Daniel Vega, chef gaditano, y Matías Murillo, arquitecto barcelonés, se instalaron en Lagunillas hace nueve años. Aquí, en una antigua farmacia de la que conservan ... el luminoso de la fachada, la característica cruz que han transformado en una aspa, abrieron La Polivalente, un espacio cultural ídem, multidisciplinar, porque acoge exposiciones, presentaciones de libros, improvisaciones teatrales, proyecciones de películas o documentales, así como a creadores del mundo del jazz, el blues o los sones brasileños. Y todo a un ritmo frenético: todos los días de la semana, con el cartel lleno al menos para todo este año y con artistas en lista de espera para actuar y exponer. Esto es algo que, dice Murillo, «habla bien de nosotros y mal de la ciudad»: lamenta que hay pocos lugares como el suyo en Málaga. «Tuve una epifanía y me fui a Berlín y cuando volví pensé que quería tener un trozo de esa ciudad en Málaga, contar aquí con algo que me gustaría encontrar. Animo a los empresarios a que promuevan iniciativas como ésta: la gente demanda cultura, no tiene dónde meterse. El problema de Málaga es que aspira a jugar en la 'champions' de la cultura, pero no cuenta con una escena 'underground' que dé cobertura a la inmensa cantidad de artistas que hay aquí. Y la cultura entra mejor con diversión, como ocio», sigue reflexionando Murillo, que rememora cómo hace tres lustros en Málaga sí había escenarios alternativos: «Cada vez quedan menos espacios así, por lo que nosotros somos 'la perla', un pequeño tesoro que sobrevive; los artistas emergentes necesitan un espacio en el que emerger«.
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Estos dos socios escogieron Lagunillas porque «está lo suficientemente cerca y lo suficientemente lejos del centro». «Si nos hubiéramos instalado en el centro, ya habríamos sido fagocitados», continúa Murillo. «Ésta es una zona real de Málaga, frente a la irreal, por eso aquí vienen los extranjeros que se quedan a vivir en la ciudad o los turistas que huyen de la ciudad de plástico, del turismo 'mainstream'», agrega. Aquí, en este área que se sitúa entre la Cruz Verde y la calle Victoria, hay «muchas capas» sociales: malagueños, turistas -los cajetines de llaves de viviendas vacacionales los delatan-, gente de la cultura -en las inmediaciones se encuentran San Telmo y el Conservatorio- y una gran «trama orgánica», un bullicioso movimiento social -el barrio cuenta con cuatro decenas de asociaciones de todo tipo-. Lagunillas antes quizás era un sitio del que irse, pero ahora tiene el aura especial que le proporciona el arte urbano que adorna fachadas y muros, festivales de jazz a modo de verbena… y de todo eso participa La Polivalente.
¿Cómo se llega de abrir hace nueve años en un barrio que «era un boquete» a tener lista llena de actuaciones y verse obligados a decir que no a los artistas que ansían mostrar sus creaciones en este espacio porque tienen ya todas las fechas ocupadas? «Nos hemos ido haciendo sobre la marcha. Es como un barco, hay que echarlo a navegar. Comenzamos a programar los fines de semana y a partir de ahí, fuimos probando a poner cosas por las mañanas, por las tardes, talleres infantiles... prueba-error, hasta llegar aquí», explica Matías Murillo, que defiende que, ahora, artistas que están girando por el mundo, cuando pasan por Málaga, recalan en La Polivalente. Esta sala se ha hecho un hueco en los circuitos de la cultura. Fuera de la capital costasoleña ya se oye hablar de este espacio. Y con la cantidad de programación que sacan adelante, hay gente que se sorprende de las pequeñas dimensiones del lugar, de que sea posible hacer tanto en tan poco espacio.
«Sí, aquí pasa todo lo que veis, les tengo que decir. Ésta es una sala muy pequeña, pero ya mítica y siempre nos dicen que tocar y actuar aquí es un placer. Los creadores nos confiesan que lo que les pasa aquí no les ha sucedido nunca en la vida: ¡setenta personas calladas escuchándote!». «Los artistas están acostumbrados a actuar de fondo, porque la gente está charlando, está cenando... pero aquí, al que molesta... se le invita a que respete el silencio y la escucha», ironiza.
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En ese local, por tanto, es posible que haya un público de varias decenas de personas escuchando un recital de poesía en estricto silencio, ése que tanto se viola en salas de cine y patios de butacas de los teatros de Málaga. Así que uno de sus proyectos pasa por la creación de una escuela de espectadores, cómo asistir a un espectáculo, cómo mostrar respeto al artista, pero Murillo ya siente que han ido educando a la gente y construyendo el público que quieren y que en gran medida está formado por artistas. «Nos conoce quien nos tiene que conocer. Pero cada vez que veo a alguien nuevo entre el público siento que se ha producido un pequeño milagro, que se ha dado ese boca a boca de una persona que le ha dicho a otra que aquí encajaría».
Por La Polivalente han pasado creadores que empiezan y también consagrados a presentar sus trabajos. Los lunes van por por allí los actores de Impro Pechá: «De repente, se ha convertido en un día increíble, porque esta gente es muy buena y se llena». El martes es el día del blues, ciclo que organiza Javier Martín Aguilar, el capo de ese género musical en Málaga que tocó con Tabletom o Danza Invisible, y que también está vinculado con el ZZ Pub, con el que La Polivalente se siente hermanada: «Nosotros acabamos a las once –horario sagrado para no molestar al descanso de los vecinos– y la gente muchas veces sale de aquí y se va a ese otro local, donde los conciertos empiezan más tarde». El miércoles es el día del ciclo de música brasileña. Y el jueves es el día del jazz: la organización del ciclo está a cargo de Enric Oliver junto a Dani Torres. Además, acaban de lanzar la asociación de amigos del jazz, AmaJazz. Entre semana, por tanto, se desarrollan los ciclos, y en fin de semana, «lo que no cabe» en ellos.
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Para acabar, una reflexión de Murillo: «La creación artística debe ser política y la gestión cultural no debe ser partidista, ha de dar cabida a todo el mundo. En La Polivalente expone gente que antes ha estado en la Tate Modern de Londres o en el Pompidou y que puede no vender nada aquí, pero hubo una señora que nos llenó las paredes de corchos y cada día se traía a otras señoras y consiguió vender toda su obra. Al final, es el público el que juzga».
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