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Dice que uno siempre tira de experiencia para escribir. Y de una visita a calle Larios y alrededores en la que Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) compartió paseo, mesa y mantel con el escritor Alfredo Taján salió aquel horrendo crimen en Málaga que sirvió de pórtico a 'La víspera de casi todo'. Ahora ha vuelto a la capital con una nueva novela, 'Antes de los años terribles', en la que asegura que se ha «borrado» como autor para meterse en la piel de sus personajes y especialmente de Isaías Yowari, el 'negro de las bicicletas' que regenta un taller en La Barceloneta y que arrastra una herida: su pasado como niño-soldado en Uganda. Un historia en la que habla de la culpa, la guerra, la violencia, la reconciliación y la impunidad. En la entrevista, el autor también nos habla de los años terribles del terrorismo en España, de su proyecto de novela sobre Cataluña y de las elecciones europeas.
–En lugar del protagonista, Isaías, usted llegó a esta novela a través de su torturador, Joseph Kony, el líder de la guerrilla LRA de Uganda.
–Me obsesioné con él. ¿Cómo es posible que siga suelto y que durante 25 años nadie le parara? Lo fácil es decir que está loco, pero si indagas en su vida y su familia encuentras mucho más. Él me llevó hasta Uganda.
–Le confieso que he tenido que mirar en el mapa donde se encuentra este país dentro del continente.
–Yo tampoco lo conocía. Uganda es relativamente pequeño, pero durante seis años he estado inmerso y me he enamorado de su gente.
–En nuestra literatura no está muy presente el África subsahariana.
–La literatura no tiene que hablar solo de lo que conocemos, también de lo que nos inquieta. Y cuando encontré a Isaías Yoweri descubrí que los niños son niños en todas partes: juegan al fútbol, se enamoran, le tiene miedo a su padre, se refugian en la abuela, su hermano pequeño le toca los cojones pero lo protege, conoce a un profesor que ve en él lo que otros no ven… Hasta 2012 no sabía quien era Kony y me enteré cuando se hizo viral un vídeo de la Fundación Niños Invisibles. Y aunque Uganda sea una desconocida, no somos ajenos a los ladrones de infancia, a esos monstruos que arrancan la niñez y dejan cicatrices que te acompañan el resto de tu vida.
–Estos niños soldados son víctimas y a la vez verdugos. Cómo lector, la novela nos sitúa en una frontera moral, ¿le pasó al escribirla?
–Cuando eres niño el sentido del bien y del mal está condicionado por el adulto, pero si ese adulto es el que ha matado a tu propia familia o ha obligado al propio niño a matarlos, todo se convierte en un relativismo moral. Kony y sus lugartenientes pasaron a ser la familia de esos niños, los cuales querían imitarlos. Y cuando salen de esa burbuja es cuando se dan cuenta de que también se han convertido en verdugos, en monstruos. Pero yo no estoy de acuerdo con Isaías cuando dice que es una víctima pero no es inocente, porque un niño nunca es culpable de los actos que los adultos cargan sobre ellos.
–¿Conoció a muchos niños-soldado?
–Llegué a chicos y a una chica que me contaron su historia. Y de todas ellas construí a Isaías Yoweri que es un alterego de todas esas voces. En principio me atrapó Joseph Kony, pero dejó de fascinarme el monstruo para interesarme las víctimas del monstruo. Ahí estaba la historia que quería contar, las consecuencias de su maldad.
–La novela trata la dificultad de superar esos años terribles.
–El problema de estos niños es que es muy difícil volver a la vida normal por su relación con la violencia y la desconfianza hacia los demás. Con uno de los chavales me costó mucho romper ese muro hasta que vi que la única manera de contactar con él era a través de la infancia, ya que compartíamos cosas en común. Y ahí comenzó a contarme que tenía pesadillas o que no sabía a cuanta gente había matado ni recordaba sus caras.
–¿Y qué ha sido lo más complicado para usted?
–Escuchar, asimilar y ser fiel a sus voces. Uno de los logros de la novela es que me he borrado como escritor. Son ellos los que hablan a través de Isaías.
–Se ha borrado, pero a la vez parece su novela más comprometida.
–Es la mejor, sin paños calientes. No sé si es la más comprometida, porque mi compromiso no es tanto con la denuncia social, sino con lo humano. El compromiso es mostrar la humanidad en lugar de la crueldad o el estereotipo. Luego, cada lector decide hasta donde llega en ese viaje. No le voy a decir a nadie lo que está bien o lo que está mal.
–En la novela está además implícito el viaje de Isaías hasta Europa. La búsqueda de un paraíso que, por contra, cada vez se cierra más y donde crece la xenofobia.
–Ver esta situación me produce un dolor físico. La semana pasada en Gran Canaria, una mujer llevaba a su hijo fajado a la espalda en una patera y, justo cuando iba a tocar tierra, un golpe de mar se lleva a la criatura. Esto no nos puede dejar indiferentes. Por eso, cuando veo a los Salvini y la política de los países del este, no puedo dejar de pensar que, de todos los procesos electorales que estamos viviendo, el más importante sea la elecciones europeas de este domingo. O involucionamos, nos encerramos en nuestro miedo y le damos la batuta a los Salvini, o evolucionamos hacia un bienestar abierto al mundo.
–Alguno le dirá que se necesitan más que buenas intenciones.
–No soy buenista. Sé que estas cosas cuestan, pero tenemos que entender que el mundo es poroso y vivimos en una aldea global y aunque cierres los ojos y levantes muros, la gente no va a dejar de venir mientras tengan una razón para salir huyendo de su casa.
–Aquí pasamos también por nuestros años terribles con ETA. La detención la semana pasada de Josu Ternera mostró que es una herida todavía abierta. Usted además fue mosso d'esquadra, ¿le veremos escribir de ETA?
–Después de Fernando Aramburu y 'Patria' creo que está tratado. Para ser honesto, este tema se tiene que tratar desde una mirada interna. En mi caso, sé que algún día escribiré de Cataluña.
–¿Cuál es su visión?
–Me interesa el concepto y la idea de patria, hablar sobre la emigración y sobre nosotros, los charnegos. Pero cuando haya pasado todo esto, con perspectiva suficiente dentro de 10 o 12 años. El libro de Aramburu ha tenido tanto éxito porque el terrorismo no es una herida cerrada y ningún proceso de reconciliación se puede sustentar sobre la impunidad y el silencio. Reconciliación sí, impunidad no. Y lo de Josu Ternera no se puede olvidar. Y ese es el mismo discurso para Joseph Kony en Uganda.
–¿Qué opina de la reconciliación que se planteó en la Transición?
–El último acto de impunidad en este país se cometió entonces. En ese momento nadie se cuestionó la amnistía porque era necesario, pero ahora estamos empezando a revisar ese periodo. Para salir de una dictadura puedes hacer esa ley, pero no en una democracia y España ya es una democracia asentada.
–El éxito le llegó antes en Francia que en nuestro país. ¿España fue madrastra con usted?
–Pasé mi travesía por el desierto. Al principio, cuando empecé a tener éxito en Francia y en EE UU, me preguntaba por qué no en casa. Desarrollé ese sentimiento de lamento unamuniano, pero llegó un momento en el que dejó importarme. Y cuando me relajé, cambiaron las cosas aquí. Pero igual puede cambiar en negativo. Los lectores somos soberanos y lo digo en plural porque también soy lector y nunca me fijo en la nacionalidad de un autor, sino la historia que me cuenta. Para ser escritor tienes que vivir en el filo de la navaja, porque si no te aburguesas. En caso contrario no habría escrito esta novela.
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