Rojas-Marcos, en una imagen de archivo. SUR

Rocío Rojas-Marcos: «Necesitamos ser más fuertes y menos duros»

La autora sevillana, ganadora del Premio Manuel Alcántara, reivindica la utilidad de la poesía: «Hace mucha falta, aunque no te libra de ser cruel»

Miércoles, 16 de septiembre 2020, 00:48

Un problema con la cadena de la bicicleta sirvió para que Rocío Rojas-Marcos conociese su destreza mecánica, suficiente para seguir su camino en lugar de volver a casa, y compusiera su poema más visceral, 'Anoche soñé que regresaba a Manderley', reconocido con el Premio ... Manuel Alcántara. La profesora y ensayista, que este año ha destapado su vocación poética tras más de una década escribiendo en silencio, admite que el galardón la anima a seguir «peleando con las palabras».

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–Lo suyo con la poesía ha sido llegar y besar el santo...

–Parece que se han alineado los astros. Aunque escribo desde hace tiempo, no he empezado a publicar hasta este año y de pronto viene un premio de este tamaño. Después de muchos años batallando con la poesía, las cosas han acabado encajando.

–¿Cómo trabaja dos géneros tan distintos como el ensayo y la poesía sin contaminarlos?

–Son ámbitos distintos de dedicación. Los ensayos están escritos desde la investigación, aunque haya reconvertido mis trabajos de tesina y tesis doctoral en libros. Otros dos libros que tengo también están orientados a la labor universitaria. He escrito algunos relatos, pero suelo escribir más poesía que narrativa. Me parece más atractiva. Durante muchos años ha sido un juego casi adolescente, hasta que en 2011 me di cuenta de que era una necesidad.

–Su primer impulso expresivo es poético, entonces.

–Sin duda. El ensayo forma parte de mi labor docente. He tenido la suerte de encontrar público al que le hayan interesado estas investigaciones. A la poesía, a diferencia de lo que ocurre con la docencia, no le dedico horas de trabajo diarias, sino que voy anotando ideas o imágenes que surgen y en algún momento sirven para un poema o no.

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–¿En qué momento está escrito 'Anoche soñé que regresaba a Manderley'? Hay un verso en el que dice: «Me estoy asfixiando en mi mundo». ¿Tiene algo que ver con el confinamiento?

–Lo escribí en julio. Después de varios años dando muchas vueltas a dos libros, presentándolos a editoriales, escribí este poema en apenas medio mes, de un modo más visceral. En lo personal, el confinamiento no resultó dramático porque tengo capacidad de aislamiento. Pero percibía esa sensación general, reacciones que me desconcertaban... No sé si hemos sabido ser una sociedad madura, creo que esa asfixia nos ha provocado reacciones animales. La incertidumbre es difícil de llevar, pero quise, a través de un ejemplo insignificante, como que se me salió la cadena de la bicicleta, escribir sobre la capacidad de superación. Hay que sobreponerse a las adversidades, aunque estamos viendo que nos cuesta trabajo. Tal vez no seamos tan fuertes como creemos o necesitamos ser más fuertes y menos duros. Cuando escribo me hago preguntas para las que no tengo respuesta.

–¿Cuáles son esas reacciones sociales que no ha comprendido?

–No entiendo a quienes dicen tener la solución después de que alguien tome una decisión. Me cuesta comprender la seguridad de quienes saben qué hay que hacer en cada momento cuando el mundo entero está en una duda permanente. Son reacciones egocéntricas. ¿Por qué no avisaron una hora antes, si lo sabían? A posteriori siempre es fácil encontrar soluciones. Pero el poema no se circunscribe al coronavirus, sino a la necesidad de no dejarnos hundir.

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–Es un poema que anima a no volver a casa aunque se salga la cadena de la bicicleta, a intentar arreglarla y seguir el camino. ¿Cuánto tiene de simbólico?

–La literatura nos permite vivir circunstancias que no nos tocan, y ese modo de empatizar con otros sirve para aprender y crecer. Hay otras vidas, muchas desgraciadas. Y la capacidad de seguir adelante siempre está ahí. No podemos achicarnos a la primera de cambio. Es la principal característica del ser humano. Hay que aprender a superar baches, y esa es la idea del poema.

