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Simón Partal: la piel sobre la cicatriz

Simón Partal: la piel sobre la cicatriz

Poesía al SUR ·

Cambió el baloncesto por la poesía, donde encontró «una vocación humana y social». Ahora, tras beber de Muñoz Rojas y Bowie, de Zambrano y Rosenvinge, aspira a hallar trascendencia entre lo cotidiano

Viernes, 25 de enero 2019, 01:03

Ha podado su poesía para arrinconar la oscuridad de los primeros años. Ahora aspira a la luz, convencido de que «tiene que imponerse la piel sobre la cicatriz». Alejandro Simón Partal defiende la inocencia y esquiva las frases hechas, los versos huecos con vocación de acabar esculpidos en el muro quebradizo de las redes sociales. No pretende más, ni menos, «que recordarnos nuestra condición / de seres pequeños o necesitados, / de hermanos que algunas mañanas, / muy temprano, salen humildes / y se encuentran». Se ha sacudido la angustia adolescente para forjar una voz propia que abraza la incertidumbre pero no el pesimismo: «Hay muchas estupideces que te quitan el sueño cuando tienes veinte años, pero no podemos quedarnos ensimismados en la melancolía. La poesía tiene un fin celebratorio, aunque proceda de la herida y la necesidad».

En 'El guiño de la chatarra' y 'Nódulo noir', publicados en 2010 y 2012, ya reivindicaba, entre claroscuros, el poder de la pureza, sin negar la brecha que abren los años: «La infancia es la ambigüedad de la muerte». Su escritura aparece despojada en 'Los himnos abdominales', que podría considerarse un libro de transición hacia su madurez. «También yo, / desde pequeño, / soñé con ser el poeta / que explicase / a los niños / la historia de los pájaros», confiesa antes de identificar las dificultades de un camino pedregoso: «Porque ya no puedo cantar / lo que se pierde / cuando desafina / todo lo que he ganado». La segunda parte de este poemario está introducido por un verso de María Victoria Atencia («Tiene la perfección vocación de desorden»), cuya obra analiza como ejemplo de serenidad y plenitud en 'Las virtudes de lo ausente', su ensayo sobre la felicidad en la poesía española contemporánea.

El autor malagueño, nacido en Estepona en 1983, comenzaba a acomodar una «postura mental» basada en el equilibrio, una simetría que se empeña en trasladar a sus poemas, consciente de que «la sencillez nos salva». La búsqueda de la trascendencia entre lo cotidiano lo empuja también a las obras de Vicente Aleixandre y José Antonio Muñoz Rojas, de quien admira la capacidad de estremecerse ante la naturaleza, una sensibilidad que el antequerano volcó en 'Las cosas del campo'. Simón Partal considera, como Neruda, que el poeta «amasa el pan difícil pero honrado de la vida». Por eso su último libro, 'La fuerza viva', atravesado por el dolor que le produjo la enfermedad de su padre, afina la perspectiva, desciende hasta lo ordinario: «He caminado hora y media con mi padre. / Los dos, sin apenas mirarnos. Los dos en silencio». Y sigue: «por parar en la fuente de metal / y abrirle el agua mientras bebe».

El libro, que contiene sus poemas más brillantes hasta el momento, está iniciado por una cita de Wislawa Szymborska: «Nadie en mi familia murió de amor». El autor malagueño aplica el verso a una estampa callejera protagonizada por tres jóvenes: «Son tres. / Nadie en sus familias murió de algo / que no fuera de muerte. / Atléticos y pobres, / comen un shawarma con coca-cola». Y vaticina: «Tampoco ellos morirán de algo / que no sea de muerte». Por entonces Simón Partal vivía en un pequeño pueblo francés situado al norte de Francia por su trabajo como lector en una Universidad cercana: «La situación me desbordó y escribir me salvaba los días. Por eso los poemas combinan desasosiego y esperanza». También se concede tiempo para romperse: «Rocío Dúrcal no murió de amor. / Ya nunca sabré si te gustaban sus canciones».

