiempo vigilante», viendo a otros cruzar frente a ellas, apunta Valdés. Una acción acompañada en todo momento del sonido mecánico de los propios motores con los que se ha creado esta instalación. Un ruido que amplifica la sensación de estar siendo examinados. «Cuanto más tiempo pasa el espectador conviviendo con la máquina, más aterrador se vuelve: cualquier movimiento es observado y seguido», señala Lourdes Moreno, directora artística del Thyssen, que recordaba el 120 aniversario del nacimiento de George Orwell, el visionario del 'Big Brother' -la completa vigilancia del individuo- en su novela '1984'.
Al final de la sala, Valdés expone otra forma de vigilancia contemporánea más silenciosa y discreta: los datos. 'The missmatch' ('El desencuentro') se presenta como una especie cápsula con una parte pública que reacciona a lo que sucede detrás, en un espacio más privado. «Hola, soy Lucía, una inteligencia artificial encargada de recoger datos a partir de rasgos y expresiones faciales para generar una interpretación lumínica de los mismos en la pantalla que está al otro lado», se escucha en ese encuentro extraño entre el humano y la máquina. La alegría, la sorpresa o la tristeza del rostro; la edad y el género se traducen en porcentajes que activan y desactivan luces en constante movimiento.
Ahora bien, si el espectador no quiere que sus registros se guarden, Lucía te da inmediatamente después la opción de pulsar un botón rojo para que se borren al instante. Forma parte de la ética de la tecnología, «del derecho que tenemos las personas a decidir si nuestros datos serán tratados o no». 'The missmatch', desarrollado con alumnos de la Universidad de Sevilla, reflexiona sobre esa captación continúa de información personal a la que estamos sometidos y «de qué manera formamos parte de ese juego».
Con 'Panopticon', el Thyssen se abre al 'science art' con el objetivo de conectar con diferentes tipos de público abordando asuntos de plena actualidad. El museo cuenta con una colección de arte centrada en el siglo XIX y hasta la segunda mitad del XX: «Pero somos una institución viva que quiere tener contacto con la realidad», puntualiza Moreno. Además, se vincula así con creadores actuales como Cachito Valdés, que lleva una década investigando en esta conexión entre el arte y la tecnología. Para él este es el paso natural. «Está desde el principio de los tiempos. Desde que el hombre se dio cuenta de que quemando un palo pintaba en la pared, la tecnología se aplica para reflejar emociones», argumenta. Él se limita a usar las herramientas que le da su época.
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