En esta época de año es cuando los naranjos de la Puerta de las Cadenas, desprovistos de fruto y flor, muestran su aspecto más anodino. Pero es ahora cuando su sombra es más valiosa, especialmente si se suma a la proyectada por el acantilado pétreo que configura el crucero de la catedral. El sol aprieta y los turistas que buscan escenarios para un selfie agradecen la umbría. Algo hay en este lugar que invita a desenfundar el móvil para usarlo como cámara, aunque con matices que dependen de la estación del año; si en primavera eran aficionados al mundo cofrade quienes por aquí pululaban, en estos días es raro toparse con un autóctono en calle Císter. Lo atestiguan los múltiples idiomas y acentos escuchados al vuelo durante la elaboración de este dibujo.
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