–¿Cuál es su Manderley?

–Mi propia casa. Mis hijos, mi familia. He pasado épocas de crisis y a veces me he preguntado si mi Manderley está ardiendo y si voy a ser capaz de levantarlo de las cenizas, porque algunas veces ha estado en llamas.

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–¿Y cómo se sale de esas cenizas cuando no estás solo, cuando tienes niños a tu cargo?

–No entendería mi vida de otro modo porque es la que tengo desde hace veinte años. Hay que adaptarse y afrontar los problemas. Y la literatura también sirve para eso, para saber cómo lo solucionan otros.

–¿Para qué sirve la poesía?

–A mí me sirve para pensar y poner palabras a las ideas. Hace mucha falta, aunque los libros y la formación no te libran de ser cruel. Es un modo de crecer pero no de una forma abstracta; cuando acabamos un libro, no somos la misma persona. Hay libros que han marcado un antes y un después en mi vida.

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–¿Cuáles?

–El primer libro que me tambaleó fue 'Mortal y rosa', de Francisco Umbral. Es la historia de la muerte de su hijo. No he vuelto a pensar en la vida de la misma manera. 'Instrumental', de James Rhodes, me dejó devastada, mirando determinadas cosas desde otro punto de vista porque su autor me las había mostrado. Y en poesía, Ángel González es el mayor descubrimiento. Abro 'Palabra sobre palabra' casi a diario. Y me sentí muy identificada con 'Ficciones para una autobiografía', de Ángeles Mora.

–¿Es nostálgica?

–No mucho. Creo que convierto la nostalgia en palabras y se queda ahí reflejada, como si fueran fotografías.

–Usted viene de una familia de psiquiatras. ¿Es la poesía una forma de ahorrarse la terapia?

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–(Risas). Sí. Me he dado cuenta de mi capacidad de introspección, de que puedo pelearme con mis fantasmas y salir airosa. Porque estoy cuerda, bien. Me ha servido la escritura pero también la lectura. Siri Hustvedt, Princesa de Asturias de las Letras el año pasado, tiene un estudio sobre los beneficios de la escritura creativa en personas con enfermedades mentales. A mí me sirve, pero no sé si es extensible a todos. Hay gente que necesita el gimnasio, y no sé si a mí eso me serviría.

–En otro poema escribe: «Me he acostumbrado / a vivir sola mientras aún / te veo en el pasillo». ¿Cómo se gestiona esa sensación?

–Hay cuestiones para las que no sé si tengo respuesta. Es un poema bastante fotográfico. A veces te acostumbras a que un tiempo que era compartido vaya dejando de serlo, hasta que te das cuenta de que sois compañeros de piso. Y te acostumbras.

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–Porque la costumbre puede ser también un enemigo.

–La rutina puede ser dañina, sí.

–Y la poesía cuestiona esa costumbre, ese estado de las cosas.

–Exacto. Keats decía que la poesía surge de la pelea con nosotros mismos, de la disputa interior.

–¿Es una mala época para ser profesora?

–Es una época extraordinaria, desde luego, no sé si en positivo o en negativo. A estas alturas, por ejemplo, desconozco si tengo que dar clase de forma presencial o no. Aunque la Universidad funciona bien, tiene que gestionar muchos cambios. Es complicado. Hay alumnos que no se pueden conectar a una hora en concreto porque los padres o los hermanos necesitan el ordenador. Hemos trabajado a marchas forzadas, respondiendo correos por cada duda cuando antes lo solucionábamos en clase en un momento. Hay días que acabas exhausta, pero es una responsabilidad. No podemos dejar tirados a los alumnos. Están en plena formación. Me da pena que tengamos que estar detrás de un ordenador.

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–La cultura de pasillo, las relaciones que se forman, también son parte del aprendizaje.

–Totalmente. Ahora ya no pueden tomarse una cerveza después de clase. Y en esas reuniones siempre surgen conversaciones interesantes. Espero que esta generación no pierda eso del todo.

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