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Este artículo no trata de los peores acontecimientos culturales o sociales de 2024. Esto trata de que los días se hacen más largos y los años más cortos, de que la Navidad empieza cada vez antes, de que los décimos del Gordo llevan semanas en ... la calle, de que, sin darnos cuenta, ya estamos navegando en la sobredosis de listas con lo mejor del año en todas las categorías imaginables. Desde subgéneros culturales hasta los aspectos más concretos y anecdóticos de la vida. Aparecen en los periódicos, en las redes, pero también en nuestra cabeza, esa cabecita que no puede evitar preguntarse cómo nos ha ido este año en distintos ámbitos cuando se está acercando un final. El ser humano tiene una tendencia evidente y que la distingue de otras especies: elaborar listas que abarcan intervalos de tiempo desde lo mejor del año hasta lo más bonito de una vida entera.
Estas listas, se supone, sirven para recordar lo que nos hizo felices, para volver a ello de vez en cuando, y para recopilar los aciertos igual que hacemos con los errores. En las listas ajenas está además la ventaja de rescatar lo que se nos haya escapado. Porque muchas cosas se escapan, pero casi todas, al final, son recuperables o, por lo menos, se reemplazan.
Por estos días, las plataformas digitales nos ofrecen estadísticas personalizadas de lo que hemos visto, leído o escuchado. Una de las más populares es Spotify. Su famoso 'Wrapped', que significa 'empaquetado' o 'envuelto', sugiere que la experiencia musical del año se recoge y se entrega como un regalo para que reflexionemos sobre nuestras preferencias y descubramos patrones en nuestros hábitos de escucha. La lista puede compartirse como si fuera un certificado de identidad que nos dice cómo hemos sonado este año.
En mi caso, la experiencia ha sido reveladora. He pasado más de 22.000 minutos escuchando música, con 2.350 canciones diferentes, lideradas por Lana del Rey, quien me ha acompañado durante más de mil minutos. También he explorado la música de 1.265 artistas distintos, que no sabía que había tantos. Y esto sin contar las horas en las que Radio 3 o el Spotify de otros en bares, discotecas o casas ajenas.
La selección personal también refleja cómo evolucionamos musicalmente a lo largo del año: ritmos más movidos en verano, incluyendo un dulce coqueteo con lo latino, y una transición hacia melodías melancólicas en septiembre y octubre, aunque el final no siempre es melancolía. Con música de after, diciembre se convierte en el momento perfecto para mirar alrededor, recoger los ecos de lo vivido y empezar a imaginar qué canciones, qué libros, qué historias nos acompañarán en el próximo año. Porque si algo nos enseñan las listas es aprendizaje y la certeza de que siempre hay un nuevo comienzo esperando en la pista de baile.
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