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Francis Silva
No te mueras nunca, María Victoria

No te mueras nunca, María Victoria

Es una de las voces más poderosas de la poesía española del último siglo, despojada del ego que exhiben muchos de sus colegas. Ahora el Ayuntamiento la reconocerá como hija predilecta de Málaga

Jueves, 28 de septiembre 2023, 00:11

María Victoria Atencia, futura hija predilecta de Málaga, nació hace 87 años en el número uno de la calle del Ángel. Pronto quiso volar, haciendo honor a su destino. Y lo consiguió, primero al convertirse en la primera mujer en obtener el título de piloto de aviación («¿Dónde hemos de asentarnos si hay cinco orientaciones / cardinales y elijo con pasión la del vuelo?») y luego con sus poemas, una aspiración continua a la altura formal sin desatender la emoción. Los años de guerra y posguerra marcaron su infancia, entre mujeres a las que entendería, y de qué manera, poco después: «Si alguna vez pudieseis volver hasta encontrarme, / mujeres de la casa, / cómo os recibiría, ahora que os comprendo. / Quebraba vuestro sueño con sobresalto súbito, / y espantabais mi miedo deslizando las manos / por mis trenzas tirantes, me limpiabais los mocos / y endulzabais mi siesta con miel de Frigiliana».

En el colegio El Monte adquirió su gusto por la pintura, que explota en muchos de sus poemas, cercanos al síndrome de Stendhal. Luego estudió piano y armonía en el Conservatorio, aficiones que también vuelca en su obra, marcada inicialmente por sonetos impecables de versos alejandrinos y endecasílabos, una musicalidad evidente ya en sus dos primeros libros: 'Arte y parte' y 'Cañada de los ingleses'. Después de su publicación entró en un periodo de silencio poco explicado que los críticos achacan a la muerte de sus padres y la maternidad, aunque parece que no fueron las únicas razones. Había descubierto a autores como Shakespeare, Dante o Rilke, cuyo impacto tardó en procesar, y se sentía lejos de la poesía social que practicaba la mayoría de sus coetáneos. Solo un «desequilibrio en mi vida amorosa», según confesaría años después, le devolvió el impulso de la escritura. El resultado fue 'Marta & María', uno de sus libros más poderosos, zarandeado por la pérdida y la necesidad de recomponer el gesto: «Y aunque un frío finísimo paralizó mi sangre, / estuvo a punto el té, como todos los días».

Quince años sin publicar

Era 1976. Atencia llevaba quince años sin publicar, pero su vuelta desbordó cualquier expectativa: «Ahora que quiero hablar, dame todas las fuerzas / de las que he carecido. Pues se te fue la mano / en amor y dulzura». Atencia reapareció dotada de una intensidad asombrosa, tambaleante por la orfandad y por la despedida de Blanca, una de sus mejores amigas («El árbol de las venas bajo mi piel se pudre / y una astilla de palo el corazón me horada»), pero también firme, renacida en sus propios hijos y con la fuerza suficiente para mantenerle, cuando resulte preciso, la mirada a la muerte, como escribe en 'Con la mesa dispuesta': «Porque tengo hecho el ánimo y no ha de notar nadie / ningún cambio en mi rostro. Las risas de los niños / seguirán sobre el blanco mantel de los bordados / aunque sienta en acecho, mientras sirvo, tus ojos. / Tragar ya me es difícil. La garganta está helada. / Marcharé sin protesta allí donde me lleves».

Jorge Guillén la definió como «María Victoria Serenísima». Por entonces ya contaba con el respeto y la admiración de colegas como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre o María Zambrano. Casada con Rafael León, editor y también poeta, que traslada a sus libros su elegancia tipográfica y con quien trabajó en la mítica revista Caracola, Atencia va abriéndose hueco como una de las voces más influyentes y reconocidas de la Generación del 50, aunque su década y media de silencio la convierta en un caso peculiar, alejada de las inquietudes comunes de su grupo poético. En 'Los sueños' y 'El mundo de M. V.' resuena el eco de los acontecimientos presentes en 'Marta & María: «Madre está enferma. Madre va enseñándome cosas / del armario con quieto silencio entristecido, / hasta que llega al traje color de rosa pálido, / y entonces se incorpora, renovada, a ponérselo / delante de mí misma, me coge de la mano / y saltamos felices. Su cara de muñeca / inglesa antigua evoca la cera levemente».

Cascada de distinciones

En los noventa comienza una feliz cascada de distinciones, como los Premios Andalucía y Nacional de la Crítica en 1998 por 'Las contemplaciones' («Se prohíbe la nostalgia. No hay más contemplaciones. / Atendedme sin embargo este canto final, y ya de abatimiento»), que continúa con el cambio de milenio. En 2014 se convirtió en la cuarta mujer, la primera española, en ganar el Premio Reina Sofía. Antes, en 2010, le habían concedido el Federico García Lorca, dotado con 50.000 euros. También fue postulada al sillón N de la Real Academia Española tras la muerte de Valentín García Yebra. En 2011 fue investida doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga, horas antes de la muerte de su marido.

Ahora, cuando lleva años sin publicar, consolidada ya como una de los mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX, su nombre suena con insistencia como candidata a premios como el Princesa de Asturias de las Letras. «Tengo algunos achaques», confiesa escuetamente cuando le preguntan cómo está, antes de repartir en la casa, como en sus poemas, «amor y pan y fruta».

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