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Luisa Etxenike no se olvida de Pablo Aranda. Tanto es así que su última novela, 'Cruzar el agua', está dedicada al escritor malagueño, a quien se refiere como «un entrañable amigo» de quien aprendió y tomó matices sobre la solidaridad o las migraciones: «Mis anteriores ... libros los vine a presentar a Málaga con él. De este en concreto hablamos mucho, como él me habló de su última novela», confiesa. Hoy, con este último relato que la escritora vasca presenta esta tarde (19.30 horas) en el Ateneo de Málaga, pretende recordar y honrar su memoria, acercándose a temas de candente actualidad y a los que Etxenike pone un halo de esperanza: la inmigración, la soledad, el trauma o el desplazamiento. Las historias de una madre que se muda a Colombia con su hijo que ha perdido el habla y una mujer ciega se entrelazan para crear otro punto de vista sobre el desarraigo.
-Es su décima novela, ¿qué celebra con ella?
-La verdad es que he perdido la cuenta, creo que es la novena, pero no lo sé bien (risas). Tuve la suerte de que mi novela anterior, 'Aves del paraíso', saliera justo antes de la pandemia y pudo tener un vuelo normal de presentaciones y movimiento con el público. Ahora sale 'Cruzar el agua' en un momento de cierta tranquilidad en cuanto a la pandemia, aunque hay cifras que no dejan de preocuparnos, pero estamos en otro escenario.
En cuanto a cómo puede recibirse en este contexto puede que el hecho de que sea un libro que contiene zonas oscuras y dolor, pero también bastante luz, probablemente es más significativo ahora después de los años que hemos pasado.
-Dirige una mirada a la inmigración en este libro, ¿por qué ve necesario poner esta coyuntura sobre la mesa mediante la literatura?
-Creo que la cuestión de la inmigración es eterna en la literatura y en nuestra experiencia histórica. Los españoles hemos sido migrantes, y aquí en el País Vasco también hemos recibido mucha migración. Vivimos constantemente con este movimiento, los seres humanos nos hemos movido siempre de un lado a otro. Ahora se suman distintos factores: la demografía de nuestros países necesitan la llegada de otras personas para continuar, y son vitales; por otro lado, por cuestiones climáticas, económicas o políticas muchas personas necesitan moverse del sitio en el que están. A nivel global estamos viviendo muchos momentos dramáticos, y ya no sólo con el tema de Ucrania, también todo lo relacionado con el medio ambiente, que está abocando a muchas personas a tener que desplazarse. Puntualmente tiene mucho sentido hablar de la inmigración y yo quería verlo desde un punto de vista personal, humano, subjetivo... Este libro es una metáfora de la necesidad que tenemos de estar en movimiento, tanto exterior como interiormente.
-Ahora también proliferan los discursos de odio en torno a la inmigración.
-Claro, la llegada de inmigrantes supone encontrarse con personas que son diferentes por muchas razones: porque vienen de entornos culturales distintos, con creencias diferentes... Creo que estar con el otro, enfrentarnos al otro, necesita un movimiento y que nos desplacemos de esa manera que teníamos de vivir. Hay personas que lo viven, y es mi caso, de una manera gozosa, porque en los movimientos culturales ha estado la riqueza histórica de la humanidad. Evidentemente, hay personas que no lo ven así y hay intereses, en algunos casos políticos, que agitan o que convierten en odio y en enemistad cosas que se podrían abordar de otras maneras. Para ciertas personas puede ser un desconcierto o una incomodidad la llegada de extranjeros, pero de ahí a los discursos xenófobos hay mucho trecho. Creo que en ese sentido hay mucho camino que recorrer.
-¿Cree que se hacen distinciones entre las mismas personas inmigrantes? En cuanto a su religión o color de piel, por ejemplo.
-Sí y en los discursos xenófobos se establecen categorías de inmigración. Muchas dependen del origen étnico, de los entornos culturales, religiosos... Pero diría que hay una distinción fundamental y que para mí es clave: parece que está bien o que se acepta bien a los inmigrantes que necesitamos, y sin embargo hay gente que se opone a los inmigrantes que nos necesitan. Yo vivo en el País Vasco y hay muchas mujeres, generalmente de Latinoamérica, que están en tareas de cuidados, u hombres en el sector pesquero que vienen de Senegal. Esa es una inmigración bien aceptada porque son las personas que necesitamos para que siga funcionando nuestro sistema, pero hay otras personas que nos necesitan a nosotros. Tenemos que establecer ese equilibrio entre ambos y ese es el verdadero reto y la responsabilidad frente a la inmigración.
