
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Sergio Ramírez saca a relucir la letra del famoso tango de Gardel. «Estamos en esa edad de la frente marchita», dice entonando 'Volver'. A pocos ... meses de cumplir 80 años, el escritor nicaragüense se resiste a perder la esperanza de regresar a su país. Desde septiembre, el primer centroamericano en ganar el Premio Cervantes en 2017 vive exiliado en Madrid tras una orden de detención del Gobierno de Nicaragua por su actitud crítica contra el régimen de Daniel Ortega. Ramírez, en su juventud un revolucionario sandinista que ayudó a derrocar al último Somoza, llegó a ser vicepresidente en la primera etapa de Ortega. Sus denuncias reiteradas a la deriva totalitaria del presidente (lo hizo en el discurso del Cervantes) y su última novela 'Tongolele no sabía bailar', sobre la brutal represión a unas revueltas populares en 2018, fue el detonante de la persecución. Está convencido de que la literatura no da soluciones, pero puede «alertar y abrir los ojos», defiende antes de su intervención en Escribidores, el festival literario organizado por la Cátedra Mario Vargas Llosa y la Térmica.
-En esta jornada Escribidores se hablará de literatura, mestizaje y censura. Usted sabe mucho de todo eso.
-Bueno, vivimos en ese medio (ríe).
-¿Cómo lleva el exilio?
-Los exilios no son nunca fáciles, hay que saber sobrellevarlos. Ante la imposibilidad de regresar, uno tiene que abrirse un espacio en el lugar donde vive. Mi mujer y yo hemos logrado aclimatarnos en Madrid. Tenemos amigos, respaldo y nos gusta la ciudad. Es nuestra primera experiencia de vivir en Europa largo tiempo.
-¿Sueña con volver o ya descarta esa opción?
-Hay una letra de un famoso tango que dice eso de «volver con la mente marchita» (ríe). Estamos en esa edad de la frente marchita. Regresar siempre es una esperanza, pero uno tiene que hacerse a la realidad de que puede ser que no ocurra y darse cuenta de que la vida es eso. Es un permanente cambiar, vueltas, revueltas… Uno tiene que vivirla como es. Pero la nostalgia es imprescindible, uno siempre está recordando lo que dejó atrás. La patria son muchas cosas, los recuerdos, la familia, el paisaje, la tierra, la infancia… Y saber que todo eso se pierde como una puerta que se cierra para siempre, es muy doloroso.
-Imagino que es más doloroso cuando se ha luchado por ese país para cambiar las cosas, y ahora es testigo de esa deriva que ha tomado.
-La América Latina está hecha de decepciones recurrentes. Las grandes empresas históricas de cambio que se asumen en la juventud con tanto entusiasmo terminan siempre derrumbadas. Eso es parte de nuestro propio paisaje. Hay un momento gozoso en el que se lleva la piedra hasta la cumbre y luego esa piedra rueda hasta el precipicio de nuevo y hay que volver a levantar.
-Abandonó su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista. Imagino que esas imágenes de miles de ucranianos dejando su vida para unirse a la lucha le tienen que remover particularmente.
-Me mueve muchísimo esas imágenes. Yo sé lo que es alzarse contra un poder opresor, contra una amenaza y defender a un país pequeño que siempre fue agredido en el pasado por una potencia tan grande como los Estados Unidos de entonces. La figura del general Sandino en mi país surge de eso. Veo ahora como esta agresión contra Ucrania despierta tantos actos de heroísmo, sacrificio y resistencia con los cuales yo me identifico plenamente.
-Es curioso cómo la historia se repite una y otra vez.
-Siempre la lucha del grande contra el débil. Y la impunidad de que alguien se pueda proclamar conquistador y sea tan difícil detenerlo. Eso es lo que más enfurece.
-¿La literatura juega algún papel en este escenario tan inestable e incierto, o es iluso pensarlo?
-Creo que la literatura nunca puede dar soluciones. Las soluciones son del mundo real. La literatura lo que hace es alertar, abrir los ojos, empezar a pensar, a distinguir entre el bien y el mal y hacer que el lector tome conciencia de situaciones históricas, mejor de como lo podría hacer a través de un texto de historia.
-Usted lo ha hecho con su última novela 'Tongolele no sabía bailar', sobre las revueltas de 2018 reprimidas por el Gobierno nicaragüense. Para que al menos lo que sucedió no se olvide.
-Cuando uno toca temas contemporáneos tiene que arrancarles la piel para que se vea el tejido vivo de un país. No se pueden pasar por encima los acontecimientos que tanto trastocan la vida de un país sin meter el escalpelo. Y es lo que yo he tratado de hacer. No como una novela que pueda promover opinión, sino como una novela que pueda enseñar las heridas de mi país.
-¿La pérdida libertad expresión es un riesgo real también aquí en España?
-En una democracia como España hay muchas ideas extremas que se chocan y se enfrentan. Muchas de ellas no me gustan, porque he aprendido a rechazar las ideas extremas, algunas me resultan absurdas, pero están puestas en el tamiz de la democracia y es a la gente a la que le corresponde decidir qué acepta y que no. Librarse de la propaganda maligna no es posible porque es consecuencia de la misma libertad de expresión. Acallar una voz porque a mí no me gusta es el comienzo de la tiranía. El riesgo a la libertad de expresión donde está patente de verdad es en Nicaragua. Los medios de comunicación se hacen ahora desde el exilio, solo online porque en papel ya no existe ninguno. Si nos trasladamos a Centroamérica, también en El Salvador la prensa está siendo perseguida, y lo mismo en México. Allí todos los días hay noticia de un asesinato porque los narcos han establecido un estado paralelo que castiga con la muerte a quien no dice lo que ellos quieren o dicen lo que no deberían según sus criterios.
-¿Cómo se explica en Nicaragua que ostente el poder absoluto quien luchó contra él?
-Esa es otra de las grandes contradicciones de nuestra historia. Y creo que mucho tiene que ver con los sueños de liberación que se llevan adelante con las armas en la mano. Cuando se impone en la resolución de un pueblo echar al dictador por la violencia, siempre alguien se pone a la cabeza. Y ese que se convierte en líder político y militar termina enamorándose otra vez del poder absoluto, por cualquier razón, y otra vez vuelve la tiranía. Es muy difícil de erradicar a menos que un día pudiésemos hacer un cambio sin violencia y que entonces fueran las instituciones las que resultaran favorecidas frente al poder de los individuos.
-Pronto cumplirá 80 años. ¿Sigue escribiendo?
-Claro, por supuesto. Ahora en Madrid, que nos hemos logrado establecer en un piso, ya tengo mi rincón donde poder escribir. He asentado mi ordenador y ya estoy dispuesto a empezar de nuevo. He logrado terminar un libro de cuentos que se va a publicar en otoño en Alfaguara.
- Eduardo Mendoza aseguraba ayer en Málaga que dejaba la novela. ¿Usted sigue teniendo esa pulsión por contar cosas?
-Yo creo que un escritor como Eduardo no debe prometer que nunca se va a volver a tomar otro trago, en eso uno siempre reincide. La necesidad de escribir está siempre presente como un animal agazapado aunque usted diga que ya no más. La escritura siempre nos asalta. Y espero que Eduardo reincida, que no se calle. Nos perderíamos un gran novelista.
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