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Theodor Kallifatides se citaba con la prensa en Málaga para presentar su último libro traducido al español, pero no dijo su título ni una sola vez ('Un nuevo país al otro lado de mi ventana'). Ni siquiera ahondó en su argumento. No le interesa hablar ... de la historia -«¡qué más da lo que cuento!»-, lo que realmente le importan son las ideas. Por eso, durante algo más de una hora, el escritor sueco de origen griego reflexionó sobre la realidad europea, sobre la guerra, las injusticias sociales y la misoginia dominante. Pero con un mensaje final optimista porque, como dijo, siendo abuelo está obligado a serlo. «Creo que el mundo puede mejorar. Pero la esperanza no es suficiente, tenemos que hacer algo», expresó en el Centro Andaluz de las Letras junto a su nuevo director, Justo Navarro, y la delegada de Cultura de la Junta, Gemma del Corral.
Dijo esa frase en un correcto español, un idioma que empezó a aprender de manera autodidacta con 82 años, cuando Galaxia Gutenberg comenzó a publicar sus novelas en España. Ahora tiene 85 y lo entiende todo. En este tiempo ha establecido una conexión especial con el país, al que vuelve con frecuencia y donde hace solo unos días recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes como uno de los grandes exponentes de las letras europeas. De aquí, aseguró, son dos de las influencias más importantes que marcaron su juventud: Miguel de Cervantes, «el único autor que ha escrito para todos»; y Federico García Lorca, «una fuerza de la naturaleza» al que descubrió viendo una representación de 'Bodas de sangre'.
Pese a todo, no pisó suelo español hasta 2019 cuando su primera traducción al español ('Otra vida sin vivir') fue un éxito. Desde entonces siente que en ningún lugar se entiende tanto su obra como aquí. Por una razón: «España es el único país de Europa que no se ha convertido en una colonia americana. Tiene una cultura propia, alma propia, bailes propios… En el resto de Europa lo que hacen es tratar de imitar a Estados Unidos», sentenció.
'Un nuevo país al otro lado de mi ventana' es el último fruto de esta alianza con la editorial que dirige Joan Tarrida. Un libro autobiográfico en el que relata su experiencia como inmigrante griego en Suecia desde los 25 años, esa sensación de extranjero perenne pasen los años que pasen. Una vivencia personal que le sirve para hablar de cuestiones universales. Para quien ha vivido la ocupación alemana de Grecia y una guerra civil, su primer mensaje es una obviedad: «La Historia nos ha enseñado que la guerra no es la solución, la guerra crea problemas nuevos». Kallifatides lamentó que en el conflicto de Ucrania no se habla de paz sino de maneras de prolongar la batalla con más armas.
Mostró su preocupación por el deterioro de los derechos sociales: «No es razonable pensar que podemos vivir en una sociedad en la que no haya justicia social, en la que haya diferencias sociales extremas. Hemos visto que una sociedad así nunca va a durar», declaró. E hizo una defensa de la educación pública, recordando además la importancia de estudiar a los clásicos. De ellos aprendió grandes lecciones de vida que aún le acompañan. Como la historia que contó de un general ateniense de la antigua Grecia que se exilió con los persas y al que, ya de mayor, le preguntaron dónde quería ser enterrado. Lo que respondió lo suscribe a pies juntillas él, ahora que ya va «pensando en la muerte»: «Para un hombre bueno cualquier tierra es una buena tumba».
Kallifatides lanzó, además, un claro alegato feminista: «Es hora de parar la misoginia». Porque no se contiene en Europa, más bien al contrario, va a más con un incesante goteo de asesinatos machistas. En eso, mantuvo, la literatura tiene parte de responsabilidad. «Muchas personas que escriben odian a las mujeres, muchas citas que se ven en la literatura se refieren a las mujeres como una loca, una puta o una tentación», criticó.
Una mujer, su madre, fue su principal impulso para escribir. Empezó junto a ella, cuando tenía 5 años y presenció cogido de su mano una ejecución pública de los nazis a un vecino del pueblo. Al regresar a casa tuvo la necesidad de poner negro sobre blanco lo que había visto, un texto que su padre conservó con él hasta su muerte. Y dejó de escribir cuando su madre murió. Dos años estuvo sin hacerlo. «No me sentía capaz». Hasta que una señora se acercó a él tras una charla y le susurró al oído: «Su madre quiere que siga escribiendo». Y volvió a encadenar palabras.
En ningún momento creyó que hacía «literatura»: «Pero sentía que mi vida era imposible sin ese camino, que tenía que escribir sobre los valores humanos, la paz, la justicia y la educación». Una hora después de tomar asiento en el CAL, el octogenario autor se despedía volviendo al español para agradecer la oportunidad de «hablar de todas estas cosas». «En otros países de Europa es imposible». Ellos se lo pierden.
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