En una misma semana, el baile le ha llevado del caluroso verano de Santiago de Chile al duro invierno del norte de Francia. El viernes volvió a Málaga, pero no precisamente para descansar. Luz Arcas estrenará en casa 'Bekristen / Tríptico de la prosperidad', un proyecto ... en el que lleva más de ocho años trabajando y en el que reflexiona sobre el lugar que ocupan los cuerpos en este mundo global (15 de febrero. Auditorio Edgar Neville de la Diputación). Será su primera actuación en Málaga desde la concesión del Premio Nacional de Danza, un aval a otra forma de entender el baile.
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'Bekristen' es la unión de tres piezas concebidas como tres pinturas, de unas tres horas de duración, en las que se bailan los tres estadios del alma, las tres edades del ser humano: juventud, madurez y vejez; erotismo, trabajo y muerte; paraíso, tierra e infierno. Las dos primeras partes están cerradas, la tercera se perfilará en los próximos días en La Térmica. La malagueña seleccionará al elenco de mayores de 65 años que protagonizan esa coreografía en un taller que hoy y mañana lidera en el centro cultural de la Diputación.
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–¿Has asimilado ya el Premio Nacional de Danza?
–Me siento muy agradecida. Siento que mi camino está siendo muy poco convencional y con unas propuestas que a lo mejor no son para todos los públicos, y me siento muy agradecida porque se reconozca el trabajo.
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–¿Qué ha cambiado desde el premio?
–Me he esforzado mucho en integrar como algo fundamental de mi trabajo que el recorrido artístico y el reconocimiento son dos caminos que no se deben tocar. Tanto si te va bien como si te va mal, porque es muy peligroso relacionar que mi obra es mejor si tiene un premio y es peor si no lo tiene. Mi agradecimiento es total y a la vez sé que es un poco azaroso, que tiene que ver con el momento y con cosas que no están realmente relacionadas con un camino artístico como yo quiero que sea el mío, que es un camino largo de un tipo de excelencia que busco yo, que a veces está reconocida y a veces no.
–Pero imagino que las llamadas se habrán multiplicado.
–La verdad es que nosotros teníamos un año ya bastante intenso antes del premio, pero sí se ve que el público lo tiene muy presente y que se utiliza mucho para el márketing. Y ojalá nos sirva mucho como compañía.
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–Decías que has llevado un camino poco convencional. ¿Te has sentido incomprendida?
–No sé si incomprendida, pero sí siento que he tenido que inventarme mi lugar. He tenido una formación muy heterodoxa, mi manera de entender la escena y el cuerpo es muy personal y realmente no creo que haya seguido un camino que existiera. En mi compañía hemos tenido que inventarnos nuestro contexto, nuestra escena. En el mundo de la danza contemporánea, incluso en las más disruptivas, se han seguido caminos muy diferentes, con una búsqueda mucho más apolínea y muy ligada a la tradición de la danza. Y siento que mi visión del cuerpo está totalmente en el lado opuesto. Es curioso cómo el mundo del teatro ha comprendido un poco mejor nuestra propuesta, antes que el de la danza.
–Más allá del conservatorio, tú te has formado investigando en los bailes de distintos lugares del mundo.
–Sí, estoy muy marcada por unas búsquedas que he hecho en Latinoamérica, en África, en India… Nunca he tenido muchos referentes dentro de la danza contemporánea europea, a la que yo pertenecía por tradición, y he tenido que ir un poco deconstruyendo mi propia tradición cultural para poder darle forma a lo que yo sentía que tenía dentro. Eso al final me acabó llevando a mi tierra de vuelta y tiene para mí una búsqueda muy antropológica. Siempre hablo de baile y no de danza, porque busco una danza que no mate el cuerpo, que no lo encubra. Muchas veces la danza idealiza el cuerpo, pero yo en escena quiero ver a los cuerpos siendo más cuerpos que nunca.
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–Entonces, la palabra baile te representa más que la danza.
–Sí, danza siento que está más identificada a la danza culta, a la danza académica, a la danza como formación. La danza para mí es algo a lo que se aspira, es algo para lo que trabajo: para hacer danza. Sin embargo el baile es algo que surge de manera inesperada, algo que puede hacer todo el mundo, un milagro doméstico. Hay gente que de repente en una reunión social se pone a bailar y su cuerpo aparece en una dimensión desconocida, para sí mismo y para todos. Lo que yo busco en escena tiene más que ver con ese momento.
–Y lo que más conecta con el público.
–A mí me lo parece y sí es cierto que, pese a que mi lenguaje no siempre ha sido muy entendido por muchos sectores de la danza, sí siento que con el público he podido establecer una conexión muy directa. Cuando he podido ver lo que algunas piezas provocan, sí me parece que es esto de lo que estoy hablando y en muchos casos hay una identificación.
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–En algún momento, ¿has perdido la confianza en ti, en lo que estabas haciendo?
–A ver, creo que en el fondo no, pero muchas veces sí. Yo siento como una especie de pulsión que me lleva a hacerlo. Cuando he tenido dudas, me he levantado y he ido a ensayar. Hay una necesidad extraña, muy difícil de explicar, que te lleva a hacerlo. En La Phármaco he invertido mi vida, mi tiempo, el tiempo de mi familia, mi dinero, mi salud mental. Nunca he querido ser bailarina de otro proyecto, nunca he querido ser una bailarina, una intérprete. De hecho, no sé si soy exactamente una bailarina, sé que soy una creadora de un lenguaje. Yo no he hecho nunca una audición para trabajar en otra compañía ni nada. Siento que es una pulsión un poco incurable y que tiene una parte maravillosa y fascinante, pero que en el que hay que estar día a día con la inseguridad, con el momento. Nadie te asegura nada. Y aún así, por alguna razón merece la pena.
–¿Y cómo gestionas el tema del tiempo? Porque para alguien que trabaja con su cuerpo en escena, es complicado. ¿O no le ves límite?
–Para mí, sin duda alguna, no hay límite, más que el que se ponga una a sí misma o el que ponga la poética con la que quieras trabajar. No quiere decir que yo vaya a querer bailar siempre, eso no lo sé, pero no dejaré de bailar porque me sienta mayor, sino porque me apetezca más que bailen otros. La danza existe porque existe el cuerpo, existe para el cuerpo. Me da mucha pena que la danza convencional habla de una franja de los cuerpos humanos así (y junta muchos los dedos) y de repente te ves a una bailarina joven con el pelo blanco encarnando a una vieja. Yo no creo en la representación, creo en la encarnación, entonces, ¿por qué no puede bailar un cuerpo mayor y transmitirme ese discurso que ese cuerpo tiene que darme?
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