Comenzó a trabajar a los catorce años para ayudar a su familia. Pasó por una empresa de repuestos para coches y una inmobiliaria. Fue ... recadero, taquígrafo y funcionario. Tuvo que pagarse la publicación de sus primeros libros y a menudo necesitó la ayuda de colegas y familiares para llegar a fin de mes. Por eso Mario Benedetti nunca despegó los pies del suelo, aunque sus lectores acabaran contándose por millones, aunque sus poemas fuesen recitados y cantados por todo el mundo. El poeta uruguayo, uno de los autores más populares de la literatura universal, arrastró hasta su muerte la consideración de escritor menor pese a su tirón de masas, la ingratitud de quienes accedieron a la poesía a través de su obra y luego renegaron de él, cegados por descubrimientos más hondos, tal vez menos honestos. Porque en Benedetti apenas hay adornos; sus poemas son sencillos y directos, libres en la forma y sinceros en el fondo. Nunca le interesó la grandeza. Su mirada reparaba casi siempre en la heroicidad más rutinaria, en los trabajadores que pasan el año ahorrando para irse de vacaciones, en los perdedores, en la gente decente.
Empezó pronto a escribir, pero no conoció cierto éxito hasta 'Poemas de la oficina', editado en 1956, cuando tenía 36 años. El público se identificó con sus composiciones de amor («Es una lástima que no estés conmigo / cuando miro el reloj y son las cuatro / y acabo la planilla y pienso diez minutos / y estiro las piernas como todas las tardes») pero también con los poemas, infrecuentes en aquella época, sobre la ansiedad laboral («Es raro que uno tenga tiempo de verse triste: / siempre suena una orden, un teléfono, un timbre») y las desigualdades («Jefe, / usted está aburrido, / aburrido de veras»). El golpe de Estado que impuso una dictadura militar en Uruguay en 1973 quebró la biografía de Benedetti, que ya había participado en movimientos políticos de izquierdas. Dejó su cargo en la Universidad de la República, donde dirigía el departamento de literatura hispana en la Facultad de Humanidades, y huyó de Montevideo. No regresó a su país hasta 1985, cuando se disolvió el régimen.
Abrazó la revolución liderada por Fidel Castro en Cuba, donde permaneció varios años durante su exilio. A diferencia de algunos compañeros de generación, que terminaron criticando su deriva autoritaria, Benedetti siempre mantuvo su apoyo al régimen, defensa que apenas le pasó factura. Todos querían a Mario, aunque estuvieran en sus antípodas ideológicas. Tras su paso por la isla caribeña, recaló en Perú, donde fue detenido y amnistiado, antes de instalarse de forma definitiva en España, primero en Mallorca y después en Madrid. Fueron más de diez años alejado de Luz López, con quien se había casado en 1946. Todos sus libros están dedicados a ella. «A Luz, una vez más», brinda en 'La vida, ese paréntesis'. «A Luz, como siempre», hace en 'El olvido está lleno de memoria'. Este último título esconde un doloroso guiño al alzheimer, enfermedad que sufrió su mujer durante años hasta su fallecimiento en 2006. Benedetti, ya viudo, agarrado al convencimiento de que la muerte es «un síntoma de que hubo vida», escribió algunos de sus poemas más tristes en 'Testigo de uno mismo': «Acontece la noche y estoy solo / cargo conmigo mismo a duras penas / al buen amor se lo llevó la muerte / y no sé para quién seguir viviendo».
Novelas y cine
Por entonces sus poemas ya eran cantados por decenas de intérpretes, desde Pablo Milanés hasta Nacha Guevara, desde Serrat hasta Sabina. Su temprana novela 'La tregua', la historia de un oficinista viudo que se enamora de una mujer a la que dobla la edad, fue llevada al cine protagonizada por Héctor Alterio. El resultado estuvo nominado a los Oscar en categoría de mejor película de habla no inglesa. Benedetti, de cuyo nacimiento se cumple un siglo esta semana, murió en 2009 aquejado de una enfermedad pulmonar crónica. Tenía 88 años.
Sus versos siguen vivos más de una década después de su muerte, estampados en camisetas, difundidos y a menudo decontextualizados en Instagram, reeditados en libros que no paran de venderse. Porque Benedetti, aquel niño que tuvo que dejar los estudios, popularizó la poesía hasta niveles extraordinarios. Ha sido la puerta de millones de lectores a un género minoritario, siempre en riesgo. Y esa cuenta, aunque su obra soporte peor el paso del tiempo que la de otros autores más brillantes, tal vez menos humildes, quedará pendiente por mucho tiempo.
PNEA MARIO BENEDETTI
Defender la alegría
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardíacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y de la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
No te salves
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
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