-Este libro ofrece halos de esperanza, ¿hay que tenerla en el ser humano en estos momentos de reiteradas muestras de egoísmo?
-Estamos en un momento en el que se ha perdido confianza en lo humano, prolifera una forma de regocijo de una versión un tanto negativa de las personas. Además de egoísmo, visiones distópicas y pesimistas. Lo vemos a diario y convivimos con versiones poco apetecibles de la naturaleza humana, pero también convivimos con grandes versiones de ella. He escrito y vivido la mayor parte de mi obra en el País Vasco con la dictadura del terrorismo y en esas situaciones duras, también de guerra o crisis económicas, se ve el lado oscuro del ser humano y también el luminoso.
Me apetecía en este libro, sin ningún angelismo ni buenismo, representar ese lado grande de las personas, capaces de superar sus peores conflictos y también con respecto a los demás. Los tres personajes principales de mi novela tienen que cruzar el agua y dejar atrás algo muy duro, no tendrían fuerza o capacidad solos, pero entre los tres tejen una forma de maya y se ayudan unos a otros. Eso nos pasa en la vida, porque no todos somos fuertes o débiles en las mismas cosas, y a veces encontramos una fortaleza en otra persona para nuestra debilidad, o al contrario. Así se forman las nuevas formas de felicidad y de cambio, es lo que yo llamo las utopías cotidianas. Las utopías cotidianas, como un pequeño gesto, pueden cambiar la vida de alguien.
-¿Usted ha vivido recientemente alguno de esos gestos?
-Veo constantemente gestos de ayuda y de forma espontánea en situaciones que me parecen emocionantes. He conocido en el País Vasco mucha valentía humana, personas que han resistido y que son héroes cotidianos. Una anécdota que vi recientemente en la calle, en Vitoria: Iba paseando por la ciudad y una mujer iba al volante de un coche, tuvo una distracción y chocó con un pivote. El golpe fue pequeño, pero le saltó el airbag y se asustó mucho. Un hombre que pasaba por ahí fue corriendo, la mujer salió del coche y se abrazaron, sin conocerse de nada. De repente él estaba ahí. Bueno, esas cosas no son invenciones y pasan, y al lado de esas cosas terribles observamos y encontramos esa energía ahí para confiar y dar confianza.
-¿Cree que esta novela puede devolver la confianza en el ser humano a quien la lea?
-Espero que sí, he publicado muchas novelas y otros tipos de géneros, pero este de todos mis libros es el que ha recibido de forma espontánea esa alegría de lectura, contagio de su luz. Puede que sea a razón de la pandemia y por la guerra en Ucrania, pero llevamos mucho tiempo con conflictos enroscados y con una nube negra sobre nuestras cabezas. Vemos las dificultades que hay, vivienda, trabajo, la juventud... Todo se ha acumulado y la pandemia no ha ayudado nada. Entonces por eso creo que el faro que la novela enciende la gente lo recibe muy a gusto.
Mis libros tienen muchas veces aspectos duros, como el terrorismo, y este habla de violencia y del mal, pero de algún modo tiende pasarelas para que los personajes puedan cruzar. En este momento tenemos mucha sed de confianza y de optimismo.
-Antes mencionaba el terrorismo de ETA, ¿cree que aún queda mucho camino para explayar esta violencia en la literatura?
-Del Holocausto, que acabó hace casi ya 100 años, se siguen haciendo libros y películas. Uno siempre quiere saber más de acontecimientos tan terribles y absolutamente marcantes, y entendemos que profundizar en eso nos va a ayudar a profundizar en otras cosas. El terrorismo en España ha durado más de 50 años y vamos a tener que interrogarnos mucho, los historiadores por su cuenta y los artistas también. Es una mirada acumulativa, y los primeros libros que se escribieron ya no son los mismos. Dentro de unos años no quedarán testigos de primera mano, serán hijos o nietos y tendrán sus propias interrogaciones. Si me permite decirlo, lo de escribir sobre el terrorismo de ETA no ha hecho más que empezar.
-Su literatura es mucho de sacar a la luz y de denunciar estas situaciones.
-Sí, la literatura no desvía la mirada y pone en la mesa aquello que es incómodo. Tiene que mirar de frente, así lo pienso yo.
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