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Lorena Roncero da vida a una Doña Inés realista alejada de romanticismos tóxicos
Teatro Echegaray ·
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Teatro Echegaray ·
Jóvenes Clásicos reescribe el mito del Don Juan clásico en una intensa historia que nos presenta a una Inés ansiosa por reivindicar su dignidadCarlota Hernández
Viernes, 19 de enero 2024, 11:37
En un convento remoto, una monja que dice ser Doña Inés de Ulloa -a la que da vida Roncero- invoca suplicante a Dios para que ... sus pecados sean perdonados. Tras un Kyrie introductorio, que además de sumergir al espectador en una especie de ritual cercano a la misa, sirve para crear una atmósfera sacra y a la vez sombría, veremos a Doña Inés encerrada en su celda del convento, donde espacio y tiempo empiezan a confundirse, comenzando un viaje personal alrededor de su vida y sus recuerdos.
El texto, con referencias a obras imprescindibles de la literatura universal como El burlador de Sevilla o Don Juan Tenorio y firmado por el dramaturgo malagueño Sergio Rubio, reescribe el mito del Don Juan clásico mezclando con mucho acierto tres estéticas: la romántica de Zorrilla, la sórdida de Tirso y lo contemporáneo, acercando este personaje al espectador actual. El dramaturgo no sólo conjuga bien estas estéticas, también sorprende jugando muy bien el verso cuando tiene que meterlo para caracterizar a un Tenorio invisible, al que Doña Inés alude constantemente.
Conmociona la Doña Inés construida por la intérprete Lorena Roncero, llenando al personaje de ricos matices y de una construcción física de tintes grotowskianos de lo más evocadora, lejos de la imagen general que se suele tener de una monja, creando un personaje muy poliédrico y lleno de capas de complejidad. Esta riqueza de matices queda patente desde que comienza la obra, demostrando la actriz que ha sabido trabajar y cuidar un imaginario muy concreto, al más puro estilo Chéjov, en el que vemos cómo viaja entre los recuerdos del personaje con facilidad y sobre todo, con muchísima credibilidad.
La propuesta de Jóvenes Clásicos cuya dirección corre a cargo de Pedro Hofhuis propone una acertada Doña Inés que no se queda sólo en su papel de víctima, sino que se rebela contra su agresor, plantándole cara, y es justo esta catarsis la que la lleva al perdón de sus pecados y a perdonarse a sí misma, trascendiendo la historia y convirtiéndose en un importante símbolo de contrapoder contra todos los donjuanes.
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