Jabois, en una imagen promocional. Jairo Vargas
Manuel Jabois - Periodista y escritor

«Prefiero que me engañen con sexo a que me engañen desplazando el cariño»

El escritor gallego presenta este miércoles en Málaga 'Mirafiori', una historia sobre fantasmas y reencuentros: «No me gusta hablar de amor todo el día»

Martes, 24 de octubre 2023, 00:14

Desde la editorial avisan: «No tiene WhatsApp. Si no coge el teléfono, insiste». Pero, como si se rebelara contra su propio personaje, Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) atiende el teléfono a la primera. Los viajes a Málaga, uno de los escenarios de su nueva novela, se ... le acumulan: este miércoles estará en el Centro Cultural La Malagueta para presentar 'Mirafiori' en una charla con el articulista Txema Martín y el 9 de noviembre pasará por el Aula de Cultura de SUR para arropar al poeta Alejandro Simón Partal en la puesta de largo de su primera antología, también con la artista Coco Dávez.

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–¿Cómo llevas la promoción?

–Las entrevistas me parecen bastante incómodas, la verdad. Me siento pesado. Me escucho dando las mismas respuestas, a veces intento cambiarlas y la cago.

–La originalidad impostada está abocada casi siempre al fracaso.

–Es horrible. Quieres decir cosas diferentes en cada entrevista, y eso es imposible. Y el tema de la novela tampoco es agradable; no me gusta hablar de amor todo el día.

–Vamos a intentarlo...

–Pero no te quiero condicionar. Sólo te abro mi corazón. (Risas).

–De hecho, resultaba extraño que no hubieras escrito de amor en tus novelas. En las columnas sí es un tema recurrente.

–Nunca lo había pensado. Es cierto. Supongo que los artículos, al ser más breves, dan la oportunidad de ser más contundente, y el amor tiene mucho de contundencia. Y siempre, más que los novios o las novias, me ha fascinado la figura de los ex.

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–En 'Mirafiori' escribe que un ex «es un misterio bellísimo».

–Tengo buena relación con mis ex, pero de repente las tengo delante y pienso: «Cuánto quiero a esta persona, pero también cuánto la he dejado de querer». Una ex en concreto forma parte de mi familia. Comemos, cenamos y viajamos juntos. ¡Joder, es la madre de mi hijo! Tengo hacia ella un amor como el que puedo tener hacia un familiar cercano, pero al mismo tiempo no puedo dejar de pensar cuánto y de qué otra manera la quise en el pasado. Eso me fascina. Hay un mismo cuerpo, pero un sentimiento completamente diferente. El amor muta.

–¿Por qué hemos aprendido que la vida es finita pero cada vez que comenzamos una relación creemos que el amor es inagotable?

–Cuando coges el coche piensas que vas a llegar a tu destino, no que vas a matarte en no sé qué kilómetro. Con las relaciones ocurre igual. Nadie se enamora pensando: «A ver qué hostia me pego». Necesitamos creer en lo inexplicable, en lo irracional. Si ahora me enamorase no pensaría que ya me he estrellado tres o cuatro veces. Lo humano es ir a por todas. Somos como Guti: pensamos que cada temporada ganaremos el Balón de Oro, aunque nunca lleguemos a la titularidad del Mundial.

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«Estoy saliendo más que nunca, como buen recién separado. Me siento cansado, pero no viejo»

–Ray Loriga escribió que la memoria es el perro más estúpido: le lanzas un palo y te devuelve cualquier cosa. ¿El paso del tiempo dulcifica el recuerdo?

–Mientras acababa la novela sufrí una ruptura de pareja inesperada. Y el paso del tiempo es un milagro. De repente pierdes a alguien y durante tres meses tu vida deja de existir pero a los tres años te preguntas quién es esa persona. El tiempo cura. Sé que es una frase hecha, pero es una verdad tremenda. No olvidas, pero todo se atenúa. ¿Cuántas veces no queremos seguir viviendo después de un dolor monstruoso y al día siguiente pensamos: «Joder, menos mal que todavía estamos por aquí»? El tiempo erosiona, modifica recuerdos y emociones; hay rencores que incluso se convierten en cariño, y malas experiencias que agradeces haber vivido cuando pasan los años. Es triste al mismo tiempo, porque la ausencia deja de doler y el enamoramiento se convierte en indiferencia.

