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Decía María Zambrano que 30 años es un buen periodo de tiempo para que renazcan las palabras que han quedado perdidas o silenciadas. Lo escribió ... en su diario en el 30 aniversario de la muerte de Machado. Ahora, justo cuando se cumplen tres décadas de su propio fallecimiento, es ella la que vuelve de diferentes maneras. El Centro del 27 rinde homenaje a su figura con dos libros que la redescubren como pensadora ('María Zambrano, filósofa de la Generación del 27') y también como mujer a través de la relación prohibida con su primo ('Miguel Pizarro Zambrano, la vida vivida y transformada en poesía').
María Elizalde saca a la luz una historia poco conocida: el amor «imposible y trágico» entre la filósofa y su primo Miguel Pizarro Zambrano. Los padres de ambos se oponían a esa relación por cuestiones de consanguinidad en una familia ya muy cruzada (la madre de Miguel se llamaba, de hecho, María Zambrano), pero ellos mantuvieron el vínculo en la clandestinidad durante casi 18 años. En 1934, superados ya todos los obstáculos, deciden casarse pero esa unión se rompería un año después por motivos que se desconocen. Miguel Pizarro pondría tierra de por medio, se marcharía once años a Japón (hasta donde llevó el flamenco y donde se convirtió en el primer profesor laico de español) y se volvería a casar, pero la unión se mantenía en forma de correspondencia.
Porque entre ellos no solo existía un amor físico, también era intelectual. Se influían mutuamente: «Escribían igual los dos, es increíble cómo se llegaban a parecer». Íntimo amigo de Lorca, fue Miguel Pizarro quien la introdujo en las tertulias de los poetas de la Generación del 27. A los tres les unía la búsqueda de esa «razón poética», como la llamaba Zambrano en contraposición a la razón teórica predominante en Occidente. Cuando Miguel falleció, María escribió a Jorge Guillén una carta donde explicaba que su padre la llevó por el camino de la filosofía y Miguel por el de la poesía. «Y nunca he podido renunciar a ninguno de los dos». Para ella siempre fue el amor de su vida.
En su casa de Nueva York, Miguel Pizarro conservó hasta sus últimos días una foto de ella de cuando solo tenía un año. «La ternura entre ellos es infinita», apunta Elizalde, que llegó a esta historia por lazos familiares. Él era su tío abuelo y en 2005 su abuela le pidió ayuda para conocer a su sobrina. La encontró en Nueva York y a partir de ahí empezó una investigación que le ha permitido poner en valor a un nombre esencial del 27 al que Lorca llamó en un poema 'Flecha sin blanco'. Fue poeta y dramaturgo en el exilio, hombre de confianza de Fernando de los Ríos, agregado cultural en el consulado de San Francisco y la embajada de Bucarest, responsable de propaganda durante la Guerra Civil, docente en el Middlebury College y el Brooklyn College de Nueva York y una autoridad en budismo y teatro noh. Incluso se cuenta que fue clave en las gestiones para salvar al 'Guernica' de Picasso con su traslado a EE UU.
También Rosa Mascarell tiene un vínculo personal con la veleña que da pie a 'María Zambrano, filósofa de la Generación del 27': fue su secretaria tras su regreso del exilio. «Intento rememorar la voz de María Zambrano y mi propia voz en aquellos momentos en los que conversábamos sobre 'Los Bienaventurados', el que ella eligió como el último libro que vería en vida publicado», cuenta Mascarell. Ella firma la parte vivencial de esta obra, mientras que el apartado académico corresponde a Amparo Zacarés: «Hemos querido recuperar su legado filosófico, que queda siempre en un segundo lugar porque le precede la fama como escritora y porque se considera que era mero apéndice de su maestro José Ortega y Gasset. Pero no, era original y con sello propio».
Como resalta Zacarés, catedrática de Filosofía, la gran virtud de Zambrano está en retomar para el pensamiento temas que habían quedado olvidados, «aquellos que están en la vida y que no trata la ciencia», aspectos «no asumibles desde la razón fría, calculadora y matemática». El amor, la muerte, los padeceres humanos, lo que ella llama «las entrañas del ser». Zambrano aporta a la filosofía la razón poética, «los saberes del alma» que están en la poesía, en el arte y en las religiones.
En lo personal, señala Mascarell, Zambrano le abrió los ojos «a una nueva forma de ver el mundo». «Aunque se escribe desde la soledad, ella me enseñó que hay que tener en cuenta a los que tenemos al lado, a la sociedad en su conjunto. No podemos hablar desde las nubes, tenemos que tocar el suelo», concluye.
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