Los amantes de la historia de Málaga estamos de enhorabuena. Acaba de publicarse un estupendo libro que merece un destacado puesto en cualquier biblioteca de tema malagueño. Me atrevería incluso a afirmar que es el mejor libro malagueño de los que he leído este año ... por su rigor, amenidad y cuidada edición. Los tres autores cuentan ya con una larga trayectoria y son los máximos especialistas en el tema.
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Se inicia la obra con una interesante reflexión para explicar las diferencias existentes entre los turistas que inundan hoy nuestras calles y los antiguos viajeros. Estos solían ser curiosos que viajaban en solitario y sin un programa previo para, como decía Alonso de Ercilla, «tentar diferentes lugares para hurtar el cuerpo a los fastidios de la vida». Incluso se esboza una sugestiva teoría sobre las divergencias entre los viajeros franceses e ingleses. En el libro se recogen los testimonios que dejaron sobre Málaga los más destacados viajeros de todos los tiempos. Son cautivadores los capítulos dedicados a Hemingway, Richard Ford o Washington Irving, por citar tan solo a tres de los más famosos curiosos impertinentes.
A lo largo de la obra aparecen muchas anécdotas que reflejan cómo era nuestra provincia. Esbocemos algunos ejemplos. Antequera fue tomada en 1410 con la ayuda de una maravillosa escala que llevaba encima cien hombres armados y que era movida por «mil hombres a pie». La Benalmádena de julio de 1550 fue atacada por unos piratas berberiscos y solo hallaron allí a dos mujeres que se refugiaron en la torre del castillo, porque todos los demás habitantes habían salido a trabajar al campo. El viajero Francis Carter recogió al llegar a Marbella esta curiosa cita: «Marbella es bella, pero no entrar en ella». Este mismo autor explicaba en su Viaje de Gibraltar a Málaga cómo sobrellevaban los malagueños el temido terral -que «parece como si el aire llevase fuego»-: se encerraban en sus casas y salpicaban agua sobre el suelo para refrescarla. Curioso es el testimonio de William Lithgow al ser detenido por la Inquisición en Málaga allá por el mes de agosto de 1620. Y no se pierdan las descripciones de las ventas malagueñas que hicieron Irving, Merimée o Gautier. En la del pueblo de Alameda, el alemán Diego Cuelvis se alojó en 1599 y no pudo dormir en toda la noche porque un «bellaco jodía a una puta debajo de su manto». El botánico suizo Edmond Boissier describió el viaje de Vélez a Málaga en 1837. Al llegar a Málaga se quedó deslumbrado por la belleza de las malagueñas, «tan dignas de su fama de belleza que destacan entre todas las españolas. ¿Cómo pintar la ligereza y la vivacidad de sus andares?» Estuvo herborizando en el monte de San Antón y descansaba en una humilde casa de unos labradores que lo acogieron: «Jamás olvidaré aquel rústico patio, aquella fuente que brotaba de la roca en medio de los helechos y aquellas hermosas vistas encuadradas por los árboles». Gerald Brenan estuvo en Málaga en 1919 y, como se quedase sin dinero, pasó mucha hambre. El rumor de las palmeras del Parque se le antojaba freír de huevos y cuando miraba al cielo no veía estrellas sino bistecs. Pero quizá la historia más sorprendente de todas sea la de Lawrence Perin. Este rico norteamericano compró la Casa del Rey Moro de Ronda e hizo creer al presidente del Gobierno, Segismundo Moret, que había descubierto bajo su palacio unas galerías llenas de monedas de oro de la época musulmana y maravillosas salas con deslumbrante ornamentación y desconocidas obras de arte. Al final todo resultó ser un fraude. Fue detenido en Tánger y devuelto a su país, cuando intentaba vender la casa al rey de Marruecos.
El libro está ilustrado con tres artísticos cuadernos de fotografías de la colección Fernández Rivero, la más importante de Málaga. En fin. Solo quiero terminar asegurándoles que he leído y releído con gozo y auténtico placer las páginas de este libro. Sin duda una interesante lectura para este verano.
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