No solo practica el noble ejercicio de los versos, sino que también reflexiona sobre ellos. Pionero en el estudio del uso de las nuevas tecnologías en la poesía, Martín Rodríguez-Gaona va más allá de su estudio previo 'Mejorando lo presente. Poesía española última' (2010) en 'La lira de las masas', un lúcido análisis sobre la obra lírica de los nativos digitales con el que ha ganado el X Premio Málaga de Ensayo. El autor alerta de que el postureo está sustituyendo a la propuesta literaria, aunque también evita rechazar la poesía electrónica. Rodríguez-Gaona no es amigo de lo superficial y, por ello, prefiere no entrar en el debate sobre la petición de perdón de España a Latinoamérica por la colonización.
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'La lira de las masas' Autor: Martín Rodríguez-Gaona. Editorial: Páginas de Espuma. 224 páginas. España. 2019. Precio: 17 euros.
–Usted es peruano y lleva dos décadas en nuestro país. ¿Debemos pedir perdón los españoles como pide el presidente López Obrador?
–Prefiero no hablar de eso.
–¿Por qué?
–Es un tema muy serio y con aristas que no se puede tratar como se está haciendo en las redes sociales, donde se crean solo posiciones dicotómicas y de polarización a favor o en contra. Es un tema con el que estoy comprometido y que he tratado poéticamente en el libro 'Codex de los poderes y los encantos'. Y mi opinión es seria, compleja y sentida.
–¿Y cuál es esa opinión?
–En este momento, no me interesa sumarme al ruido que se está creando por intereses diversos.
–Hablemos entonces de poesía. ¿Internet ha revolucionado los versos?
–Ha revolucionado la forma de vida. Ahora, a través de lo digital, se hace una prolongación de lo oral y la cultura escrita ha quedado desfasada. Todo es efímero, no se contrastan las opiniones y se puede difamar sin que haya una reparación. Todo eso es propio de la charla de bar, lo que se ha trasladado a la escritura electrónica.
–¿Demasiada banalidad?
–Los prosumidores, que somos los consumidores y productores simultáneos a través de lo electrónico, han normalizado el uso del selfie y eso ha propiciado la 'extimidad', que es lo opuesto a la intimidad, vivir de cara al público y mostrar tu opinión sobre todo. Internet ha superado lo que fue la imprenta de Gutenberg, nada más y nada menos. Y quienes lo han vivido en primera línea son los nativos digitales para los que hacerse fotos, tener blogs y compartirlo en Internet es lo más normal. Ellos son los que han revolucionado la poesía, pero también la música y el audiovisual.
–En 'La lira de las masas', usted sostiene precisamente que esa exposición personal en las redes sociales es comparable al descubrimiento freudiano del inconsciente.
–Claro, claro. Hay que entender lo que significó Freud y su apertura a toda la producción simbólica del siglo XX en el cine, la poesía surrealista, la publicidad... Lo mismo pasa ahora con este vivir el instante y asumir lo efímero, que rompe la promesa de la eternidad de la cultura cristiana. Esta gente vive para comunicar todos sus movimientos y gestos. No les importa la pérdida de privacidad que significa el 'big data', la minería de datos, porque lo hacen para venderse. En 'Tinder' la gente vende su imagen como una promesa de cuerpo y placer. Internet vende todo al mismo nivel, ya sea un zapato, poesía o una cita. Muchos nativos digitales, que son poetas amateur y que yo llamo 'autores pop tardoadolescentes', han tenido éxito editorial pese a que no saben escribir, pero saben posar, hacerse fotos, y convertirse en personajes a través de tatuajes y la moda.
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–¿Poesía rima ya con postureo?
–Los autores digitales no solo están vendiendo su poesía, sino también sus caras. Los poetas de 70 años no tienen una identidad electrónica ni imagen que vender ni le van a tolerar unos versos deficientes. Pero eso no importa a los poetas jóvenes ,a los que les preocupa la aceptación del 'me gusta'. Eso es un indicio de consumo y para un editor es obvio que un autor con 150.000 'likes' puede vender 5.000 ejemplares. Bajo este criterio, el mejor poeta es el que más vende, aunque para los autores incipientes el libro es un souvenir.
–Pero publicar sigue siendo la aspiración de muchos poetas digitales.
–Aquí están los matices de la sociedad española. Lo hemos visto recientemente con un premio histórico como el Biblioteca Breve que lo había ganado Vagas Llosa, Juan Benet o Goytisolo y de pronto lo gana Elvira Sastre, con una poesía amateur y que ha escrito un libro cuyas críticas dicen que es inane y primario. Simplemente es de interés editorial por su potencial rentabilidad, pero se hace mal a todo, incluso a los propios autores porque se les convierte en productos de caducidad premeditada.
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–Otro caso es el de Irene X y sus tatuajes poéticos.
–En los años 80, en Nueva York, los tatuajes los llevaba la sociedad masoquista gay, pero ahora lo llevan los adolescentes. Esa transgresión ha sido captada y normalizada por la industria del entretenimiento que la ha vaciado de sentido. Esos tatuajes forman parte de una identidad precocinada y, relacionándolo con lo virtual, el espectáculo es hacerte el tatuaje, que es lo que ha pasado con Irene X y Luna Miguel. Y en esta interactividad, la parte del receptor nunca va a pasar de lo emocional, de decir bien o mal, preciosa u horrible.
–¿Falta reflexión?
–Estoy muy lejos de rechazar estas manifestaciones como intrascendentes. Todo lo contrario, tienen mucho sentido, pero hay que buscarles la relación con lo previo. Esto es expresión de una revolución tecnológica, pero también de la hegemonía cultural de EE UU con su industria del entretenimiento y las corporaciones de Silicon Valley. Lo que fue una democratización se está revirtiendo hacia lo opuesto con productos amparados por las grandes multinacionales.
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–Los que defienden este modelo argumentan que la poesía previa a Internet era exclusiva y elitista.
–La poesía nunca ha sido una. Un ejemplo histórico es el Siglo de Oro cuando estaban Quevedo, Lope y Góngora pero también los poetas juglares en las calles. Lo popular y lo elitista. Otra tema es que el circuito de la poesía institucional española no permitiera entrar suficientes propuestas. Pero todas ellas tenían como base una propuesta literaria y querían escribir bien. Pero ya no hay modelos porque lo que prima es la interactividad, la autopromoción y la imagen, por lo que escriben en amateur y en sentimental. No se trata de élite vs masas.
–¿A qué autores digitales salvamos entonces?
–Acabo de preparar una antología de poetas mujeres en el entorno digital y he seleccionado 16 autoras, pero encontré más de cien con nivel suficiente para leerlas y calibrar sus obras. Es evidente que cada vez hay más personas menores de 35 años que quieren dedicarse a la producción simbólica, pero no encontraban los medios para sacar sus propuestas. E Internet se lo ha permitido.
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