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«Sí, gané el premio Fernando Lara y soy finalista del Planeta, pero de lo que se trata es de que la novela guste». No hay más. Inmediatamente después del «subidón» del 15 de octubre, cuando Carmen Posadas abrió la plica del galardón literario más ... potente y dijo su nombre, Paloma Sánchez-Garnica volvió a pisar la tierra. Un reconocimiento así alegra y «está bien para el ego», pero el marchamo definitivo lo pone el lector. Y 'Últimos días en Berlín' ya va por la sexta edición. Es la octava novela en quince años de una mujer con dos carreras (Derecho y Geografía e Historia) y dos hijos que no empezó a escribir hasta los 43. Y desde entonces no ha parado. Ya tiene la novena historia en mente, pero todavía es el momento de Yuri Santacruz, un joven ruso de ascendencia española en Berlín que lucha para sobrevivir al nazismo y para escapar de la crueldad del estalinismo. Las «dos caras de una misma moneda» que la autora analizará este jueves, 20 de enero, en el CAC Málaga dentro del ciclo Encuentros Planetarios organizado por la Fundación Rafael Pérez Estrada (18.30 horas).
-¿Cuál es el impulso de 'Últimos días en Berlín'?
-El origen de todo es la curiosidad, entender con historias en minúsculas, cotidianas, cómo la gente normal gestionó sus vidas en un momento determinado de la historia. Quería entender el ascenso del nazismo. Cómo una sociedad culta y establecida pudo aferrarse a ese salvador de la patria. Cómo esa sociedad no especialmente fanática ni violenta, fue asimilando esa violencia y ese fanatismo. Y por otro lado, la otra cara de la moneda, es el estalinismo ruso. Tenía interés también por entender ese totalitarismo tan opaco, con tanta condescendencia como se ha tenido desde los años 30 por la izquierda occidental.
-¿Ha conseguido entenderlo?
-Algo se entiende. Yo escribo para aprender, para mí escribir supone poner en orden muchas cosas que he leído, relacionar y analizar todas esas lecturas que parece que entran en un saco sin fondo. He comprendido que se cometieron muchos fallos, no solo los políticos sino la sociedad en general. Y esos errores fueron cruciales para la historia de la humanidad.
-E insiste en que no estamos libres de que esto vuelva a suceder.
Lógicamente. Podemos pensar que como estamos envueltos en este estado de derecho, como estamos en una democracia, dentro de una cultura europea, con nuestra sociedad avanzada y tan acomodada, no nos pueden pasar todos estos males y todas estas tragedias. Pero nos equivocamos. La historia nos lo ha demostrado. Hay que estar alerta para no cometer los errores garrafales que se cometieron en la sociedad alemana y en Rusia. Las dos caras de esa misma moneda se establecen a base de miedo, de control de las masas, de falta de libertad y de una propaganda perfectamente establecida.
-¿Hoy ve signos de alarma?
-Yo soy humanista, y quiero ser además optimista. Confío en la sociedad en la que vivo. Creo que estamos alerta porque hay mucha información. El problema es que ese exceso de información puede venir acompañado de una propaganda más sutil de la que hubo, por ejemplo, con Goebbels. Somos una sociedad leída, que tiene criterio y opinión, en la que hay debate. Mientras eso se produzca, tengo confianza en que no nos van a arrancar lo que tenemos.
-Habla de debate. Hoy se debate mucho, por ejemplo, sobre libertad, sobre las libertades individuales en la gestión de esta pandemia.
-Todo derecho tiene siempre una obligación vinculada. Y mi derecho no puede arrollar el tuyo. La libertad está en la capacidad que yo tengo de tomar decisiones que me afectan a mí, y las consecuencias las tengo que asumir. Ya hemos visto lo de Djokovic. El concepto de libertad no es hacer lo que a mí me dé la gana, cuando a mí me dé la gana porque a mí me da la gana.
-Para algunos su libertad está por encima de la de los demás. Ahí está Boris Johnson.
-Tenemos unos políticos un poco rocambolescos (risas). Boris Johnson es para hacer una tesis doctoral. No soy política, no entiendo la política como forma de vida, es totalmente ajeno a mí, entonces no comprendo esa forma de aferrarse al sillón cuando está acorralado.
