De pequeña contaba con los dedos las sílabas de las canciones con las que saltaba a la comba y jugaba a la pelota. Ya por ... entonces a Amalia Bautista le interesaba, aún de forma instintiva, la sonoridad de los versos, su melodía a menudo subterránea: el acento de las palabras, la pureza de algunas consonantes, la claridad de las vocales. Es una atracción que todavía perdura, como declaró durante su discurso en la Fundación March, que la invitó a hablar de su obra en 2008: «Tenemos un idioma maravilloso para la poesía, con musicalidad y fuerza, pero sin ñoñería ni aspereza». Aquella concepción rítmica del lenguaje ha marcado no sólo sus (pocos) libros, esparcidos en el tiempo con bastante distancia, sino también su forma de entender el mundo: «Ni tu nombre ni el mío son gran cosa, / sólo unas cuantas letras, un dibujo / si los vemos escritos, un sonido / si alguien pronuncia juntas esas letras».
Nacida en Madrid en 1962, siempre tuvo inquietudes artísticas. Primero formó parte de un grupo de teatros para aficionados, época en la que conoció al poeta Luis Alberto de Cuenca, y luego trabajó como actriz de doblaje. Mientras tanto, estudió Periodismo más por interés por la escritura que por convicción, aunque acabaría trabajando en el gabinete de prensa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) mucho antes de que el coronavirus colapsase la bandeja de entrada del departamento con solicitudes de entrevistas a Margarita del Val. Publicó su primer libro en 1988: 'Cárcel de amor' nació de su empeño, como confesó tiempo después, de conceder a la poesía las licencias de la ficción históricamente asociadas a la prosa. Conviven en esa ópera primera personajes con los que Bautista juega, a veces al interpretarlos, tal vez en un guiño a sus orígenes teatrales: «Hoy estoy en un parque donde sufro / los rigores del frío en el invierno, / y en verano me abraso de tal modo / que ni siquiera los gorriones vienen / a posarse en mis manos porque queman».
Tardaron once años hasta que volvió a publicar, con la excepción de un cuadernillo que apenas contenía una decena de poemas. No hubo angustia ni preocupación durante ese tiempo, consciente de que «a la poesía no se la convoca ni se la obliga, ni la disciplina, ni el empeño, ni las horas dedicadas o las variadas e inexistentes musas pueden nada contra su ausencia». Ocurrió que, superado el coqueteo con la poesía entendida como juego de máscaras, Bautista se dio cuenta de que «la vida arrasaba» y su obra evolucionó hacia un tono más confesional porque «la existencia no necesitaba más puesta en escena que la propia y no hacía falta cargar las tintas en la truculencia de las pasiones». Bastaba la experiencia. De ahí nació 'Cuéntamelo otra vez': «Repíteme otra vez que la pareja / del cuento fue feliz hasta la muerte, / que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera / se / le ocurrió engañarla. Y no te olvides / de que, a pesar del tiempo y los problemas, / se seguían besando cada noche. / Cuéntamelo mil veces, por favor: / es la historia más bella que conozco».
Militancia en el endecasílabo
'Estoy ausente', ya en 2004, rompía la militancia en el decasílabo para abrirse a alejandrinos y heptasílabos, siempre con el mimo hacia la métrica que marca su obra, reunida un par de años después en 'Tres deseos'. Las referencias a la cultura clásica y la brevedad de sus poemas, más intensos que largos, también caracterizan a esta autora discreta, ajena a ruidos mediáticos o editoriales y para quien la poesía nunca ha sido una forma de ganarse la vida sino un modo de expresión. En 'Hilos de seda', que arranca con una esposa paciente «tejiendo y destejiendo», convoca mitos como el de Penélope, la mujer que espera al hombre que no regresa, y Sísifo, condenado a empujar cuesta arriba una piedra que, justo antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, sin obviar las referencias bíblicas: «Aún no sé qué delito he cometido, / qué es lo que estoy pagando en este exilio. / Sólo recuerdo que tejí mi tela / entre las ramas de un frondoso árbol / que se alzaba en el centro del jardín. / Estaba lleno de dorados frutos / y por su tronco andaba una serpiente».
Otros títulos como 'Roto Madrid', con fotografías de José del Río Mons, y 'Falsa pimienta' trufan una obra que aborda el amor y sus consecuencias como tema principal. Ya lo advirtió en sus primeros versos, escritos hace ahora más de tres décadas: «Yo no soy de ese tipo de mujeres / incapaces de amor y de ternura».
Las antiguas llamas
No pude confesarte dónde había
estado tanto tiempo, ni explicarte
mi vuelta inesperada. Sólo pude
hacerte sospechar que en aquel año
te había sido infiel impunemente.
Y era mejor así. Volví a rendirme
ante tus ojos y ante tu perdón.
Me olvidé de que estuve en aquel centro
para enfermos mentales. Volvió todo
a ser como fue siempre antes de irme.
Volvió el amor desgarrador y dulce,
y la pasión nociva, y en mi pecho
volvieron a encenderse sin clemencia
aquel dolor y las antiguas llamas.
Al cabo
Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.
Espiral
El mundo avanza en círculos, me dicen,
o es más bien que se mueve en espiral
y por tanto no avanza, se concentra
o se dispersa interminablemente,
sin un fin ni un principio, sin objeto
y sin sentido, sin porqué ni adónde.
La vida, entonces, vuelve a reencontrarse
con lo que fue su origen, su semilla,
la medida de todos sus fracasos,
el hueco donde caben nuestros miedos
y al que se ajustan nuestras esperanzas.
Y dando por supuesto que las cosas
sean así, tan crudas y tan frágiles,
dime qué hacemos tú y yo aquí parados,
soportando el embate de la nada,
el azote que nunca merecimos
o ese dardo llamado indiferencia
o mala suerte o época difícil.
Dime, aunque tengas que mentirme un poco,
que no estamos perdidos, que aún hay grietas
por las que puede entrar algún consuelo,
que esto no es otro de esos callejones
sin salida y sin luz donde espantarnos,
donde perder la fe y ganar el llanto.
Convénceme, prométeme la vida.
Las adelfas
Las he visto crecer en las cunetas
y en las medianas de las autopistas,
en jardines privados y lujosos
y rodeando bloques de ladrillo
en suburbios tan tristes como el hombre.
Me sorprende que sean tan bonitas,
que se adapten tan bien a cualquier medio,
que precisen tan pocas atenciones.
Me sorprende que sean venenosas.
Sherezade
Llevo casi mil noches fabulando,
me duele la cabeza, tengo seca
la lengua y agotados los recursos
y la imaginación. Y ni siquiera
sé si me salvaré con mis mentiras.
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