–Esa ruptura de la que hablas, ¿alteró el tono de la novela? Es más violenta en su parte final.

–Alteró la emoción con la que está escrita, pero no la trama. La escribí meses después de separarme porque antes no pude escribir nada. Había distancia, pero quiero creer que también verdad.

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–Pero en los últimos tiempos te has despojado de cierto yoísmo, no sé si porque a cierta edad el umbral del pudor se eleva.

–Porque antes estaba más seguro de muchas cosas, así que había mucho yo. Cuando me fui del Diario de Pontevedra, un amigo me regaló una infografía con las palabras más usadas de mis columnas entre 2009 y 2013: la palabra más usada fue 'yo', 202 veces. Luego 'años' y 'fue'.

–Freud sacaría petróleo de esa lista. ¿Por qué a los hombres nos cuesta más hablar de amor?

–Entre mis amigos, a medida que pasan los años y crecen la crisis, hablamos bastante más. Pero es cierto que hay algunos hombres que no hablan de amor ni de coña. A veces te enteras cuatro años después de que se han separado. Supongo que tiene que ver con la vergüenza y el pudor. Si fuera por mi familia, no hubiera hablado de amor en mi puta vida. La generación de mi padre no compartía sus emociones, y yo he crecido ahí. Pero luego conoces a mucha gente y se te va el pudor. Ahora no tengo ningún problema en hablar de esto, llorar o abrirme. Y creo que eso me ha ahorrado muchos psicólogos.

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–¿Sigues pensando que hay más cuernos en un buenas noches que en un polvo?

–Sigo desacralizando el sexo y sacralizando la ternura. Prefiero que me engañen con sexo, si llego a considerarlo engaño, que muchas veces ni lo considero, a que me engañen desplazando el cariño.

–Sé que Nacho Vegas ha formado parte de tu banda sonora estos meses. ¿Cuál es para ti, como su canción, «la gran broma final»?

–Te voy a decir lo que dijo el cura de Cotobad, un pueblo de Pontevedra, cuando estaba a punto de morirse: «Todo era mentira». La gran broma final es descubrir, a un paso de la muerte, que todo era mentira. Aunque a mí me gusta pensar que mis últimas palabras serán: «No era para tanto».

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–Pizarnik escribió: «Como si no pasara nada, / lo cual es cierto». Nada es tan grave, en realidad.

–Si apartas el ojo en el tiempo y el espacio, somos tan insignificantes que es como si no hubiéramos existido. Nunca es para tanto.

«La sacralización de la paternidad, como si los padres fueran superiores, nunca me ha gustado»

–¿Cuántas veces has pensado que estabas defendiendo todo aquello que planeabas atacar?

–No creo que haya llegado a ese punto todavía, aunque a veces tenga respuestas de señor mayor. Realmente estoy saliendo más que nunca, como buen recién separado. Me siento cansado, pero no viejo. De hecho, me siento joven.

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–¿La paternidad redime?

–La paternidad te hace tener miedo, pero yo estoy disfrutando muchísimo. Nunca he sido de esos de: «Como tengo un hijo quiero dejar un mundo mejor». No, hombre, no seas hijo de puta; déjalo también aunque no tengas un hijo. La sacralización de la paternidad, como si los padres fueran moralmente superiores, nunca me ha gustado.

–Pero hay cierta generación que actúa como si fueran los primeros padres de la historia.

–Sí, sus hijos son los mejores y los más guapos. Es como si redescubrieran la paternidad. Mira, cuando nació mi hijo, lo cogió mi madre y le dije: «Mamá, al niño sujétale la cabeza porque se puede desnucar». Mi madre me contestó: «La pena es que pusiera la mano cuando naciste tú, gilipollas». (Risas). Ahí estaba yo, padre primerizo, contándole a mi madre cómo había que coger a un bebé.

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–'Mirafiori' es una novela también de fantasmas. ¿Crees más en los fantasmas que en Dios?

–(Piensa). ¿Y si son lo mismo?

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