-Volviendo a la literatura. Le gustan los personajes desubicados. Daniel de 'La sospecha de Sofía' no es quien creía ser. Carlota en 'Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido' tiene un problema de identidad. Y Yuri Santacruz al final no pertenece a ningún lugar: ruso de ascendencia española que acaba en Berlín…
-Escribir sobre cosas felices es complicado. Se escribe sobre la desubicación. Los personajes que evolucionan son los que me fascinan.
-¿Qué significan los premios?
-Para mí el Planeta fue un momento inolvidable. Sentir esa sensación de entrar en el sello Premio Planeta, supuso no solo un motivo de alegría sino además de ser consciente de que mi novela iba a llegar a lectores que de otra manera no llegaría nunca. La promoción que tiene es extraordinaria y lo estoy viendo.
-Es, además, una importante inyección económica.
Lógicamente. Eso te da tranquilidad y sosiego. Yo puedo decir que vivo de la literatura, pero es algo muy inestable porque un año te entran las liquidaciones y al siguiente bajan o suben. No sabes exactamente cómo va a ir. Pero siempre he tenido a mi marido al otro lado de la puerta y me he podido encerrar en el cuarto, echar la llave y ponerme a escribir mientras mi marido me cubría todas las necesidades básicas de supervivencia.
-Ahora le acompañará siempre la coletilla de 'finalista del Planeta, ganadora del Lara'. Como si los premios definieran a los autores...
-Sí, gané el premio Fernando Lara y soy finalista del Planeta, pero de lo que se trata es de que la novela guste, que llegue. Ya puedes tener cualquier premio que si la novela no llega al lector, al final se diluye. Después de ese subidón del 15 de octubre, vienen estos meses en los que estás pendiente del latido de los lectores.
-En cualquier caso, eso le garantiza un hueco en la historia de la literatura española. Para el ego viene bien.
-Llegamos muy pocos y para el ego está bien. ¡Me he quedado a un punto de los Carmen Mola! Tuve suerte de tenerles como compañeros en este viaje. Son tres tipos excelentes, generosos y divertidos.
-¿Consigue abstraerse de las listas de venta cuando publica un libro?
-Ya voy alejándome cada vez más. Al principio estás un poco pendiente. Pero me han dicho que ha funcionado fantásticamente bien. Ya voy por la sexta edición. Ya voy alejándome y buscando otro terreno en el que pisar y edificar mi novena novela.
-Siendo amiga de 'los Carmen Mola', no compartirá la indignación que produjo el hecho de que tres hombres usaran un pseudónimo de mujer con fines comerciales.
-No lo comparto, la base de la polémica no existe. Ellos ya son escritores, cada uno por su lado, se juntaron un día y decidieron hacer una novela entre tres. Y tomando unas cañas salió el nombre de Carmen, que es potente. Y dijeron: «Vale, Carmen mola». Pues Carmen Mola. ¡Es tan sencillo! Ellos no sabían en ese momento la proyección que iban a tener. Y esta condescendencia, este paternalismo hacia las mujeres de que se ponen detrás de un seudónimo de mujer porque a las mujeres las publican con más facilidad... ¡No! Por favor, no. Yo no quiero que me publiquen por ser mujer, sino porque mi novela es buena.
-Pero es el perfil más buscado por las editoriales.
-Pero hay muchos hombres en este mundo. No es que publiquen más a las mujeres, es que somos muchas las que estamos escribiendo y lo estamos haciendo bien porque se publican y se venden. Yo como lectora voy a las librerías buscando una buena novela, no un nombre de mujer.
-Al menos, la etiqueta de 'novela femenina' en los libros de mujeres ya está superada. ¿No?
-Espero que sí. Nunca se ha planteado que los hombres escriban para hombres. Yo tengo un buen amigo que me reconoce que no lee literatura de mujeres, y que sabe que es un prejuicio que tiene que superar. Y como él, latentes hay muchos. Pero ese prejuicio se va relajando, poco a poco. Hay que dar tiempo.
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