Sr. García .

'Magnusnimidad', la nueva regla no escrita del ajedrez mundial

Cuentos, jaques y leyendas. ·

El reciente Campeonato Mundial de Ajedrez Rápido y Blitz celebrado en Nueva York ha sido el más polémico de la historia. El noruego Magnus Carlsen y el ruso Ian Nepomniachtchi compartieron trofeo en la modalidad de ajedrez relámpago

Manuel Azuaga Herrera

Sábado, 11 de enero 2025, 22:55

De un tiempo a esta parte, la historia del ajedrez parece escrita por un guionista de Hollywood. Un guionista despiadado que se afana en crear y alimentar una polémica tras otra, en avivar el fuego de viejas o nuevas rencillas, en sembrar el desconcierto, cuando no el enfado, entre los aficionados y ajedrecistas. El último sobresalto o giro de guion ha ocurrido en Nueva York, en el corazón de Wall Street, durante la celebración del Campeonato Mundial de Ajedrez Rápido y Blitz. En apenas una semana hemos sido testigos de un carrusel de tensiones cruzadas más propias de un vodevil que de una cita deportiva. Cierto es que, desde el punto de vista del espectáculo, ha sido insuperable. Pura adrenalina. Y debo subrayar en negrita aquello de «dentro y fuera del tablero». Sobre todo fuera, donde el noruego Magnus Carlsen, el mejor ajedrecista del planeta, ha protagonizado el papel más controvertido de su carrera. Un papel con final feliz, de película, como más adelante les contaré.

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El Campeonato Mundial de Ajedrez Rápido (15 minutos para cada bando, más 10 segundos de incremento por cada jugada) nos trajo una agradable sorpresa. Les pongo en contexto. En 2019, este mismo torneo de Nueva York se celebró en el Estadio Luzhniki de Moscú, sede del Spartak de fútbol. El jovencísimo Volodar Murzin tenía entonces 13 años, pero, a pesar de su bisoñez, era considerado una firme promesa del ajedrez ruso. En la ronda octava del formato Blitz (conocido en el argot como «ajedrez relámpago», en el que cada jugador tiene 3 minutos con incremento de 2 segundos), Murzin perdió contra el gran maestro serbio Milos Perunovic. El chico estrechó la mano de su rival y rompió a llorar. Entre sollozos, colocó cada una de las piezas en su correspondiente escaque de salida. Después se llevó las manos al rostro y se quedó clavado al asiento durante más de tres minutos, con la cara velada y el corazón encogido. El vídeo de Murzin desconsolado se hizo viral entre la comunidad mundial del ajedrez. Pobre chaval, perderá muchas más partidas, pensábamos todos.

Lo que nadie esperaba era que, cinco años más tarde, se coronase en Nueva York como el mejor en la modalidad de ajedrez rápido. El chaval partía en el puesto 59 de la clasificación inicial, de modo que ni de lejos entraba en las quinielas de los favoritos. Pero Murzin no solo acabó la competición invicto, sino que, con un juego sublime, hizo morder el polvo a rivales de la talla de Fabiano Caruana (2º del mundo), Hikaru Nakamura (3º), Jan-Krysztof Duda (15º) o el genio indio Rameshbabu Praggnanandhaa (13º). Tras su prodigiosa victoria, Murzin se sinceró ante los medios: «Por supuesto yo vine a ganar, pero… ¡espero que esto no sea un sueño!». Recuerden su nombre: Volodar Murzin, el chico milagro.

Mientras Murzin asombraba a propios y extraños (solo tiene 18 años), el equipo arbitral del mundial había puesto el foco en Magnus Carlsen, pero no crean que miraban lo que ocurría en sus partidas, el meollo estaba en los ¡pantalones vaqueros del noruego! El dosier que recoge el código de vestimenta del torneo (y que todos los jugadores conocían antes de participar) decía textualmente: «Evitar la vestimenta poco profesional. Por lo general, los vaqueros no se consideran atuendo de negocios». Conforme al reglamento, Carlsen fue avisado y multado con 200 dólares. Magnus aceptó cambiarse de ropa al día siguiente, pero el árbitro jefe insistió en que tenía que hacerlo de inmediato o no sería emparejado en la siguiente ronda. Así las cosas, Carlsen abandonó la sala de juego hecho un basilisco.

El enfado y el veneno de lagarto mitológico se lo llevó el noruego a la entrevista que concedió, en caliente, a 'Take take take', plataforma de la que es propietario: «La FIDE puede hacer cumplir sus reglas. Me parece bien. Mi respuesta en ese caso es que me voy, que se jodan». Toda una declaración de guerra, una jugada intermedia que puso en jaque al presidente de la FIDE, el ruso Arkady Dvorkóvich, y que anunciaba, de facto, la peor de las noticias posibles: la fase del mundial de ajedrez relámpago, a pocas horas de iniciarse, se celebraría sin la presencia del noruego.

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Era el momento de Dvorkóvich. Para alguien que fue asesor de Vladímir Putin en asuntos económicos, lo de los pantalones de Carlsen debe ser una carnavalada. El tipo entró en escena, habló con el padre de Magnus, pidió flexibilidad al equipo arbitral en la aplicación del código de vestimenta y, con elegancia, solucionó el entuerto. Entretanto, la marca de ropa holandesa G-Star firmó con Carlsen un contrato por el que el escandinavo será en 2025 la imagen de sus anuncios. De locos. Como guinda, Magnus hizo oficial su participación en la fase Blitz del campeonato. Eso sí, avisó que lo haría, cómo no, en vaqueros.