Competitividad

De (más) joven alternó baloncesto y poesía, llegando a jugar en la cantera del Caja San Fernando. El deporte pulverizó complejos pero también le mostró el rostro tosco de la competitividad, terreno que abandonó por yermo. Ahora, tras una estancia en Burgos, vive en Zaragoza, donde da clases y está becado como artista residente en el centro Etiopia. En 2017 publicó 'A cuerpo gentil', su tesis sobre el poeta salmantino Juan Antonio González Iglesias, aunque sus referencias abarcan también la música de David Bowie o el cine de Jonás Trueba. Su relación con Christina Rosenvinge ya adelantó, hace años, su inquietud por bucear en otras disciplinas. Juntos levantaron 'Antagonista', un montaje donde canciones y poemas se daban la mano sin confundirse. Aquella experiencia, que desde hace meses repite con Tulsa, le sirvió para «coger tablas» y enfrentarse a auditorios por lo general insólitos para poetas y profesores.

Está convencido de que la poesía «tiene una vocación humana y social» que, lejos de la inutilidad percibida por algunos «monstruos», sirve «para no caer en esta época de cinismo, odio y escepticismo que vivimos». Desde esa fe esclarecedora, zambraniana por momentos, como un cañón de luz en medio de la oscuridad, Simón Partal cierra la charla recordando unos versos de San Pablo que reflejan la postura vital y poética a la que se ha afiliado: «¿Quién sufre que yo no sufra con él y quién se alegra que yo no me alegre con él?».

ALEJANDRO SIMÓN PARTAL

Un hombre-padre y su agonía (Fragmento)

Te vas dejándome algo de herencia>
(un piso mal iluminado que cuesta, dices,>
una vida de trabajo). Me voy dejándote>
por contar cosas que no conoces>
y que casi cuestan una vida: algún retoque plástico,>
y noches de glory holes que quizás entiendas mejor>
allá en la gloria, en el tránsito hacia lo sagrado>
donde se reconocen con más facilidad los muros>
con sorpresa que separan plenitud>
de arrepentimiento.>
Cuando el miedo deja de guardar la viña,>
la viña también florece.

Orilla raíz

Hay un instante
que de tanta soledad
improvisa cualquier cosa la hermosura.

Así hoy en esta playa
donde mi padre no ha dejado huella,
le he visto enterrando en la orilla
una sandía para enfriarla.

Donde sólo hay tierra
yo veía a un hombre
con los pantalones remangados
abriendo hueco en la tierra,
donde el mar se aisló por un segundo
creyéndose por fin mar.

Desde aquí veía los pies de mi padre enterrados.
Veía la sandía enterrada,
con su pulpa cada vez más fría.

Esos hombres de orilla que saben de mar
no habrán enterrado ahí nunca una sandía.

No sabrían hacerlo como él.

Hay un momento que de tanta soledad
brotan de la orilla los frutos más grandes.

Apenas es marzo (Inédito)

Apenas es marzo,
pero ya un empleado público
alisa con su tractor la arena de la playa,
como quien pisa uva dura para adelantar el vino.
Sortea a los pocos que allí parecen esperar
ese jugo prematuro de lo que pronto corregirá noches:
la pareja de amantes que interrumpe la penetración
sin abandonarla; los dos estudiantes que fuman
en la orilla y balbucean un lenguaje de dioses;
y el que desde aquí observa y pone cercanía
a esa gracia de los justos.

Todos ellos saben que la caricia
es cuerpo elemental que se posa
y que insiste en lo vivo. Que lo eterno
concierne a esa mano que puede adelantar estaciones
o esclarecer los misterios más posibles
cuando se posa despacio y permanece.

Todos ellos saben que estando allí
-esquivándose, cuidándose-
están salvando el mundo.

Días por venir (Inédito)

Estamos cerca del tiempo
donde no se requieran performers
ni artistas que se flagelen o mutilen,

sino alguien que ponga al otro
una almohada bajo su cabeza
y lo acompañe en su descanso.

Estamos cerca del tiempo
donde la plaza vuelva a ofrecer comodidad,
donde la primavera regrese a las montañas.

Resistencia y sumisión (Inédito)

No es el amanecer otra cosa
que un intento terrestre
hacia lo divino,
como lo es la fruta madura en el árbol
o las sábanas blancas tendidas
en un prado abierto.

Poco dura ese momento
en el que los animales gimen
y algunas personas reaccionan
y cuidan la tierra o recogen el fruto.

No pretende más
que recordarnos nuestra condición
de seres pequeños o necesitados,
de hermanos que algunas mañanas,
muy temprano, salen humildes
y se encuentran.

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