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miguel lorenci
Martes, 22 de agosto 2017, 00:36
La música es sentimiento. Pero sus creadores necesitan de la palabra, además de las fusas y las corcheas, para expresar sus pasiones. De Haydn a Mahler, pasando por Beethoven, Wagner, Schumann, Puccini o Granados, una treintena de grandes compositores enviaron misivas de amor a ... sus novias, amantes y esposas. Las recopiló el musicólogo Kurt Pahlen, que las desmenuza en ‘Mi ángel, mi todo, mi yo... Cartas de amor de músicos’ (Turner). Entre las más de 300 cartas, las hay volcánicas, contenidas, sensuales, tediosas, divertidas o cargadas de reproches.
Pahlen (Viena, 1907–Berna 2003) dedicó años a estudiar unas cartas en las que la pasión convive con la melancolía, el lirismo con el drama, la alegría con la ira y el egoísmo y la entrega con el afán de venganza. Todo un caleidoscospio de altos y bajos sentimientos de unos seres muy sensibles a la belleza y a los caprichos de Cupido. Del chistoso e infantil Mozart al Mahler «enfermo de amor», desnudan su alma en unas líneas que también dan cuenta de sus ideas, anhelos, sueños o carencias y permiten conocer detalles de sus vidas. Es un catálogo de emociones que constata el acierto de Fernando Pessoa al asegurar que «todas las cartas de amor son ridículas», pero que «sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor son ridículas».
«Rezo cada día para que tu esposo fallezca» escribe un Josep Haydn que va al grano cuando se dirige a su amada Luigia Polzelli, una belleza napolitana veinte años más joven que él y casada con un violinista senil y enfermo a quien Haydn describe «como una pesada carga». Muerto el «inútil sobre la tierra», desesperado y sabedor de que su amada se casará de nuevo, le inquiere por «el nombre del que tendrá la dicha de poseerte».
Da título al libro una de las cartas de amor más famosas de la historia, la que el romántico Beethoven escribió a su «amada inmortal», hallada en su escritorio y que quizá jamás llegó a su destinataria. «¡Mi ángel, mi todo, mi yo!» comienza la misiva. «¡Eternamente tuyo, eternamente mía, eternamente nosotros!», concluye. Ríos de tinta han corrido sobre la identidad de una destinataria que, según Pahlen, sería Josephine von Brunsvik, una dama que prefirió casarse con un aristócrata y no correspondió jamás a un Beethoven muy desdichado en amores y que también se carteó con la cantante Amalia Sebald.
Mucho menos romántico y más escatológico es el Mozart que cuando escribe a su «ratoncillo», Konstanze Weber, se muestra jocoso a pesar de su miserables condiciones de vida. Envía a su mujer «2.999 besitos y medio» y confiesa lúbricos jugueteos con el retrato de ella que le acompaña. La amenaza cariñosamente cuando ella cree que la olvidará. «Esta sospecha la pagarás la primera noche... y duramente» dice en unas cartas que no están a la altura de su genial música.
Autor de las cartas más emotivas, Gustav Mahler se confiesa «enfermo de amor» ante Alma Schindler. «Si estás fuera toda una semana, me muero» escribe un anhelante Mahler que solo «respira» en su presencia. «Qué maravilloso es amar. Y sólo ahora sé lo que significa. El dolor ha perdido sus fuerzas, y la muerte, sus espinas», escribe el compositor bohemio a su ‘Almschi’. «Vivir para ti, morir por ti» desea en la dedicatoria de su décima y última sinfonía a Alma, su esposa entre 1902 y 1911 y luego pareja del pintor Oskar Kokoschka, del arquitecto Walter Gropuis y del poeta Franz Werfel. «Enséñame el lenguaje secreto de tu alma», ruega Listz a una condesa Marie d’Agroult que estaba «sedienta por el martirio».
Grandilocuentes e intensas como sus óperas son las cartas de Wagner a sus muchas amadas, entre ellas Minna Planer, su futura esposa. «¡Muramos bienaventurados, con la mirada tranquilamente transfigurada y la sagrada sonrisa de la bella superación!», escribe.
Giacomo Puccini se consideraba a sí mismo como un «infatigable cazador de material de ópera, animales de agua y mujeres». Lamenta Pahlen que sus cartas amorosas no hagan honor a las conmovedoras melodías del autor de ‘Madama Butterfly’, la ‘Bohème’ o ‘Turandot’.
«Es mi cariño fuego que no lo apaga ni el mismo que lo ha encendido, cuanto más se le separa de la que le da alimento, más se enciende y se enciende», escribe Enrique Granados a Amparo Gal, ‘Titín’, el amor de su vida y futura madre de los seis hijos del compositor catalán. Solo se conservan un puñado de cartas de Granados, único español en la lista de Pahlen, en las que requiebra a su amada con dulzura. «Si sintieras lo que yo siento dentro de mí, verías lo delicioso que es quererte como te quiero», escribe el músico que se despide de su amada con un sentido y premonitorio «Tuyo hasta morir». Y juntos morirían años después de la redacción de la emotiva carta, al regreso de un viaje a Estados Unidos para el estreno de ‘Goyescas’, cuando el barco en el que navegaban entre Folkestone y Dieppe, el Sussex, fue torpedeado por los alemanes, el 24 de marzo de 1916.
Robert Schumann sufrió también ese arrebatador y ardiente fogonazo amoroso en la pasión que sintió por Clara Wieck, un amor atormentado y jalonado de dificultades. «Contigo quisiera jugar como juegan los ángeles, a través de las eternidades...», escribe él. «Te amo más con cada minuto que pasa (...); ‘solo’ vivo en ti», le responde Clara antes de que todo se enrarezca con la irrupción en sus vidas de Johannes Brahms. Un talentoso ciclón en el que Schumann ve al nuevo Beethoven y por el que Clara se deja arrastrar en un tóxico torbellino. Un insano triángulo en el que Schumann, cada vez más desvalido y agónico, enloquece de celos atado a una cama. «Ojalá Dios me dejara repetirte que me muero de amor por ti. Más no puedo decirlo a causa de las lágrimas», le escribe a su amadaClara.
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