Dos tazas
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Me pegué todo el confinamiento escribiendo en la mesa del salón frente a una taza que dice 'Somos plenamente libres'Siempre vamos con prisas cuando subimos a la casa de campo de la familia de M y así nunca puedo pararme en el recodo del camino, todavía asfaltado, donde una señal de tráfico anuncia que si tomas el desvío hacia la izquierda llegarás hasta la ' ... Calle Amiguito'. Siempre que veo la señal me acuerdo de Ángel de los Ríos, porque barrunto que sólo apreciará en su justa medida la belleza poética de esa flecha verde con el borde y las letras blancas en mitad de un carril de una pedanía entre Casabermeja y Colmenar. Me acuerdo de Ángel frente al anuncio de la 'Calle Amiguito' y ante la imagen de cualquiera tomándose un café en un vaso de cristal. Quizá la amistad sea algo parecido a eso: querer a un tipo que prefiere tomarse el café en un vaso y no una taza de cerámica. Blanca, civilizada y rotunda. Yo colecciono tazas y separadores de libros desde que puedo recordar y la torpeza y el despiste han contribuido a que mi patrimonio en ambos frentes sea compatible con las dimensiones de una vivienda convencional.
Supongo que él no lo sabrá, pero uno de los mecenas más notables y recientes de mi colección de tazas de cerámica es el director artístico del Museo Picasso Málaga, porque en esta vida tampoco he tenido talento para el cohecho. El asunto empezó medio en broma. Durante la rueda de prensa para presentar la exposición 'Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo' comentó que el museo había lanzado una serie de tazas conmemorativas, se vino arriba y anunció que el museo regalaba una a cada periodista presente en la sala. En algún encuentro posterior debí comentar que V y yo sólo tomamos la leche o el café si están servidos en una taza y a la primera siguieron otras sobre las exposiciones de Warhol, 'El sur de Picasso' y Bruce Nauman.
Así me pegué todo el confinamiento escribiendo en la mesa del salón frente a una taza que dice 'Somos plenamente libres', porque a falta de humor, buena es la ironía. Y si la taza estaba por fregar, cosa más que probable, escogía entonces la de Warhol, en cuyo poso puede leerse una frase del padre del arte pop. Está en inglés y podría traducirse más o menos así: «Hoy rompí algo y me di cuenta de que debería romper algo una vez a la semana para recordarme lo frágil que es la vida».
Durante los meses más oscuros de la pandemia bebí café por encima de mis posibilidades y ahora que lo pienso –es decir, que lo escribo– casi todo cayó en esas dos tazas. Quizá, como dicen que decía Freud, la mente nunca se equivoca. Y quizá por eso mismo la taza de Warhol ha regresado desde los confines de la estantería de la cocina justo ahora, cuando han vuelto a cerrar los museos, los teatros, las salas de conciertos y las galerías de arte, dejando apenas el ancla echada en las librerías. Qué cosas, ahora esta es una ciudad sin tabernas, pero con librerías. Y al fondo de la taza de Warhol que pesa como si fuera de plomo llega el recordatorio de la fragilidad de casi todo. Otra paradoja. Como llegar a una edad en la que te apetece alguna certeza y que la vida te sirva dos tazas incertidumbre. Justo cuando nos creíamos inmortales, cuando dábamos por hechas la vida, la cultura, el amor, la amistad o el porvenir, llega un imprevisto desde el otro lado del mundo y nos para en seco, nos seca la boca. Así que cuanto todo esto amaine un poco y abran de nuevo los bares tengo que llamar a Ángel para tomarnos un café rápido en el Nerva. Y que lo pida en vaso, si quiere.
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