El armenio Karen Grigorián ha sido una de las grandes revelaciones de la cita de Nueva York. Acabó 9º, empatado con el 4º clasificado, en la modalidad de rápidas. Desde 2021, Grigorián juega en el Club de Ajedrez Benalmádena. Le pregunto a propósito del «caso de los tejanos» y su respuesta es clara: «Creo que Carlsen está aburrido y pretendía demostrar a la FIDE que él puede hacer lo que quiere. En realidad, quería evidenciar que la FIDE no tiene poder. Y lo hizo».

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El martillo de Thor

Como decíamos, Carlsen acudió a la fase de ajedrez relámpago. Tras trece trepidantes rondas, los ocho primeros clasificados pasaron a disputar el cuadro eliminatorio de emparejamientos. Y quiso la providencia (o el guionista despiadado) que, en cuartos de final, Magnus tuviera que enfrentarse al estadounidense Hans Niemann, con quien arrastra una relación de odio frontal desde 2022. En la Copa Sinquefield de ese año, Carlsen perdió una partida contra Niemann, a quien acusó, sin aportar prueba alguna, de haberle hecho trampas. En Nueva York, Niemann se puso por delante en el marcador, pero el noruego tiró de orgullo y ganó la partida decisiva. Nada más vencer, Carlsen cogió unas cuantas piezas y, en lugar de colocarlas suavemente, golpeó con ellas el centro del tablero. El martillo de Thor retumbó con fuerza en la sala de juego.

En semifinales, Carlsen se deshizo casi sin despeinarse del polaco Jan-Krysztof Duda (3-0). En la gran final, se midió al ruso Ian Nepomniachtchi. Tras la igualdad (2-2) de las cuatro primeras partidas, Carlsen y Nepomniachtchi llegaron al 'tie-break'. El reglamento del torneo exigía que debían seguir jugando hasta que hubiera un ganador. Pero en el desempate nada cambió: tablas, tablas y tablas. En ese momento, Carlsen ofreció a Nepomniachtchi compartir el trofeo de campeón. Al ruso le pareció buena idea y hablaron con el equipo arbitral: «Estamos de acuerdo en compartir el título». La organización, con Dvorkóvich a la cabeza, debía estudiar la insólita propuesta. Mientras esperaban a conocer el fallo, una cámara captó lo que Carlsen, entre risas, le decía a su amigo Nepo: «Si se niegan [a darnos el trofeo a los dos], podríamos seguir haciendo tablas hasta que se cansen». Finalmente, la FIDE aceptó la propuesta y el escándalo se desató.

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Los defensores de la medida (son muy pocos en el mundo profesional del ajedrez) hablan de un acto de magnanimidad o de extrema generosidad. Yo prefiero acuñar el término 'magnusnimidad', una suerte de nueva regla no escrita que parece imponerse en el ajedrez mundial, no solo en Nueva York. Para justificar la decisión de la FIDE y, de paso, presentar el gesto de Carlsen y Nepomniachtchi desde el noble marco del olimpismo, se suele poner de ejemplo lo que ocurrió en las Olimpiadas de Tokio 2020, donde el catarí Mutaz Essa Barshim y el italiano Gianmarco Tamberi compartieron el oro olímpico en salto de altura.

El escritor y periodista Martí Perarnau fue atleta profesional en la modalidad de salto de altura. Como campeón de España (récord nacional en todas las categorías) participó en los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. Contacto con Perarnau para contextualizar la comparación entre lo ocurrido en Nueva York y el caso de Tokio 2020. «El reglamento de atletismo, igual que ocurre en ajedrez, dice que tiene que haber un ganador. Es por eso que existe un sistema de desempate en el que cada saltador tiene un único intento en cada altura. El listón sube o baja en función de si los dos logran el salto o hacen nulo». Martí recuerda: «Yo tuve tres desempates en mi vida. Y son momentos durísimos. La muerte súbita cada vez que saltas». A propósito del oro compartido entre Barshim y Tamberi, Perarnau es contundente: «Me pareció horrible. Y me sorprendió el buenismo que recorrió entonces el mundo del deporte, empezando por los periodistas que contaron la escena como un ejemplo de deportividad. Para mí, fue todo lo contrario. Solo hay que pensar en una final de la Champions en la que los dos equipos, tras jugar una prórroga, acordasen no lanzar la tanda de penaltis. Habría que entregar dos trofeos, ¿no? En mi opinión, es justo lo que ha pasado con Carlsen y Nepomniachtchi. Lo considero un gesto no deportivo».

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La polémica en redes

Nada más conocerse la noticia de Carlsen y Nepomniachtchi, el fotógrafo y periodista David Llada publicó en su cuenta de X (antes Twitter) una imagen del excampeón del mundo Gari Kaspárov, en la que el Ogro de Bakú, a pleno esfuerzo, aparece haciendo dominadas en lo que parece un gimnasio casero. Llada escribió: «Este campeón nunca hubiera compartido un título. Te lo aseguro». Kaspárov entró al trapo y retuiteó la publicación de Llada con una frase lapidaria: «Hubo algunas excepciones, sin duda, pero sí, ¡enseña a tus hijos a que compartan sus juguetes, no sus trofeos».

Una vez coronado co-campeón del mundo Blitz, Magnus Carlsen aún tenía un as guardado en la manga, una jugada sellada que casi nadie conocía: el final feliz que les prometí. El noruego contrajo matrimonio con su novia Ella Victoria Malone en la capilla de Holmenkollen, en Oslo. Y, tal y como imaginan, se casó sin vaqueros.

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